“Si la tecnología no nos acerca a los sueños, al conocimiento y a la esperanza, entonces ¿para qué sirve?”
La realidad aumentada (RA) y la realidad virtual (RV) no son exclusivas del entretenimiento o la ciencia ficción. Estas tecnologías han comenzado a transformar diversos sectores, y uno de los más prometedores es el educativo. En Colombia, su puesta en escena aún es incipiente, pero no hay duda de que podrían catalizar una verdadera innovación en nuestras aulas. Y no se trata solo de modernizar la enseñanza con pantallas o dispositivos llamativos, sino de una evolución profunda en la manera de enseñar, aprender y construir conocimiento.
La RA y la RV tienen el poder de derribar barreras geográficas, sociales y cognitivas, democratizando el acceso al saber. Imaginen a un estudiante en una zona rural que a través de un visor pueda visitar el Museo del Oro o explorar el cuerpo humano en una clase de ciencias. Lo que antes parecía una utopía, hoy es una posibilidad tangible.
Sin embargo, materializar esta posibilidad implica tener presente varios factores: acceso a dispositivos tecnológicos, garantía de conectividad, formación por parte de docentes capacitados, entre otros.
Afortunadamente, iniciativas de instituciones como la Universidad Nacional de Colombia y la Universidad de los Andes han incorporado simuladores de RV en programas de medicina, arquitectura e ingeniería. Estos espacios generan una práctica segura, económica y efectiva. De hecho, un estudio de PriceWaterhouseCooper (PwC) concluyó que los usuarios que se forman mediante realidad virtual aprenden cuatro veces más rápido que con métodos tradicionales y retienen un 80% más de la información después de un mes, en comparación con el 20% de la formación convencional (PwC, “The Effectiveness of Virtual Reality Soft Skills Training in the Enterprise”).
También existen esfuerzos gubernamentales que vale la pena destacar. El Ministerio de Cultura, en alianza con el de Educación, han impulsado programas como “Crea Digital”, que promueve el uso de contenidos digitales interactivos en las aulas, incluyendo proyectos con RA y RV. Aunque aún es un esfuerzo inicial, es un indicio positivo de que hay interés institucional en actualizar métodos de enseñanza y adaptarlos a las exigencias del siglo XXI. Esto lo reafirma un informe de la UNESCO, “Augmented and Virtual Reality in Education” (2021), que destaca que estas tecnologías pueden ser grandes aliadas para desarrollar competencias de nuestra era, como el pensamiento crítico, la resolución de problemas, la colaboración y la creatividad. Estas habilidades son esenciales para formar ciudadanos capaces de enfrentar los desafíos de un mundo en constante cambio.
Más allá de la infraestructura, lo más poderoso de estas tecnologías es su capacidad para cambiar el rol del estudiante: de receptor pasivo, pasa a ser protagonista de su aprendizaje. ¿Cómo no emocionarse con la idea de que un niño pueda interactuar con una célula en tercera dimensión o realizar un viaje virtual a las ruinas de Machu Picchu desde su salón de clases? Este tipo de experiencias generan una conexión emocional con el conocimiento, y ahí está la clave: cuando hay emoción, se tiene un ambiente de aprendizaje significativo.
De igual manera, se trata solo de motivación; la RA y la RV representan una oportunidad concreta para avanzar hacia una educación más inclusiva. Existen aplicaciones diseñadas para estudiantes con discapacidades visuales, auditivas o motoras, que personalizan contenidos y los hace más accesibles. ¿No es este uno de los principios fundamentales de una educación equitativa?
Desde mi experiencia como educador y gestor de innovación educativa, puedo afirmar que los cambios no dependen solo de nuevas herramientas, sino del cambio de mentalidad. He visto cómo algunos docentes, incluso con recursos limitados, han logrado integrar propuestas creativas usando RA con dispositivos móviles y aplicaciones gratuitas. Muchas veces, la dificultad no es la ausencia de tecnología, sino la falta de incorporación de estrategias y acompañamiento adecuado.
Por eso creo firmemente que el futuro de la RA y la RV en Colombia no se experimenta únicamente en laboratorios de universidades o ferias tecnológicas, también se define en las aulas, con los maestros que innovan y con los estudiantes que descubren una nueva manera de aprender. No debemos olvidar que, de igual manera, depende de las políticas públicas, del presupuesto asignado y de las prioridades de los gobiernos locales y nacional.
Con todo esto, la conclusión es inevitable: la RA y la RV no son una moda ni un lujo futurista, sino una necesidad educativa para reducir brechas, motivar a los estudiantes y prepararlos para un mundo más avanzado. Pero esta transformación no ocurrirá por sí sola. Requiere docentes comprometidos, políticas coherentes, recursos bien invertidos y, sobre todo, una visión humanista que ponga al estudiante en el centro del sistema educativo.
Todavía recuerdo el asombro de un grupo de niños de una escuela cuando, por primera vez, desde sus celulares, exploraron el sistema solar a través de la realidad aumentada. No tenían laboratorio de ciencias, ni una biblioteca física, pero ese día viajaron al espacio. Ese día no solo aprendieron conceptos de astronomía: descubrieron que la educación también puede ser maravillosa.
Ojalá más corazones y mentes puedan vivir experiencias así. Porque si la tecnología no nos acerca a los sueños, al conocimiento y a la esperanza, entonces ¿para qué sirve?
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