Hace una semana iniciaba la fiesta iberoamericana del periodismo: el Festival Gabo, que engalanó a Medellín una vez más con el tema de coyuntura implícito: el papel de los medios en el posacuerdo. Me acordaba yo de uno de los memes de “Es de Politólogos” donde más o menos decían que “un politólogo sin conocimientos en Derecho es un periodista más”. Así, que con el pretexto de eventos culturales me colé en esta fiesta pública a verificar lo de “uno más”. El evento central fue la entrega de los premios iberoamericanos de periodismo, donde el fashion show que parecieran reclamar los reflectores no fue capaz de opacar las historias contadas en todas las latitudes del mundo hispano. Los premiados, conmovidos, invitaban al pueblo colombiano a ratificar el fin de semana siguiente el proceso de paz.
Dos de los premios se quedaron en Colombia: El de cobertura, a Juanita León por “La justicia que sale de La Habana” y Reconocimiento “Clemente Manuel Zabala a un editor colombiano ejemplar” a Jorge Cardona, editor general de El Espectador. El Reconocimiento a la Excelencia se quedó en una experiencia de paz, una propuesta en posconflicto, una idea innovadora del posacuerdo: el Equipo de El Faro (@_ElFaro_), que se fundó como un medio digital para mostrar al mundo la violencia salvadoreña desde finales del siglo XX, y en el cual, como ellos en su agradecimiento señalaban, pudieron ejercer la crítica a un acuerdo imperfecto con las guerrillas de su país.
Si bien desde la mirada narrativa y descriptiva que ha de caracterizar la objetividad de los medios, no es posible hacer llegar a las letras o las imágenes la plenitud de la realidad -más cuando muchos se han convertido en escuelas de chismes de la historia política y de la farándula criolla-, el periodismo que trasciende las fronteras es aquel que se dedica a lo que por vocación constituye a cada comunicador: la verdad que debe ser contada.
Y es que las historias de estas mentes curiosas superan el límite de la especulación, tanto así que se convierten, en creadores de la misma realidad, o más aún, de las coyunturas sociales, políticas, económicas y culturales que una suma de acontecimientos tejen. Es allí, donde Iberoamérica hecha medios de comunicación fue testigo y unía sus voces, micrófonos, libretas y lápices a la voz de los colombianos que soñamos con la paz estable y duradera. Sin ser observadores participantes, evocaron muchos a la memoria los problemas de la región latinoamericana que entre particularidades se convierte en una historia que se repite y repite. El asunto del 3 de octubre no fue la falta de argumentos (los reclamados argumentos) con los que amaneció el Estado para justificar el resultado plebiscitario del día anterior ante la mirada expectante del mundo, sino de cómo todos continuamos anhelando la concertación, para desde ya pensar lo que contaremos, periodistas y no, cuando el fetiche de la dicotomía paz-guerra se acabe.