La política pasa por un mal momento como profesión y condición, más allá de la sublime definición aristotélica que apunta a la búsqueda de consensos hacia el bien común, la debilidad técnica del político y de las instituciones políticas es el principal gérmen que lascera la reputación de esta actividad ineludible para la sociedad.
20.204 ciudadanos de 18 países en América Latina dijeron en el Latinbarómetro (agosto de 2016) que en un 49% los políticos y la política han perdido su credibilidad y no la van a recuperar, lo cual se corrobora en el caso colombiano con estudios recientes como la Encuesta Invamer de marzo 2017 y Pulso País de Datexco de abril 2017, que coinciden en el desprestigio creciente de instituciones como el Congreso de la República y la clase política. Basta con dialogar en las calles con la gente de común para percibir que no hay buen ambiente para las elecciones al Congreso de marzo de 2018 por cuenta de recientes decisiones que tocaron el bolsillo del ciudadano como la Reforma Tributaria y esa sensación contrastante de que la plata pública se la roban como quedó en evidencia una vez más con el escándalo de Odebrecht.
¿Cómo lograr salvar la necesaria actividad política de este agujero negro y profundo de credibilidad ciudadana? Pareciera una tarea de quijotes apostar por la política e incluso es como cosa de leprosos hablar sobre el tema o tratar de generar espacios de formación y cualificación técnica, pues cae sobre cualquiera de nosotros el estigma o el “sombrerazo” en forma de clamor o rabia con lo que está ocurriendo desde las malas y engañosas prácticas políticas.
Hace muchos años hablamos de burocracia en el mundo y particularmente en América Latina. El concepto Weberiano hoy se ha degradado y se percibe como el caso de algunos – solo algunos- funcionarios públicos que poco trabajan, pero nada más equivocado, pues ser burócrata es precisamente especializarse técnicamente en una misión y cumplirla a cabalidad sin desviar su atención a ser “todero” comprendiendo la urgente necesidad de tecnificar cada vez más las tareas públicas y dejar de improvisar con talento humano sin experiencia o formación.
A la política y a los políticos en campaña o ejercicio de gobierno solo los salva de cara a los ciudadanos la formación técnica y la cualificación de su labor a todos los niveles para impregnarse de criterio y desde esa base comprender la importancia de la integridad y la ética en el ejercicio de lo público. El político y la política envían 7 días y 24 horas al día poderosos mensajes a la sociedad con cada palabra, cada decisión e incluso con cada omisión y es imposible hacerlo bien si no hay formación o experiencia.
Es tan confuso el escenario que hoy muchos piensan que el inexperto o el apolítico puede ser un mejor directivo público y nada más pesado, inconveniente, retardatario y contraproducente para la sociedad que una persona inexperta en tareas de liderazgo gobierno y en el ejercicio de altos cargos públicos o quien toma el Estado como si fuera academia o escampadero laboral. A eso hemos llegado incluso por la forma cómo la estructura electoral y de partidos, convierte al gobierno en ese lugar donde le doy trabajo a los que me apoyan más allá de sus calidades humanas y profesionales para atender la labor de gobierno con austeridad, prudencia y rigor técnico.
Mucho daño nos ha hecho el clientelismo con su automática capacidad de “colocar” personas en el sector público según los votos o el respaldo electoral por encima de la sencilla ecuación del mérito, vocación de servici y los resultados de tener o no a alguien según su experticia, formación y resultados pasados. Ese mensaje también lo espera la sociedad: Un Estado que es permeable al talento de cualquiera y no solo a quien tiene “palanca” política que opera por encima de su incompetencia humana y-o técnica.
Nuestros gobierno y la buena política nos admiten más la ausencia de criterios técnicos en sus procesos, es urgente que dirigentes, funcionarios, militantes, simpatizantes y todo aquel que anhele administrar lo público y hacer parte del debate colectivo por definir el futuro; se esfuerzo por obtener las competencias y los elementos de reflexión formativa para entender muy bien la elevada misión que tiene entre manos.