Vecinos de Medellín, El Poblado ya no es nuestro.
Más allá de que el nuevo idioma oficial de las calles del Poblado y Laureles sea el inglés, y de que los avisos y pancartas ya no estén en español, o de que los precios estén en dólares, las problemáticas de la gentrificación pasaron de castaño a oscuro, y es que hay una ola de criminalidad, perversión y muerte que lo que antes era zona rosa ahora parece zona roja.
Prostitución de menores, trata de personas y animales, alquiler y trata de menores, mujeres asesinadas cada tantas semanas a manos de extranjeros, extranjeros asesinados cada tantas semanas a manos de las bandas criminales urbanas, miembros de la fuerza pública y servidores públicos de países extranjeros involucrados en crímenes atroces, ¿en qué momento nos convertimos en epicentro de las mayores perversiones que en aquellos países, con instituciones más fuertes y normativas más duras, no se pueden hacer? Las noticias parecen sacadas del internet profundo, cada una más increíble, dolorosa y enfermiza que la anterior. Y noticia tras noticia también parece que existe vía libre a lo que sea, siempre que lo que sea esté mediado por la moneda extranjera.
Tristemente no solo es un asunto de noticias inabordables, sino de que el nombre de nuestra ciudad y su gente haya inundado las redes sociales con videos de pornomiseria que influenciadores extranjeros hacen sin fines periodísticos, sino con el de ganar visitas a través del morbo que genera hablar de las paisas como objeto sexual, del expendio fácil y barato de estupefacientes, y de aquel famoso narcotraficante que sigue siendo la portada de las plataformas de transmisión.
Ya no solo se trata de que no podamos, como habitantes de nuestra ciudad, pagar los alquileres del Poblado, Laureles, o incluso algunos barrios populares, sino que el problema escaló a que el fenómeno de la gentrificación penetró el crimen que se ha organizado en función de los productos y servicios que demandan quienes nos visitan con expectativas de turismo negro, prostitución, consumo de drogas y tráfico de menores. ¿Cuándo nos vamos a quitar esta famita si permitimos que los problemas sigan creciendo?
No nos puede dar pereza o miedo habitar nuestra ciudad, y mucho menos aquellas zonas que históricamente han sido de ocio, de fiesta, de algo tan nuestro como la farra, pues nos vemos sobrecogidos por el ambiente, por demás evidente, de dinámicas de miseria.
Medellín es una ciudad que ha renacido, que después de la guerra -y durante ella- hemos levantado a base de trabajo, emprendimiento, planeación e innovación. Los medellinenses, y en general los paisas, hemos sido ejemplo de pujanza, trabajo, comercio y cultura. La ciudad está inundada de gastronomía, arte, ciencia y tecnología, y es un foco de desarrollo empresarial y productivo, además de ser el único distrito CTeI del país. Según el Observatorio de Turismo, el municipio de Medellín tiene enorme potencial para desarrollar el eco y agroturismo, y es un referente de turismo urbano de cultura y ocio.
Nadie es más bienvenido en nuestra ciudad que el turista, sin importar de donde venga, pero ¿cómo vamos a contener esta situación de seguridad y salud pública? Empecemos por hablar de las cosas que no nos gusta escuchar, agotemos la discusión hablando con las palabras que generan resistencias y llevémoslo a los espacios de toma de decisiones. Habitemos El Poblado, turistiemos la ciudad, apropiémonos de nuestros espacios con nuestra cultura de arte y rumba, pero sobre todo con soberanía.
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