Hay barrio que son salseros, allí Babalu dirige los cortejos de los ritos mistéricos; barrios donde el Metal es herencia y el Punk un desafío al orden; otros legatarios de los ruidos de la urbe, perfecta para aturdirse; algunos que son templos del tango, allí la cofradía defiende sus despojos. Los tangos son el alma de estos barrios.
Villatina es un barrio tanguero. En las fondas y billares se congregan sus siervos; en todas partes retumba el tango, se escuchan Gardel, Goyeneche, Troilo y Corsini. Las fondas reciben a sus peregrinos. Vienen cansados de vagar en el inmenso purgatorio.Venid aquí a confortarse del frío, saciad vuestra sed con las delicias de mis flores del mal.
Se destacaban las botellas de ron. Un baile de tonos caramelos en la luz. El tintinear sobre los vasos hambrientos de licor. El aguardiente transparente, piedra filosofal que transmuta las penas en placer. El olor a anís y tabaco que inundad el ambiente. Los versos diabólicos de todos los tangueros que suenan a simbolismo decadentista, con su tristeza infinita, sus siempre renovadas miserias.
Por tanto, creo es a esta particularidad el que Caicedo dijese no soportar la música de ciertos lugares -esa musica paisa como le llamó en su célebre texto-. Primeramente porque esa musica inducía a la tristeza, el prefería la salsa. En segundo lugar, es cierto, algo hay de diabólico en la melancolía del tango. si bien a veces exagerada, no por ello deja de ser la misma melancolía de quien se sabe un extraño; de quien se siente un paria, de aquellos expulsados del paraíso.
Desde la cima del Pandeazucar, pasando por la Sierra y por Encizo, juntándose con la tanguera Manrique y la tanguera Prado, Villatina se viste de tangos, se engalana de alevosías y malevos, de resurgires espectrales, de amores suicidas y de sensualidad mundana, hermosa sensualidad humana que se consuma en el coito ininterruptus que junta los infinitos destrozados en un solo cuasar de luz, en un solo orgasmo solar.
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