Ninguna elección presidencial suscita tanto espectáculo mediático como las de Estados Unidos, esto no por ser el país más poderoso del planeta, sino porque han convertido el sistema electoral en un gran show; es decir, lo que debería ser un debate sobre ideas de y para el mundo se promueve como un circo de insultos, maltratos y ataques contra la mujeres, los inmigrantes, los pueblos (no olvidemos el comentario reciente de Donald Trump acerca de Puerto Rico como un pueblo que “huele feo”, o como una “isla basura”, tal como aludió un comediante favorable al candidato republicano). En este escenario, la política, como el arte de gobernar, o, como decían los griegos, de “vivir bien” en la polis, se pierde en el veneno de las palabras de Trump, aquellas que atrapan al iletrado ciudadano promedio norteamericano y lo hacen presa de sus patrañas.
Política y democracia son palabras que sirven para disfrazar el interés superior del capital, que no es otro que la reproducción de la economía de mercado y el incremento rentista de la gran empresa. Elon Musk tenía clara la apuesta, y como buen jugador, como tantos otros, aportó parte de su capital y la plataforma X al servicio de la campaña de Trump, sabiendo que sus rentas y el proyecto económico de su candidato iban a consolidar y fortalecer más el capital nacional norteamericano, y por tanto su propio capital, el cual se vio incrementado en millones de dólares luego del triunfo de Trump. Ese juego propuesto por el entonces candidato, de “cerrar o condicionar” la economía para algunos países, vía subir aranceles y bajar impuestos a los empresarios nacionales, es un mecanismo de “control” al libre mercado y un proteccionismo conservador que contrasta con el sistema mundo globalizado; finalmente, es una apuesta por el aislacionismo y el nacionalismo económico desglobalizador.
Esta supremacía del capital y su redefinición de la política y la democracia no solo van evaporando una visión colectivizada de bienestar societal, sino que, de paso, convierten a los Estados cada vez más en los feudos de los grandes emporios económicos y, por ahí mismo, a los derechos colectivos, los logros históricos de la política y las luchas ciudadanas en otro renglón más de la economía de mercado, como la salud, la educación, los servicios esenciales.
En este contexto electoral, además, se pierde la importancia del valor del voto directo, propio de la democracia moderna, que queda condicionado, en el caso de los Estados Unidos, a los colegios electorales, es decir, el sistema electoral vía delegados, que no es la representación de la mayoría sino de quien gane más votos entre los citados colegios electorales. De todas formas, la gran sorpresa es que Trump aventajó en el voto popular a Kamala Harris por una diferencia de 5 millones de votos, ganando incluso en Estados de tradicional mayoría demócrata, caso Wisconsin, Michigan, Pensilvania (el denominado “muro azul”).
Tanto Trump, como Kamala, son parte del mismo sistema capitalista, ningún cambio estructural iba pasar con la opción demócrata, más allá de lo simbólico y de alguna repercusión en temas sensibles entre la opinión pública como: el aborto, la migración, el cambio climático o ciertas posiciones en el campo internacional. En algunos países donde Trump tiene unos intereses particulares, o de juego “amigo-enemigo”, podría verse el efecto de su elección. En el caso colombiano, para un Gobierno alternativo como el de Gustavo Petro, que ha sido crítico de posiciones del republicano, veremos algunos efectos en la política anti-drogas (endurecimiento de tal política), así como posiciones disímiles frente al cambio climático (Trump es un negacionista), y repercusiones en lo económico dado el incremento del proteccionismo que puede desfavorecer el comercio bilateral, que en el caso colombiano depende mucho de la relación con los Estados Unidos.
De todas formas, es claro que América Latina no es una prioridad para el electo gobernante americano, a no ser por la masiva llegada de migrantes al país del Norte que Trump quisiera desactivar. Allí Petro tiene una baza interesante al sugerir que el bienestar económico del Sur incide en la detención de la migración masiva hacia el Norte.
El lema de Trump, “America first again”, fue certero para capturar la escasa formación de cultura política del ciudadano promedio norteamericano: el hombre blanco rural, la mujer blanca, el latino acomodado que goza supuestamente del “sueño americano”, quienes le dieron el sorpresivo y contundente triunfo al candidato republicano. Se abre aquí un horizonte complejo a nivel de lo internacional, dadas las posiciones de Trump frente a las guerras vigentes: debido a sus pragmatismos políticos, Trump deja en una situación difícil a Ucrania; a su vez, Israel encontrará un apoyo y refuerzo a sus posiciones para afirmar su hegemonía en el Oriente Medio a costa del debilitamiento de Irán y de los grupos radicales que este respalda; asimismo, se trata de una mala noticia para los palestinos, quienes encontrarán una oposición férrea a su anhelo de un Estado propio. La suerte está echada y el republicano aislacionista se salió con la suya.
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