Leningrado, otoño de 1939. Anna Ajmátova aguarda su turno en la fila de visitantes de la prisión de Kresty. El frío arrecia. Lleva un paquete de comida y algo de dinero para su hijo Lev Gumilyov, quien por segunda vez es arrestado; su delito: ser hijo de Nikolay Gumilyov, poeta crítico del régimen bolchevique acusado de ser “enemigo del pueblo”; sin pruebas y sin juicio alguno lo fusilan en 1921. De repente, alguien en la fila la reconoce; una mujer que está detrás de ella, con los labios azulados, despierta del aletargamiento y le pregunta:
—¿Y usted puede describir esto?
—Puedo —responde Ajmátova—. Sí que puedo.
De esta experiencia nace Réquiem, considerado uno de los grandes poemas rusos del siglo XX. En esta obra, la voz poética asume las voces de las madres, hermanas, esposas e hijas: enuncia el dolor y la angustia que alcanzó a percibir, ase con firmeza la mirada de la desgracia, presta su boca para que “griten cien millones”. Réquiem, a manera de vía crucis y sus catorces estaciones, denuncia la represión y el sufrimiento del pueblo ruso durante los años del terror de Stalin; el poema es grito, es lamento, es memoria:
He entendido cómo los rostros se vuelven huesos,
cómo acecha el terror debajo de los párpados,
cómo el sufrimiento inscribe sobre las mejillas
las duras líneas de sus textos cuneiformes,
cómo los lucientes rizos negros o los rubios cenizos
se vuelven plata deslustrada de la noche a la mañana,
cómo las sonrisas se esfuman de los labios sumisos,
y el miedo tiembla con una risita entre dientes.
Ajmátova comienza a escribir Réquiem en 1935, año en que su hijo Lev es arrestado por primera vez; sin embargo, la mayoría de los poemas los compone entre 1939 y 1940 durante la segunda detención. Desde 1925 su obra es censurada por el Comité Central del Partido Comunista —así como le había ocurrido a Boris Pasternak, Andrei Platonov, Mijail Zóschencko, entre muchos otros escritores. Sólo hasta 1956, cuando Lev es puesto en libertad, debido a la “distensión” que propició Nikita Jrushchov, Anna recupera su voz. Durante estos treinta y un años de silencio, la existencia misma de Réquiem se mantuvo en secreto: al finalizar cada poema, Ajmátova lo memoriza, destruye la evidencia escrita y luego lo recita con sus amigos y conocidos. Fiel a la tradición de los rapsodas, pregoneros y recitadores de los poemas épicos, Anna da a conocer su creación a partir de la antigua tradición oral. En 1963, Réquiem es dado a conocer en un diario de refugiados políticos en Múnich.
Anna Andréivna Gorenko nació el 23 de junio de 1889 en Bolshói Fortan, cerca de Odessa, a orillas del mar negro. Escribe su primer poema a los once años, tras enfermarse en el invierno; su padre, avergonzado por las inclinaciones poéticas de su hija, le pide que cambie de apellido para salvaguardar el honor y nobleza de la familia. Así pues, Anna toma el apellido de Ajmátova, en honor a la memoria de su bisabuela tártara, de la que se decía era descendiente de Gengis Kan. La mayor parte de su vida transcurre entre Leningrado y Moscú. Los matrimonios infelices fueron una constante en su vida; los nefastos amoríos son motivo de escritura en sus poemas tempranos: La tarde (1912) y El rosario (1914) dan cuenta de ello.
La evolución posterior de la obra de Ajmátova está determinada por el sufrimiento de la guerra: las revoluciones de 1905 y 1917 y la Primera Guerra Mundial se perciben en Rebaño blanco (1917) y El llantén (1921). Al publicarse Anno Domini MLMXXI (1922), sus poemas empiezan a ser censurados. Las purgas de escritores durante el régimen de Stalin, hacen de Anna una sobreviviente: Vladimir Mayakovsky, Marina Tsvetáyeva y Serguéi Yesenin se suicidan; Ósip Mandelshtam desaparece sin dejar rastro. Acusada por traición, Ajmátova es condenada al destierro en una lejana isla de Asia central:
Mi generación
poca miel pudo gustar.
Y he ahí
que sólo el viento tañe en la distancia
que sólo por los muertos canta la memoria.
En 1944 al establecer de nuevo su residencia en Leningrado, más de tres mil asistentes aclaman a Ajmátova al terminar un recital en el Museo Politécnico de Moscú. “¿Quién organizó esa ovación?”, reniega Stalin al enterarse. Tras finalizar la Segunda Guerra Mundial el espíritu patriota de Anna se deja sentir: escribe poemas sobre la caída de París, el bombardeo de Londres y el sitio de Leningrado. Su obra comienza a aparecer en revistas, aunque por poco tiempo, en 1946 Ajmátova es acusada de nuevo. El Comité Central del Partido Comunista cataloga sus poemas de “individualistas”: sus temas son “ajenos a las masas” y recurren a “elementos de tristeza, nostalgia y misticismo”. Tal acusación trae consecuencias nefastas: expulsión de la Unión de Escritores Soviéticos, imposibilidad de acceso a las cartillas de racionamiento y el tercer arresto de su hijo Lev. Temerosa de más represalias, Ajmátova quema su vasta obra inédita. Sólo Réquiem sobrevive a los embates del olvido.
Para 1957, Ajmátova da a conocer Poema sin héroe. Esta obra, de inspiración autobiográfica, comprende desde los tiempos de la Era de Plata hasta la Segunda Guerra Mundial; es una conversación con las voces del pasado: busca respuestas a los retos y tragedias propios de la época. En 1965, un año antes de su muerte, el legado de la gran “Anna de todas las Rusias” es publicado en la Unión Soviética; un voluminoso tomo da cuenta de sus poemas. Así pues, Ajmátova es “redescubierta” por las nuevas generaciones de escritores. De esta singular poeta, Joseph Brodsky, uno de sus más leales discípulos, afirma: “Llegó con todo el equipaje puesto y nunca se pareció a nadie más”.
La característica más relevante de los poemas de Anna Ajmátova es la luminosidad. Su obra, producto de uno de los periodos históricos más siniestros del siglo XX, es testigo del horror de la guerra; es un perturbador testamento para las generaciones futuras que, como Ajmátova creía imperturbablemente, nunca dejarán de amar la poesía aún en los tiempos más convulsos.