Tecnología liquida

“La tecnología líquida es una de las muestras más evidentes de la paranoia hiperactiva de la sociedad y el capital, lo que además puede dar algunas señales del porqué padecemos de esta generación psicológicamente enferma.”


Es increíble cómo los conceptos sobre la liquidez pueden ser aplicados hoy en día a tantos elementos de nuestra sociedad e incluso del ser humano mismo. La liquidez, comprendida como esa temporalidad cambiante y reemplazable que se diluye cuando aún no ha adoptado ni delimitado su forma, parece adoptar mayor relevancia y consistencia de la que el mismo Bauman pudo determinar.

Uno de los ejemplos más claros, que fácilmente pueden ser ampliados al consumismo en general, se encuentra en la tecnología. Ningún elemento parece mutar tan rápidamente dentro del catálogo del consumo como lo hace la tecnología: smartphones, televisores, relojes inteligentes, computadoras y otros elementos digitales parecen tener la constancia líquida y de reemplazo más rápida de todo el mercado. ¿Es esto acaso un síntoma de la vida líquida o simplemente es consecuencia de una economía basada en la obsolescencia programada?

Sin duda debemos tener en cuenta la obsolescencia como elemento primordial de esta constante mutación y recambio tecnológico. Pero, ¿no es acaso la obsolescencia un síntoma de nuestra propia vida líquida? La obsolescencia se crea para promover la economía: un deterioro volátil crea un consumo volátil; un consumo volátil crea una economía volátil que lleva a un consumo volátil de productos con un deterioro volátil. La volatilidad de la vida se convierte en liquidez, en lo impermanente, en lo que cambia antes de adquirir su forma.

La forma adquiere un protagonismo vital a la hora de comprender la liquidez de la tecnología. ¿Varía tanto la forma de nuestros productos como para cambiarlos tan prontamente? En ocasiones no es el deterioro en sí mismo el que promueve el cambio, sino la propaganda. Hemos ya superado el ciclo de la obsolescencia funcional para entrar en un nuevo ciclo de obsolescencia postural (de la pose). Esto resulta más evidente cuando analizamos las formas de los objetos que adquirimos: hubo una rápida evolución que posteriormente se enclaustró. La forma tenía un valor profundo a la hora de realizar un cambio en nuestros productos, como el paso de la televisión de pantalla circular a la de pantalla plana, o del celular con botones físicos al smartphone de pantalla táctil. Estos representan cambios profundos en la forma, no solo estética sino de uso.

Ahora pensemos en los últimos años: ¿han cambiado tanto los televisores y smartphones? ¿Hay diferencias de forma realmente notables? Cuando se ponen en una línea fija varios smartphones de diferentes marcas con sus pantallas apagadas, puede resultar difícil discernir cuál es cuál o de qué marca. La forma ya no tiene una relevancia en la liquidez; el caso de Apple es el más conocido, pues los cambios que tienen sus dispositivos en cada presentación son mínimos. Sin embargo, son comprados en grandes cantidades, aunque haya pasado poco tiempo desde su última entrega. Se evidencia así cada vez más la obsolescencia postural.

La liquidez de la tecnología se adiciona así a la misma vida líquida y a cómo interpretamos y nos comportamos dentro de una sociedad volátil de cambios recurrentes. Se perpetúa el círculo económico, se perpetúa el trabajo sin sentido y se enclaustra más al individuo en un sinsentido de la vida. La vida líquida no permite nunca un atrapamiento, un conformismo, una estabilidad, pues todo aquello que el sujeto quiere sujetar, todo aquello que antes le era de sujeción y que al mismo tiempo le permitía establecerse en la vida: la seguridad, la confianza, el hogar.

La tecnología líquida es una de las muestras más evidentes de la paranoia hiperactiva de la sociedad y el capital, lo que además puede dar algunas señales del porqué padecemos de esta generación psicológicamente enferma. La compulsión deriva en la ansiedad y la falta de sujeción en la depresión. La tecnología líquida resume nuestra vida líquida en sí misma y la que hoy constituye una búsqueda incansable por un sentido de la existencia que, como la vida misma, se diluye entre los dedos antes de poder sentir que la tenemos entre las manos.


Todas las columnas del autor en este enlace: Filanderson Castro Bedoya

Filanderson Castro Bedoya

Psicólogo de la Universidad de Antioquia con énfasis en educación, formación empresarial y salud mental, educador National Geographic, escritor aficionado con interés en la historia, la política y la filosofía, amante de la música y la fotografía.

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