En entrevista con Al Poniente, el profe Mockus nos habló un poco sobre su vida y sobre cómo aplicar cultura ciudadana para cambiar a la sociedad colombiana. Cree que si se dan ejemplos llamativos que se puedan replicar y si se interiorizan normas de convivencia, se podrá hacer una transformación progresiva hasta que todos sean mejores ciudadanos: ‘zanahorios’ como dice.
¿Por qué un hombre de filosofía y ciencias, como cosas que no tienen tanta aplicación directa en la política, decidió un día entrar en la vida pública? ¿Cómo fue esa transición de académico a político?
Mi pasión se ha vuelto proteger vidas, pero también es proteger vidas aprovechando el poder de la representación, el poder del conocimiento. Como académicos trabajamos sobre unos signos, sobre un papel, sobre unas gráficas, y después de eso, de una manera mágica se traduce en algo aplicable para la vida pública: que por ejemplo, la curva de maltrato familiar en barranca venía subiendo, siendo una de las más altas del país, para luego bajar casi a la mitad.
Para esa transición hubo una preparación temática. Recuerdo que la viuda de Gustavo Salameda nos puso a leer un libro a él y a mí que se titulaba “el futuro de los intelectuales”. Ese libro arranca con dos citas: “oh vosotros los amantes del conocimiento corred cual siervos libres por el bosque, porque pronto ha de regresar en vosotros el deseo de poder y gobernar” de Nietzsche. Y la otra es de Von Bismarck “el descontento de las clases populares lo podemos defender, pero el descontento de las clases cultas es un problema grave”.
Yo quise una vez quemar una bicicleta por el tema de la quema de buses en esa época, pero después me enredé porque pensé que si pedía permiso le bajaba la espontaneidad o el impacto, y si no lo hacía pues podía incurrir en riesgos sin el extinguidor. Algo muy importante en mi vida fue la crítica al diseño instruccional. Entonces con todo esto, un rector de la Universidad Nacional me dijo que si yo era tan bueno para destruir y para criticar, me preguntó por qué entonces no ayudaba a construir. Y seis meses después estaba feliz construyendo desde mis conocimientos.
¿Cuál cree usted que fue su mejor logro durante sus alcaldías? ¿Fue la implementación de cultura ciudadana?
Para orientar una reforma, la Universidad construye a partir de los trabajos de algunos filósofos. En la Universidad construí el concepto de cultura académica, entonces cuando me ofrecieron la posibilidad de ser candidato yo pensé que en la ciudad también había cosas que dependían de la cultura. Me puse a traducir estos temas, como por ejemplo el uso de las vías, que es claramente un tema de regulación cultural. Se define qué es aceptable o no. Tal vez lo defina el Código de Tránsito, pero uno lo maneja según la cultura que ha adquirido. Uno puede tener una ciudad decente en donde hay dos carriles y la gente hace la cremallera, yendo uno por uno sin conflicto. Por el otro lado, se puede tener una ciudad en la que se meten en la chichonera y viene el que es capaz de acelerar al fondo, aprovechándose de ese susto que les causa a otros para adelantarlos y arriesgarse. Se vuelve una lucha de todos contra todos y el más abusador es el mejor librado.
Nosotros íbamos a hacer lo de los mimos sobre los cruces, algo parecido a lo que se aplica con los conos ahora: la apuesta es a la cultura ciudadana.
¿Cómo cree entonces que se puedan solucionar problemas cotidianos desde la cultura ciudadana? ¿Qué tiene para enseñar sobre eso?
Cuando pusimos la Ley Zanahoria, en esos días Carlos Vives hacía un concierto en el Campín y dijimos que había que dar la cara porque los jóvenes estaban un poco bravos con la restricción horaria del consumo de licor en los bares hasta la una de la mañana, como hora zanahoria. Junto al gabinete, para aquél entonces, conseguimos unas zanahorias chiquitas que nos donó Carulla, y el objetivo fue repartir las zanahorias entre ellos. Entonces el pronóstico de los ‘managers’ de Carlos Vives era que se iba a armar una pelea de gente tirándose zanahorias, y nosotros queríamos evitar eso. Cuando la gente metió el tema de la hora zanahoria, preguntándose por qué les habían mermado la rumba, se les respondió: para salvar vidas de a una.
Cuento esta historia porque en torno a ‘lo zanahorio’ hubo un progreso o crecimiento con el fin de que todos fuéramos zanahorios. En cierto sentido se planteó el sueño de una ciudad donde la gente es zanahoria, donde la gente no se excede, donde la gente piensa en el otro. Hay que pensar chiquito e irlo creciendo.
La enseñanza es que su efectividad tiene que ver mucho con el compromiso del cuerpo, si uno habla con el cuerpo o si uno tiene proximidad de cuerpos grava mucho más profundamente en la memoria del otro lo que se pretende decir o enseñar. Es decir, hay una parte que es la hermenéutica: aprender a ver lo que es más allá del sentido simple de las cosas.
¿Cree que se puede combatir la corrupción en Colombia desde la cultura ciudadana? ¿Cómo se podría?
Claro, el comportamiento del corrupto se regula desde cuatro ángulos. Uno es el legal, y la cultura ciudadana defiende una relación con la ley que sea por las buenas. A veces toca por las malas, pero la primera opción es por las buenas. Entonces la ley expresa una serie de obligaciones que mucha gente cumple sin mirar qué castigo le tocaría si no las cumplen. Ahora, si ésa falla, usted tiene su conciencia, entonces usted piensa por ejemplo: aquí no hay ningún policía, no va a pasar nada, me puedo llevar esta grabadora con la que estamos grabando, pero no me la voy a llevar porque no va conmigo. El segundo sistema regulador es precisamente ése: la culpa, y la culpa está muy asociada al cristianismo. Hoy en día el cristianismo se ha vuelto muy perdonetas, entonces la regulación vía conciencia pasa a depender de la literatura, del cine, del arte, de la televisión. Usted puede ver películas que le enseñan a sentir culpa. Entonces el corrupto se estrella con estos filtros.
Ahora, puede suceder que el corrupto esté capturado por un ambiente de corruptos, y ahí está la tercera: las normas sociales, la regulación cultural, algo de mutua regulación. Uno puede no hacer cierta cosa por la presión de la regulación cultural. La manera de vestirse por ejemplo es una muestra de esto. Y está el cuarto regulador que son los acuerdos, los compromisos, los contratos: mañana vendré a tal hora. Eso regula el comportamiento. Uno reconoce contextos y usted se adapta al código de conducta que rige en ese contexto.
Entonces la cultura ciudadana trata de estudiar y transformar hábitos, creencias y valores realizados desde el esfuerzo a estos cuatro ángulos.
¿Cómo cree que sería exitoso el posconflicto en este tema del proceso de paz desde las premisas de ‘la vida es sagrada’ y de cultura ciudadana?
Bueno, yo creo que hay una propuesta como a maneras de convivir que se organiza alrededor del ser zanahorios y de la cultura ciudana. Respetar la vida como lo que es: sagrada. Cuidar los recursos públicos. Es decir, se trata de invitar a esta gente que quiso cambiar la sociedad a punta de fusiles y armas, con comportamientos muy inaceptables como el secuestro o el mismo narcotráfico, sobre todo desde lo sangriento que es; a aceptar estas premisas. Entonces yo creo que se puede hacer mucho.
La cosa es un poco más profunda, está el tema de la ley moral y de la cultura donde ellos han funcionado de forma autoritaria. Pero creo se han ocupado del tema y se ha tratado de copiar un órgano jurídico que es en parte una copia del órgano jurídico corriente. Hay esfuerzos de regulación. Por ejemplo, vuelvo a los miedos sociales: a la culpa, a la vergüenza, al rechazo social. Yo creo que si el proceso del posconflicto pretende ser exitoso, tiene que moverse en esas cosas y sobre todo desde el lado positivo, a modo de que la constitución política sea la bandera de todos.
¿Qué le diría usted a los posibles candidatos a la presidencia en este tema? ¿Qué consejos le daría usted en temas de posconflicto sobre cultura ciudadana?
Creo que hay que combinar lucidez y amor. Cultura ciudadana es en el fondo una invitación al enamoramiento con la ciudad y con los otros habitantes de la ciudad. La confianza que buscamos crear entre los ciudadanos es precisamente una buena base para querernos. Es decir, todos tenemos experiencias claras y contundentes de gusto, de placer, de incluso admiración, complacencia alrededor de comportamientos de unos sobre otros. Uno no está condenado solamente a interactuar con los conocidos: hay que gobernar para los desconocidos también. Hay que reconoceros en la calle, respetarlos y lograr que ellos lo respeten a uno.
¿Y cree que hay de dónde elegir?
Pues yo creo que cada vez que una mujer se casa es una pérdida.