Si pensábamos que la democracia colombiana era lo más bajo, los debates presidenciales de Estados Unidos parecen caer en lo mismo que hemos visto por estas tierras. Tanto así que al finalizar el segundo debate opté por tomar una pastilla para el dolor de cabeza.
La campaña electoral en el país del tío Sam ha sido tal vez una de las más sucias en los últimos años. Muchos pensábamos que ya lo habíamos visto todo en la democracia estadounidense, pero nos faltaba ver los últimos debates para darnos cuenta de que no era así. La noche del 9 de octubre asistimos a un debate que parecía más un capítulo de un reality show de MTV (y no me refiero a Teen Mom) que un debate de la primera potencia mundial.
El debate contó con la participación de ciudadanos del común, quienes podían formular algunas preguntas a los candidatos para que hubiera una cercanía entre los postulados a la casa blanca y el ciudadano promedio. Una de las primeras preguntas formuladas tuvo que ver con lo “poco vulgar” que se había vuelto la campaña presidencial, ya que existe la preocupación de que los niños y las niñas tomen valores positivos en medio de tanto negativismo.
Hillary Clinton respondió de forma rápida y aceptó que la campaña presidencial no había sido un ejemplo de buena conducta para luego encaminar su respuesta al modelo educativo. En tanto un Donald Trump más callado esperaba su turno y su respuesta se concentró en hablar del comercio exterior y los problemas económicos de estados unidos, los cuales fueron propiciados por Bush y no por Obama, como él afirmó.
Sin embargo el moderador, Anderson Cooper, le pidió una respuesta clara y acto seguido arguyó sobre el bochornoso vídeo revelado el viernes de la semana pasada, en el que Trump habla de manera despectiva sobre las mujeres y utiliza todo tipo de “piropos” que parecen más los de un obrero que de un empresario. La respuesta del candidato republicano fue tan irrisoria como aterradora, y con ella pretendió salirse de dicho capitulo: “es una broma de hombres”.
Los siguientes 20 minutos fueron utilizados para atacar su comportamiento en dicho vídeo. Trump lucia arrinconado, estresado y acusó la campaña de Hillary de filtrar el vídeo a la prensa. Pero el momento más tenso, y quizás el que todos esperábamos, ocurrió cuando él hizo mención de los escándalos sexuales protagonizados por su esposo, Bill Clinton, durante su gobierno.
Trump salió al ataque y dijo estas incendiarias palabras: «Si miras a Bill Clinton, lo suyo es mucho peor. Lo mío son palabras y lo de él fueron acciones». Así, el debate perdió todo el sentido de las preguntas que hacían los ciudadanos y se concentró en la pelea de egos entre candidatos. Los moderadores perdieron el norte y les costó volver al formato establecido, mientras que los televidentes estábamos viendo una pelea entre comadres y no un debate presidencial.
En medio de este tire y afloje, una joven musulmana les formuló a ambos candidatos una pregunta relacionada con el ingreso de musulmanes a Estados Unidos. Los argumentos de Trump fueron los mismos que hemos escuchado durante toda su campaña: no permitir el ingreso de radicales musulmanes e instando a los ciudadanos musulmanes a denunciar cualquier anomalía con vecinos o amigos que pudieran radicalizarse. Hillary respondió que había que mejorar los sistemas de ingreso al país para evitar que se colaran posibles terroristas y le recordó a Trump que el Estado Islámico utiliza sus comentarios de campaña como propaganda para el reclutamiento de jóvenes musulmanes norte americanos.
Acto seguido se abrió el segundo momento de tensión en el debate. Trump sacó a relucir las acusaciones contra Hillary por su descuido con los correos electrónicos clasificados de servicios de inteligencia alojados en un servidor privado y no en uno gubernamental, a lo que la candidata demócrata respondió que había sido su error y asumía su responsabilidad por lo sucedido, aclarando que el Senado ya la había absuelto sobre este tema.
Pero para Trump no fue suficiente y acto seguido amenazó a Hillary con que si él ganaba las elecciones crearía un tribunal que la investigaría. Todo un despropósito que causó risas y aplausos en los asistentes, pero que fuera del debate enardeció a líderes demócratas y republicanos. Hillary, calmada y sonriente, le respondió: «muy bueno que alguien con el temperamento de Donald Trump no sea responsable de las leyes» en EE.UU., a lo cual el republicano le dijo de manera enérgica «porque estarías en la cárcel».
No sé si veré a Hillary Clinton protagonizando la próxima temporada de Orange Is The New Black, pero lo cierto es que mientras Trump hacía dichas amenazas algunos le recordaban vía twitter como el ex fiscal general Eric Holder y Ari Fleischer, secretario de prensa de la Casa Blanca durante la presidencia de George W. Bush, que ese tipo de conductas no hacen parte del espíritu democrático norte americano, sino más bien de un dictador. En otro momento se sacó a relucir el tema de los impuestos y el republicano no desaprovechó en atacar a Hillary por su cercanía con Wall Street, la acusó de favorecer a sus amigos millonarios, aceptando de paso que él también se benefició de dichas leyes fiscales.
Aprovechando la ocasión, el moderador le preguntó por su evasión de impuestos de renta durante 20 años, tal como lo denunció The New York Times. En un primer momento Trump evadió la respuesta y atacó a la candidata demócrata por su ineficiencia para cobrar impuestos a los más ricos, pero al final tuvo que aceptar que aprovechó dichas leyes fiscales para no pagar impuestos de renta, mientras que Hillary no pudo desmentir los discursos a puerta cerrada en Wall Street filtrados por WikiLeaks.
El debate en su totalidad no fue una presentación de ideas o planes de gobierno y defensa de estos, sino más bien una lastimera prueba de que la democracia norteamericana ha ingresado al club de los show televisivos que mueven ratings y no ideas.
Los estadounidenses no tendrán más opción, tal como lo mencionó Hillary, de ingresar a los sitios web de los candidatos para conocer sus propuestas, porque en el debate de anoche estas brillaron por su ausencia y muchos sintieron que estaban viendo un capítulo más de Jersey Shore, el bochornoso reality show protagonizado por jóvenes hormonados y brabucones.