Los anticapitalistas norteamericanos afirman repetidamente que los ricos tienen una influencia decisiva en la política y el resultado de sus comicios legislativos y presidenciales, especialmente, a través de donaciones. Esta teoría siempre ha sido equivoca, y para las Elecciones de 2024 en los Estados Unidos, el importe de las donaciones probablemente tampoco sea decisivo (hablando de temas relevantes, claro está, no de “atentados”).
En su libro Unequal Democracy: The Political Economy of the New Gilded Age (Princeton University Press, 2017), Larry M. Bartels critica la “desigualdad” y la “influencia” de los ricos en los Estados Unidos. Reconoce el “efecto estimado del gasto desigual en campañas” en 16 elecciones presidenciales estadounidenses entre 1952 y 2012, cerrando con que “los candidatos republicanos gastaron más que sus oponentes demócratas en 13 de esas elecciones”… pero solo en dos elecciones. A saber, la de Richard Nixon en 1968 y la de George W. Bush en 2000. Bartels destaca sobre estas que “los candidatos republicanos ganaron elecciones reñidas que muy probablemente habrían perdido si no hubieran podido gastar más que sus oponentes demócratas”.
No obstante, si el dinero por sí solo comprara el poder político, Donald Trump nunca se habría convertido en el candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos en 2016. Ese honor probablemente habría recaído en Jeb Bush, quien pudo recaudar mucho más en donaciones para su campaña. Incluso Benjamin I. Page y Martin Gilens, politólogos y dos de los defensores más destacados de la tesis de que “la política estadounidense está determinada por los ricos”, han admitido que: “la mayor parte de los grandes contribuyentes –y la mayoría de los Think-Tanks y funcionarios republicanos– apoyó a otros candidatos”, y “las posiciones de Trump fueron directamente contrarias a las opiniones de los donantes ricos y de los estadounidenses ricos en general”.
Además, si el dinero determinara los resultados en la política, Trump no habría ganado las Elecciones de 2016. La candidata demócrata Hillary Clinton habría dicho, como reconocen los propios Page y Gilens: “El candidato mejor financiado a veces pierde, como lo hizo la propia Hillary Clinton”. Clinton y sus aliados, incluidos sus comités conjuntos con el Partido Demócrata y los súper PAC que la apoyaron, recaudaron más de mil doscientos (1.200) millones de dólares para todo el ciclo, según la FEC (Comisión Federal Electoral). Trump y sus aliados recaudaron alrededor de 600 millones de dólares. A esto sumémosle que hasta septiembre de 2016, ningún nombrado en la Fortune 100 había donado a la campaña electoral de Trump. Su victoria no se debió a la influencia de los ricos: se debió a la abierta oposición popular a las élites costeras.
No nos digamos mentiras: si el dinero por sí solo pudiera comprar el poder político, Joe Biden nunca habría llegado a ser presidente de los Estados Unidos. Quizás la Casa Blanca hubiera hospedado al rico empresario Michael Bloomberg, que en el momento de su candidatura por el Partido Demócrata (2020) era el octavo hombre más rico del mundo, con una fortuna de 55,5 mil millones de dólares de acuerdo con Forbes.
Con toda probabilidad, Bloomberg gastó más de su propio dinero –y lo gastó más rápido– en su campaña electoral que cualquier otro candidato en la historia: mil millones de dólares en poco más de tres meses, tal cual lo reveló el informe de la FEC sobre la financiación de campañas. Bloomberg financió él mismo su campaña y no aceptó ninguna donación.
Bloomberg no es de ninguna manera el único candidato cuya riqueza no le ayudó a realizar sus ambiciones políticas. El mismo año, el multimillonario administrador de fondos de cobertura, Tom Steyer, presentó 200 millones de dólares de su propia fortuna y se quedó sin un solo delegado. En las Primarias Republicanas de 2008, Mitt Romney gastó más del doble que John McCain –gran parte del cual fue su propio dinero–, aunque abandonó la carrera en febrero y McCain logró asegurar la nominación republicana.
Los hermanos Koch siempre han sido señalados por los críticos del capitalismo como unos de los “empresarios más peligrosos y controvertidos del planeta”. Sin embargo, David Koch aprendió lo difícil que es convertir el dinero en poder político allá por 1980, cuando era uno de los principales correligionarios del Partido Libertario y se lanzó al ruedo como candidato a vicepresidente: obtuvo solamente el 1 % de los votos.
En un artículo de opinión publicado por The New York Times en 2016, Bradley A. Smith, expresidente de la FEC, concluye que:
“El poder del dinero en la política se encuentra sobrevalorado […] si bien el dinero es fundamental para acceder e informar a la ciudadanía, esta elección demuestra una vez más que el dinero no puede hacer que a los votantes les gusten las opiniones que escuchan. Jeb Bush no es el único candidato generosamente financiado que abandona la carrera… Se exagera enormemente el mal del «dinero en la política»”.
Esta columna apareció por primera vez en nuestro medio aliado El Bastión.
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