Soy Maestra y me declaro completamente enamorada de mi profesión, aunque el amor no me ha vuelto ciega ante los graves problemas por las que ésta atraviesa y de lo poco valorados que somos los docentes en la actualidad. Estoy totalmente de acuerdo con que es necesario replantear muchas cuestiones esenciales para un buen desarrollo de mi labor, como lo son la jornada, el salario y la salud. Me parece que era hora de que los docentes sentáramos un precedente, porque no es justo que nuestro trabajo sea tan criticado y hasta pisoteado, cuando mi labor no se limita al trabajo del aula; lo digo como un testimonio fehaciente de que los docentes, o por lo menos muchos buenos docentes que he tenido la oportunidad de conocer, siempre pensamos en nuestros estudiantes y casi siempre estamos en función de nuestra labor, nos inquietamos por mantener frescos nuestros saberes y por hacer agradable la instancia de vida de nuestros alumnos en el colegio, quienes poco a poco se van apoderando de nuestro corazón y terminan siendo mucho más que seres que van al aula a aprender.
Mis estudiantes, por ejemplo, son más que lo que encierra ese título, les queda corto para todo lo que significan en mi vida, y me siento muy orgullosa de todo lo que logan, me es imposible no sentir nostalgia cada vez que una promoción se gradúa, es como si un hijo dejase su hogar para tomar vuelo por sí mismo; sé que muchos de ellos me superarán, incluso algunos ya me ponen en jaque porque no son estudiantes cualquiera: son muy juiciosos, inteligentes y dedicados, y me es imposible no pensar en ellos, no traerlos a colación en mis conversaciones, no extrañarlos y no pasar más tiempo con ellos de lo que me establece la jornada laboral. Soy maestra y no por obligación, si no por decisión y deseo.
Sin embargo, siento que he caído en el llamado de que los maestros estamos por vocación, porque no veo que mi salario, ni mi sistema de salud, ni las críticas que a diario recibimos los docentes sean compensación para todo lo que hago, por eso me pareció justo que entráramos a paro, no obstante nunca falté al colegio en los quince días de su duración a trabajar, no dejé de impartir ninguna de mis clases, ni de prepararlas, ni de calificar los trabajos o de hacer las diversas actividades que hacen parte de nuestras funciones. Algunos me tildarán de cobarde, otros de falta de carácter, mientras otros aducirán en mis razones la de casi la totalidad de los maestro que no hicimos parte activa del paro, y es el miedo a que nos descuenten los días no laborados y la prima de Samper; pero no es ninguna de las anteriores, quizá las cuestiones económicas son una justificación muy fuerte, pero no mi caso, y no porque posea mucho dinero, como se dice popularmente soy pobresora y esa es mi única fuente de ingreso, si no porque, como lo dice Mujica en uno de sus excelsos discursos. “pobre no es el que tiene poco, verdaderamente pobre es el que necesita infinitamente mucho”, por lo que hubiese podido superar mi crisis económica con cierta facilidad. De hecho nunca he esperado hacerme rica con mi profesión, recuerdo que en unas de las primeras clases de la universidad uno de los profesores nos dijo: “quienes están hoy en estas aulas son unos amantes incansables de la pobreza, porque ni la docencia ni la filosofía los hará ricos”, desde allí acepté mi destino, uno elegido por mi y del que no me arrepiento porque he encontrado la gran riqueza de poderme dedicar de lleno a un oficio que amo y que me disfruto con todo mi ser.
Los motivos por los que no participé del paro fueron más coyunturales; cuando supe las razones del paro me parecieron todas justas, cuando vi la voluntad de mis colegas me sentí llamada a la lucha, pero cuando supe que en la mesa de negociación estaría FECODE se deshizo toda mi voluntad, porque nunca me he sentido acompañada por los sindicatos de maestros, porque he visto como han abandonado a mis compañeros cuando más los necesitan y porque no creo en la voluntad de quienes defienden los derechos del pueblo, ostentando lujosas camionetas, en casas de ensueños y en posiciones socio-económicas envidiables; mucho se escucha hablar de sus negociaciones por debajo de la mesa y los arreglos a los que llegan, donde los maestros no somos los directamente beneficiados. Sabía que, a la larga, todo lo que yo hiciese sería utilizado para que otros ganaran; no entré ni entraría nunca en un paro liderado y negociado por ADIDA o por FECODE.
Hoy, al levantarme para ir a trabajar, busqué las noticias del día y encontré que en varios medios radiales se hacía alusión a un feliz desenlace del paro, donde “todos salíamos ganando”, o por lo menos eso decían los locutores; eso me generó un sentimiento y unas palabras que mi mente se negaba a repetir: yo sabía que esto terminaría así. Lo que me da más tristeza es que se siga utilizando la buena fe de las personas para obtener beneficios propios, siento desconsuelo al ver tantos docentes, estudiantes y hasta padres de familia unidos, por la defensa de los docentes y que a la final se hayan vendido todos los sueños de mejorar nuestra profesión; y si tras tanta presión no se logró nada, no creo que se pueda hacer algo más adelante. Pues, a pesar de que en el fondo hacía fuerza para que mi pesimismo no se hiciera tangible y que la realidad me dejase sin argumentos, la verdad muestra que nuevamente se da por finalizada una lucha y los acuerdos terminan beneficiando a los más fuertes, por esa mi decisión de no participar con el paro, porque estaba segura que no le estaría apostando a una mejora de la educación, si no que estaría ayudando para que los miembros de FECODE lograsen ejercer presión en el gobierno y encontrar el momento más apropiado para vender los acuerdos. Ojala sean verdad los rumores y los maestros hagan efectiva sus amenazas de desvinculaciones masivas.
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