(Una propuesta de seguridad democrática hemisférica y alianza por la libertad para toda América)
Este artículo no se propone ni de lejos, ser un ensayo ni una tesis sobre un tema que ha sido tratado extensamente a todo lo largo de los más de dos siglos de existencia de naciones libres en América, su única intención es exponer algunos apuntes para luego sugerir una propuesta de seguridad democrática hemisférica que debería involucrar a todos los americanos realmente comprometidos con la libertad, y si es posible, a sus naciones.
LA VUELTA (IMPOSIBLE) AL AISLACIONISMO
El discurso pronunciado hace pocos días por el presidente de los EE.UU. Donald Trump ante la asamblea general de la ONU, ha puesto a debatir a los analistas especializados, según el ex director de asuntos europeos en el consejo de seguridad nacional de los Estados Unidos, Charles A. Kupchan, su discurso representa «una ruptura definitiva con el consenso internacionalista que ha guiado la gran estrategia de los Estados Unidos desde la segunda guerra mundial» [1]
Según este experto «desde la segunda guerra mundial, la misión excepcional del país se ha centrado en la idea de una Pax Americana respaldada a través de la vigorosa exportación del poder y los valores estadounidenses…»
Kupchan prosigue: «El enfoque de America First en la política del presidente Donald Trump está descartando los principios clave de la política exterior de EE.UU. desde la segunda guerra mundial a favor de una […] versión anterior del excepcionalismo estadounidense […] que significaba aislar el experimento estadounidense de amenazas extranjeras, evitar los enredos internacionales, difundir la democracia a través del ejemplo en lugar de la intrusión, abrazar el proteccionismo y el comercio justo (no libre) y preservar una ciudadanía relativamente homogénea a través de políticas racistas y antiinmigrantes».
No es la primera vez que se discute sobre las antipatías de Trump hacia la globalización, el multilateralismo, la inmigración y las obligaciones internacionales (trátese de pactos, tratados o instituciones) y su inclinación hacia el aislacionismo, el proteccionismo y el racismo, en otras palabras, su tendencia hacia el excepcionalismo pero «a la vieja manera» (del siglo XIX según Kupchan).
Siempre se ha hecho mención del excepcionalismo de los Estados Unidos, pero solo de esa nación, perdiéndose así, una y otra vez, una oportunidad histórica de integración para todo el continente americano, el verdadero excepcionalismo que ha debido considerarse desde el principio, es un excepcionalismo conjunto que reside en el hecho de que las naciones americanas, en su gran mayoría lograron la independencia -de la primera a la última- en un lapso no mayor de 50 años, algo que en términos históricos es un lapso breve, y todas la obtuvieron a partir del mismo estatus de colonias sometidas por naciones europeas, y la inspiración de todas esas revoluciones tuvo mucho que ver con la revolución americana original.
Lamentablemente ese proceso de gestación casi en paralelo no concluyó en parentela, sino en una historia de vecinos en desconfianza y hasta en desprecio mutuo cuando no hostil, también porque al parecer, y en virtud de ese excepcionalismo, los EE.UU. para proteger su experimento democrático, no querían meterse «en conflictos complicados y distantes» y además eran racistas y xenófobos (todo esto lo afirma de una u otra forma Kupchan) aunque la historia de este proceso quedó mejor servida por Carlos Rangel en su obra magna: «Del Buen Salvaje Al Buen Revolucionario».
Kupchan en sus comentarios apunta a una cuestión crucial, seguramente urgente: «Trump ha abierto un importante debate sobre el papel de Estados Unidos en el mundo» y también hace un llamado trascendental: «lo que Estados Unidos necesita es una versión actualizada del excepcionalismo para los nuevos tiempos y una gran estrategia para hacerlo coincidir» y con esto no me podría mostrar mas de acuerdo.
El debate sobre el excepcionalismo debe ser reabierto, por la sencillísima razón de que no ha perdido vigencia, y se debería debatir sobre el excepcionalismo de los EE.UU. pero también sobre el excepcionalismo de toda América, porque para las naciones no existen ni pueden existir puntos de llegada, solo puntos de evolución, especialmente en el caso de un continente cuya historia de independencia y autodeterminación no ha llegado siquiera a los dos siglos y medio, desde el punto de vista de la historia aun somos jóvenes, y muy posiblemente, adolescentes (y muchos de nuestros «comportamientos americanos» parecieran demostrarlo).
En cuanto al aislacionismo de los EE.UU. se debe señalar que este tiene un claro límite: 11 portaviones nucleares y 4 en camino y los bombarderos estratégicos B-2, y los B-21 que vienen, entre otros «productos» de altísima sofisticación y costo, ninguno de ellos «defensivo», de los cuales depende su industria militar y por lo tanto las empresas que constituyen sus punta de lanza tecnológicas, empresas como las del Silicon Valley de las cuales depende a su vez el liderazgo en innovación, que es el liderazgo más importante e indiscutible de los Estados Unidos en el mundo, todo esto está interconectado, y esa interconexión, que pasa por el Estado hasta casi conformar su espinazo, no tiene retorno posible.
Pero volvamos por un momento atrás para apuntar ciertas cosas.
LA DOCTRINA DE SEGURIDAD HEMISFÉRICA EN LA GUERRA FRÍA
Como nunca apareció redactada como tal en ninguna parte, se debería hablar más bien de una concepción de política exterior hacia Latinoamérica en el marco de la guerra fría, y realmente es una concepción militar mediante la cual los Estados Unidos promoverían, respaldarían y colaborarían con las fuerzas armadas de los países latinoamericanos para que en caso de necesidad, tomaran el poder en sus respectivos países y se dedicaran a mantener el orden interno y frenar el avance del comunismo.
(y esto incluía respaldar a los son of a bitch preseleccionados, o que emergieran triunfadores de semejantes procesos)
Esta concepción que usaba los golpes militares como «proxy war» contra el comunismo, alcanzó su grado máximo de vigencia a partir de la irrupción de la revolución cubana de 1959, y fue la que respaldó a los vástagos de Somoza García en Nicaragua, a Alfredo Stroessner en Paraguay y a las dictaduras militares brasileñas, a Hugo Banzer en Bolivia y a Bordaberry y su secuela de dictaduras «cívico-militares» en Uruguay, a Augusto Pinochet en Chile y a las juntas militares de Videla, Viola y Galtieri en Argentina. Estamos hablando de un período que grosso modo abarca cuatro décadas, desde la posguerra hasta mediados de los años ochenta.
Con su puesta en práctica los EE.UU., dejan de enfatizar el principio de promoción y protección a «la libertad y la democracia» para emprender acciones «prácticas» que deben ser concretas y eficaces, precisamente en su lucha contra el máximo enemigo de la libertad y la democracia: el comunismo, algo que en realidad es muy poco discutible si se toma en cuenta el estado real de guerra bipolar muy global, que se estableció después de la segunda guerra mundial, en donde no hubo un solo continente que se salvó, incluyendo Europa (pregunten a húngaros, checoeslovacos y griegos) y los mismos Estados Unidos (revueltas civiles en diversas ciudades en los años sesenta), una guerra que de «fría» no tuvo NADA.
Desde luego, Latinoamérica no escapó a este conflicto global, y para demostrar esto basta con estudiar lo que le pasó a su izquierda, sobre todo a partir de la revolución cubana, a esa izquierda envalentonada (y financiada internacionalmente) y sus proyectos de insurrección, sus personajes, su discurso y sus acciones, su retórica machacante en pos de tomas del poder por la violencia o traicionando arteramente al mismo sistema democrático (Allende), y revisemos también lo que es hoy en día, su relato histórico de aquella época, sin ningún arrepentimiento ni propósito de enmienda, y en cambio con muchísima amplificación victimista, y esto está a la vista, y significa, y sigue significando, guerra contra la libertad, en todas sus formas, porque eso es lo que significaba, y sigue significando «crear uno, dos, tres Vietnam…» como exactamente lo afirmara el Che Guevara en su famosa consigna tricontinental (global).
LA DOCTRINA BETANCOURT: LA ALIANZA DEMOCRÁTICA CONTRA EL TOTALITARISMO
En medio de esa situación de conflicto permanente y conmoción a las puertas que se vivió en Latinoamérica, sobre todo a partir de los años cincuenta y que solo tuvo un paréntesis demasiado corto en las décadas perdidas de los ochenta y noventa, se debe recordar «la doctrina Betancourt» propuesta por Rómulo Betancourt durante su toma de posesión como presidente de Venezuela, el 13 de febrero de 1959:
«Regímenes que no respeten los derechos humanos, que conculquen las libertades de sus ciudadanos y los tiranice con respaldo de las políticas totalitarias, deben ser sometidos a riguroso cordón sanitario y erradicados mediante la acción pacífica colectiva de la comunidad jurídica internacional».
Esta doctrina amplía el estándar de lo que debería ser una política exterior impecablemente democrática al pedir un «cordón sanitario» pacífico, colectivo y jurídico, contra toda forma de totalitarismo, llámese comunismo o llámese como se llame. Esta visión, tan virtuosa como irrealizable en tiempos oscuros (y también en los no tan oscuros que es como siempre son el resto del tiempo) desde luego entró en predecible colisión con el apoyo que EE.UU. prestaba a dictaduras como la de Somoza y entraría pronto en colisión (nada pacífica) con la tiranía comunista de Fidel Castro y sus cachorros venezolanos, pero esta doctrina, lo que en realidad conlleva es una exigencia para que EE.UU. verdaderamente tome y comparta las riendas del liderazgo por la libertad, pero asimilando como máxima muestra de fracaso lo que ha pasado en Cuba, no a partir de 1959 sino de 1898 (un fracaso caribeño-mesoamericano que quedaría remachado en Nicaragua, en 1979).
LA ALIANZA PARA EL PROGRESO
La respuesta político-institucional de los EE.UU. a una situación persistente de alarmante subdesarrollo (e incapacidad política) en Latinoamérica, la cual podría convertirla en «el vientre blando de occidente» frente a una eventual ofensiva del bloque soviético, consistente no solo en una expansión de sus relaciones comerciales con la región, sino en atizar el malestar social y la inestabilidad, vendría con la «Alianza para el Progreso», realmente la extensión de una operación ya emprendida durante Eisenhower con la fundación del Banco Interamericano de Desarrollo en 1959.
La Alianza para el Progreso fue un programa, tan ambicioso como efímero, de asistencia continental para fomentar el desarrollo material y democrático en todos los países de América, propuesto por la administración Kennedy en 1961, el cual y según algunas almas ingenuas supuestamente comenzó a naufragar a partir de su asesinato en 1963, pero en realidad la propuesta se comienza a disolver en la nada, exactamente al año, en marzo de 1962, con el golpe contra Arturo Frondizi en Argentina y luego con el golpe contra Juan Bosch en República Dominicana en 1963 -ambos con Kennedy aún en vida- y se esfuma del todo con el golpe contra João Goulart en Brasil en 1964, acciones que cuentan con el respaldo de EE.UU. y que marcan la entrada definitiva en escena de la doctrina de seguridad hemisférica ya descrita.
En otras palabras, los EE.UU. aúpan la libertad, la democracia y los derechos humanos, y nadie les puede negar eso, pero ellos a su vez no pueden negar que en la guerra bipolar y sin pausa contra el comunismo en su patio trasero (más bien en sus narices en muchos casos, con o sin misiles), el aliado más seguro y más eficaz (y más rápido) con el que pueden contar son las fuerzas armadas latinoamericanas, y en realidad se trata de seleccionar una prioridad, entre muchas opciones que por falta de cultivo no representan oportunidad, una prioridad pragmática que tiene un antecedente eficaz e igual de extremo, en su alianza con la mismísima Unión Soviética para combatir al fascismo-nazismo.
Nota: El mismo Betancourt, gran amigo y compañero político de Juan Bosch, expresaría sus dudas sobre la capacidad estadista y la determinación anticomunista del dominicano, y estas dudas llegarían más allá de su círculo íntimo, al expresarlas en su visita a Washington en febrero de 1963, desde luego su preocupación no implicaba acabar con su presidencia sino todo lo contrario: que debía hacerse todo el esfuerzo posible para que ese gobierno (amenazado por un golpe incluso desde antes de la toma de posesión) durara lo más posible (de hecho, luego del derrocamiento de Bosch, Venezuela rompió relaciones diplomáticas con el régimen golpista de República Dominicana).
LAS ULTIMAS ACCIONES
Dejando de lado las últimas operaciones militares de EE.UU. en la región, ya en las postrimerías de la guerra fría, contra Grenada en 1983, contra Nicaragua (Contras a partir de 1981 y Golden Pheasanten Honduras, en 1988) y la acción contra Noriega en Panamá, a poco más de un mes de la caída del muro de Berlín, en 1989, la última acción política-institucional digna de tal nombre fue la que se conoció como «Área de Libre Comercio de las Américas» (ALCA) una propuesta tardía y tan mal concebida y gestada, que solo levantó un consenso: que había nacido muerta.
(En este recuento no tomo en cuenta la operación Uphold Democracy de 1994 en Haití, que fue una operación multinacional liderada por los EEUU y con plena aprobación por parte de la ONU, a diferencia de la Grenada que desató un verdadero furor de desaprobación por parte de ese organismo)
OBAMA EN CUBA
Lo que hizo Barack Hussein Obama en Cuba indica además, no la persistencia de un error sino embocar una nueva vía que es la más equivocada posible, cuyo error no está en haber levantado el bloqueo y restablecido relaciones, sino el de haberlo hecho a cambio de nada, suerte de rendición que convirtió a la operación en un triunfo histórico de la tiranía cubana, y lo que es peor aún: en un triunfo del enemigo justo cuando más lo necesitaba.
Obama cede ante Cuba sin haber ni siquiera hecho lo mínimo que se debía hacer, que era haber levantado por lo menos, un arreglo coral de presión hemisférica contra el régimen de los Castro, más bien se suma al coro del otro lado y poco faltó para que pidiese perdón a nombre de los EE.UU., una nación que si fuese por Cuba, hubiese sido rociada de misiles nucleares en 1962.
LA ULTIMA OPORTUNIDAD PERDIDA
Después de un siglo de intervencionismo en donde los EE.UU. determinaron el devenir de muchas naciones latinoamericanas, y sobre todo, una vez superada la guerra fría (en su fase bipolar autodestructiva), se puede afirmar que los EE.UU. han ido perdiendo interés en el continente.
El último interés de los EE.UU., dictado por una política que enfatizaba más la lucha al narcotráfico como amenaza directa contra su sociedad, que a la seguridad nacional como tal, fue con el «plan Colombia», que al final concluyó en un fracaso: la política de «seguridad democrática» de Álvaro Uribe será traicionada por Juan Manuel Santos al este negociar la paz con el enemigo, nada más y nada menos que en La Habana, para así lograr el verdadero plan nacional, el plan nacional «drogas en paz» o «drogas sin sangre» que ha terminado por convertir al país en un emporio mundial de la producción de drogas, y que podría terminar por convertirlo en narconación por efecto distorsionador y degenerador de una imparable potenciación económica de la actividades relacionadas con el cultivo, procesamiento, tráfico y lavado, hasta el día que el actual presidente Iván Duque, muestre alguna determinación real por acabar con esta situación.
Cosa que nunca podrá emprender sin el apoyo indispensable, insustituible, esencial de los EE.UU.
EL FIN DE TODA «SEGURIDAD DEMOCRÁTICA»
Sobre el intervencionismo de los EE.UU. en la región, no se debe dudar que tuvo sus aspectos positivos y negativos. En lo particular, sus aspectos positivos hoy saltan a la vista en lo que respecta a los venezolanos, la complicidad de los EE.UU. en el derrocamiento de Allende en Chile o la acción directa que emprendieron contra Noriega en Panamá o contra Fidel Castro en Grenada, solo pueden verse como acciones verdaderamente salvadoras y providenciales, una vez comprobada en toda su magnitud aterradora la tragedia venezolana.
Pero no es solo la magnitud de la tragedia humana venezolana, es la magnitud de la amenaza a la estabilidad y seguridad de todo el vecindario americano, la cual en vista de lo que ha pasado en México con la elección de López Obrador o lo que podría pasar en Brasil con un nuevo triunfo del Partido de los Trabajadores, está a punto de plantear nuevos retos, a pesar de que muchos digan que la amenaza de la izquierda ha disminuido.
Por cierto, la amenaza no es solo castro-comunista, es sobre todo chino-comunista con su modalidad exportable de capital-comunismo chino, suerte de «comunismo versátil» como lo he descrito en artículos pasados, que podría terminar -con sus adaptaciones indispensables en cada país o región- por ser la forma predominante de capitalismo no libertario para países subdesarrollados y emergentes, especialmente en Latinoamérica.
La amenaza es la de encontrarse con Estados convertidos en entidades públicas solo en apariencia, pero en realidad dominados por poderes en asociación por un lado, a un multi-polo chino-globalista de influencia y dominación, un tren planetario de choque frontal al cual podrían anclarse vagones rusos, iraníes, turcos y si nos descuidamos, vagones españoles, mexicanos, brasileños y africanos, y por el otro lado y como aporte de inventiva e iniciativa regional, a tráficos ilícitos de todo tipo (no solo drogas) y sus tentaculares actividades económicas asociadas al lavado y reciclaje de sus capitales.
Y detrás, o debajo de todo esto, se podría desarrollar toda una estructura que podría amparar, financiar y promover todo tipo de actividad conspirativa, subversiva y de infiltración cultural y política, incluso terrorista, contra quienes se atrevan a oponerse a esta forma arrolladora de «capitalismo del siglo XXI», lo cual terminaría de transformar la amenaza, no en una dirigida solamente a Latinoamérica sino a toda América, incluyendo los Estados Unidos.
TRUMP CONSTRUIRÁ EL MURO EN VENEZUELA
A Trump habría que proponerle que si de verdad quiere un muro para proteger a su nación que venga a construirlo en Venezuela, aunque en realidad debería tratar de construir una nueva política de Estado de seguridad hemisférica, una política que podría conectarse con las doctrinas y concepciones históricas que hicieron de los Estados Unidos una gran nación, esto sería algo más eficaz, y duradero, que un muro.
Construir esta nueva política de seguridad, es el trabajo que toca hacer y deberá ser emprendido por toda organización civil, militar y política realmente preocupada por la libertad y la democracia, y por impedir su incautación y secuestro por parte de falsificadores y manipuladores, con intenciones hegemónicas totalmente antagónicas a los Estados Unidos y lo que representa para el mundo, y este esfuerzo de clarificación estratégica perdurable debe ser emprendido al mismo tiempo y en forma convergente en los Estados Unidos, en Venezuela, en Colombia y en todas las naciones americanas.
Y el primer error que no se debe cometer es el de circunscribir todo este trabajo a la esfera de la administración Trump, este trabajo hay que hacerlo en el partido demócrata, en el partido republicano, debe hacerse en el sistema bipartidista para que permee hasta eso que llaman el Deep State, es un trabajo que también deberá hacerse en lobbies, fundaciones y think thanks, es un trabajo que deberá hacerse en las corporaciones, en las finanzas, en el complejo tecnológico, en el complejo industrial militar, y es un trabajo enorme pero perfectamente factible, en el cual debemos buscar la mayor cantidad posible de aliados en las naciones de nuestro continente, porque no se trata solamente de salvar a Venezuela, se trata de salvar a todo un continente dentro del cual los Estados Unidos no deben verse a sí mismos como una entidad aislada (y a salvo).
Las intervenciones no pueden ser las unilaterales de Estados Unidos, eso solo nos garantizaría una inestabilidad en el tiempo, dependiente de cambios políticos, comenzando por los cambios en los órganos de gobierno de los EE.UU., algo así provocaría además una reacción muy inconveniente no solo en Latinoamérica, sino a nivel global, y esto es algo que se debe evitar, no creo que se necesite mucha explicación al respecto.
El problema es enfrentar una ofensiva que es política, económica y sobre todo cultural, estamos viendo como en nuestros países gana Macri, gana Piñera, gana Duque, sube Temer, cae Kuczynski, y no pasa nada en cuanto a unión común contra el enemigo común ¿Acaso Mauricio Macri puede enfrentar lo que tiene que enfrentar estando solo? ¿Por qué Macri no puede contar con el respaldo de una verdadera alianza continental y lo vemos íngrimo y solo negociando con el FMI? ¿Por qué los EE.UU. no aparecen como aliados decisivos, en lo realmente decisivo? La recaída de Argentina sería un hecho gravísimo, y angustia ver como esto podría ocurrir sin que nadie mueva un dedo, como si no fuese un hecho que atañe a la seguridad y al futuro de toda América.
Mientras tanto, quien avanza realmente en Latinoamérica, son mafias traficantes de todo tipo y calibre, mafias de tráfico y lavado no solo narco, mientras tanto, Brasil y Argentina no pueden hacer nada ante ataques a mansalva contra sus monedas, su exposición sigue siendo la de países aislados, cada uno por su lado, mientras tanto, el expansionismo chino, armado con un modelo de comunismo versátil perfectamente exportable, avanza de bajo perfil estableciendo precisamente las bases de su futuro dominio en un área que EE.UU. abandonó, o dejó perder, o se olvidó.
EL PATIO TRASERO AL NORTE DE LA FRONTERA
A EE.UU. habría que recordarle que el patio trasero ya se les metió adentro, y que deberán elegir si quedarse con su mejor o peor versión, la mejor versión la podría constituir todo ciudadano o comunidad latinoamericana a la cual le ha tocado sufrir en carne propia los rigores de una verdadera ofensiva contra la libertad, con ellos, y con sus países, se debería construir una alianza que defienda a toda la región desde Alaska hasta la Patagonia, el verdadero muro no debe ser un muro.
Pero podría también optar por quedarse con la peor versión del patio trasero metido en casa, la de una minoría radicalizada que puede colarse, no solo por el partido demócrata sino establecerse en grupos anárquicos de todos los colores, cada vez más fuertes porque están respaldados por poderes globales y que podrían llevar a los Estados Unidos, a una situación de conflicto civil interno peor que la que tuvo que vivir en los años sesenta. Hay quien dice que Obama es una conquista de esta peor versión, en lo particular creo que ese solo fue un comienzo, y estoy seguro de que en el mismo partido demócrata, debajo del ruido, hay fracciones en desacuerdo con el derrotero elitista por un lado, y de radicalización izquierdista por el otro, que esa organización ha emprendido.
Con la peor versión del patio trasero también podría quedarse sin quererlo, cierto sector conservador al cual se le acusa de «supremacismo blanco» y que en realidad más que «blanco», es excepcionalista-aislacionista, sin entender que hacer grande a América otra vez, es una operación que debería tener como primeros aliados a amigos de la libertad en toda América, de norte a sur. Lo que pasa es que la batalla conservadora contra la subversión política «liberal» necesita un enemigo, varios enemigos, y han elegido entre otros, a los latinos, y estos a su vez como era de esperarse, no se han quedado callados ante lo que perciben como una ofensiva racista-xenófoba, lo peor, es en que sus respectivas retóricas se necesitan mutuamente. Un Trump dejándose atrapar por esta dialéctica, es tan necesario para la ofensiva izquierdista como los recursos que reciben de todos los países y organizaciones globales interesadas en debilitar «al imperio».
Contra estas amenazas, no hay muro que valga, es más, el muro en la frontera mexicana podría quedar como la muestra de un repliegue que implica recogimiento y encogimiento, que es lo que precisamente buscan los enemigos de la libertad, y además resultar contrario a la idea del «Destino Manifiesto», concepto que al igual que el del excepcionalismo, al igual que la doctrina Monroe, puede actualizarse y replantearse en clave realmente democrática, y americana, ampliando y reforzando el sentido de «Make America Great Again» sobre todo porque la geopolítica multipolar, agresivamente multipolar que se esta desarrollando, lo requiere, y ojalá que no sea a la fuerza, ojalá que no sea «por las malas» que esto llegue a entenderse.
CON VENEZUELA NO PODEMOS EQUIVOCARNOS
Con respecto a Venezuela, el trabajo de destrucción del actual Estado chavista y su basamento rentista, y de construcción de un nuevo Estado venezolano-americano desde su base política e ideológica, inserto en una escala que debe ir más allá de la nacional adquiriendo una dimensión de resolución y determinación hemisférica, es un trabajo no contingente ni circunstancial que llevara años, no es un trabajo de exhibicionismo, de pasarelas, soflamas al voleo, videos patéticos y selfies panorámicas para promocionar a determinados candidatos para una transición que nunca podrá ser tal, ni podrá establecerse en paz ni podrá durar, sino ocurre dentro de un cambio en la visión y en la acción política de todo el continente, o al menos de esa porción que se resiste a perder la libertad, comenzando por los Estados Unidos.
Planteado en términos médicos, toda operación de extirpación tumoral, como la que podría aplicarse en Venezuela, debería ser también de terapia contra una metástasis que está lejos de entrar en remisión y debería generar en algún momento en el futuro, practicas higiénicas y preventivas, sobre todo de refuerzo del sistema inmune contra nuevas infecciones oportunistas.
Ejemplo: la intervención por la fuerza en Venezuela no debería ser solo para solucionar una emergencia humanitaria, sacar a Nicolás Maduro y reponer a una extensa clase política, toda de izquierda, carente de una verdadera base social y dispuesta a seguir manteniendo el Estado rentista, aunque en apariencia se declare «opositora».
La intervención debe acabar con Maduro, con el chavismo de gobierno y de oposición, con el Estado rentista, con el narcoestado, con el Estado cubano en Venezuela y con su ecosistema civil y militar de poderes económicos, y estar debidamente preparada para combatir, a plazo difícil de anticipar, una situación de caotización, desestabilización y conflicto regional, que podría presentarse como la verdadera respuesta del enemigo, como la verdadera confrontación a prolongarse en el tiempo.
Mientras escribía este artículo, el jefe del «comando estratégico operacional» de las fuerzas armadas de Venezuela, almirante Remigio Ceballos, confirmó que el despliegue de las fuerzas armadas en la frontera con Colombia es una operación militar conjunta con Cuba, Rusia y China. Esta declaración no puede subestimarse de ninguna manera y en su evaluación debe considerarse lo que algunos han llamado «el escenario Siria» en Venezuela, en donde la guerra convencional la pierde el régimen chavista, incluso sin ofrecer mayor resistencia, para dar paso a un conflicto no convencional en donde fuerzas irregulares venezolanas y colombianas, con apoyo internacional y del crimen organizado, desarrollarían otro tipo de guerra, para la cual hay varios nombres: «asimétrica», «de cuarta generación», «popular prolongada», todas hipótesis de «guerra irrestricta» (por cierto desarrollada por los chinos [2]) para las cuales el Estado chavista (más allá de su fuerza armada) lleva años preparándose con el apoyo de sus múltiples aliados, y esto es perfectamente demostrable (en realidad, es al contrario y son «los aliados» los que llevan décadas preparando a Venezuela para convertirla en el foco (infeccioso) de un conflicto hemisférico).
Lo he pensado muchas veces, y el conflicto «irrestricto» que podría llegar a desarrollarse en Venezuela, podría tener algunas «características sirias», pero también tener sus semejanzas con el vietnamita. En esto de buscar paralelismos se puede invertir mucho tiempo, si en Colombia la ofensiva de Pablo Escobar, los demás carteles y la de las guerrillas hubiese podido coordinarse, ese tipo de conflicto, más acorde con la «idiosincrasia latina», también podría parecerse a lo que podría desatarse si nos descuidamos y nos dejamos llevar por la sobreestimación de nuestras capacidades (la subestimación perenne de la amenaza chavista es ya una tendencia que se ha cristalizado con persistencia «geológica» desde hace décadas, gracias al trabajo incansable y tozudo de TODA la oposición venezolana).
Recuerden los «uno, dos, tres Vietnam» de Guevara, esa no fue una «ocurrencia» del personaje, algún día la historia clasificará correctamente a la etapa de subversión de la izquierda de los años sesenta hasta los noventa, como una etapa «embrional» (y no de aborto).
CONCLUSIONES
EE.UU. debe relanzar una política de seguridad democrática hemisférica ante una amenaza que es mayor que la que puede representar la agresión por terrorismo o la destrucción social por narcotráfico, pues se trata de una amenaza diversificada de infiltración, caotización y corrupción de los sistemas económicos y políticos (incluyendo el de los EE.UU.).
Una amenaza que ya no es bipolar sino multipolar y multicapa, en donde China juega más duro que nadie (a pesar de sus modos «soft») pero a la cual hay que sumarle Rusia, crimen organizado determinando desde el control social en la base hasta los más altos niveles de poder, paraísos de legitimación de capitales, agendas globalistas socialistas, el foro de Sao Paulo y el apoyo del Papa en el Vaticano, convertido en actor político favorable a casi todos los factores mencionados.
(en este mix, pueden poner a Irán y a cualquier otro país u organización indeseable donde más les plazca, y no dejen de hacerlo porque esta es una sociedad abierta de capitales, medios, drogas, crimen, violencia, radicalismo, terrorismo y también de activismo de derechos humanos, dispuesto a usar cualquier sector, grupo o «minoría social vulnerada», como una gran palanca subversiva)
La política deberá ser a su vez de seguridad hemisférica integral y de alianza por la libertad, de forma que el intervencionismo no sea el de una nación aislada actuando en solitario sino un movimiento conjunto y permanente, continental-americano, que deberá orientarse contra un enemigo mucho más complicado e insidioso de lo que fue el antiguo enemigo soviético y su satélite castrista, pues en la actual coyuntura histórica se trata de un enemigo polifacético, polimorfo, poli-dimensional, creador de nuevas formas de dominación económica-política-cultural, constituido por un eje de actores globalizados dispuestos a dar la guerra en más de un plano, una guerra no convencional que se está ejecutando en todos los ámbitos, y en todos los países, incluyendo los EE.UU.
Esta política de seguridad debe ser el resultado de un pacto de alianza entre libres que no debe conllevar la creación de burocracias globalistas como la ONU o la OEA. Esta política con el tiempo debería cimentar una base material sólidamente construida en torno a acuerdos comerciales funcionales y con la misma filosofía pragmática de eficiencia política, deberá crear instancias de coordinación militar sin caer en estructuras dispendiosas y lerdas como la OTAN.
Para los EE.UU., la búsqueda de lo que debería ser un equilibrio virtuoso entre potencia mundial, y nación que quiere ser grande de nuevo para su propia gente, el único camino natural, no contradictorio ni disociado de su génesis e historia, pasa por volverse una nación americana en el sentido continental.
Y para Latinoamérica, este sería el único camino que le impediría recaer en la condición sumisa de ser una colección de colonias.
En el fondo la solución es simple: Estados Unidos de América.
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[1] Trump’s Nineteenth-Century Grand Strategy: https://www.foreignaffairs.com/articles/2018-09-26/trumps-nineteenth-century-grand-strategy
[2] «La Guerra Irrestricta», Qiao Liang y Wang Xiangsui (1999): https://en.wikipedia.org/wiki/Unrestricted_Warfare
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