Mi madre sale poco
Mi madre ve las noticias temprano en la mañana mientras hace los quehaceres de su casa en el oriente de Cali. Cuando puede revisa las redes sociales donde está pendiente de las novedades y todas las medidas que se implementan. Mi madre sale poco de casa, y las veces que lo hace (conforme a las excepciones decretadas) utiliza todas las medidas recomendadas por las autoridades, al llegar a casa limpia todo muy bien, las manos e incluso las llaves de la casa y cambia el tapabocas si es necesario volver a salir. Como a cualquier persona por estos días, le preocupa la situación humanitaria, los que sufren del virus y desde luego la situación económica del país no la deja tranquila.
Luego de regresar de mercar comenta con inquietud que en el barrio vecino vio al menos diez casas que tenían trapos rojos, la preocupación que tenía desde antes le aumenta significativamente y se queda pensando en los problemas de los demás. Busca entre lo que ha mercado y en una bolsa empaca algunas cosas y las lleva a la casa con el trapo rojo más cercana, regresa y piensa que lo que ha llevado es muy poco y que afuera aún hay muchas familias sin qué comer. Mientras piensa en eso ve la Misa transmitida por TV.
Al día siguiente piensa que lo que tiene no le alcanza para repartirlo y cree que si hay alguna recolecta puede llevar un buen mercado a muchas personas, ella no tiene muchos contactos para pedir ayuda, pero recuerda que entre las personas que conoce hay una señora de la Iglesia a la que ella asiste, la Parroquia El Verbo Divino, se contacta con ella y entre las dos recolectan alimentos aportados abnegadamente por los vecinos que la señora conoce, organizan los mercados y salen a comprar algunas cosas más para complementar y terminada la tarea se dirigen a las calles a repartirlo todo, usando las medidas de protección indicadas por las autoridades, terminado el día regresa a casa se asea y desea que toda ésta situación que aqueja al mundo termine pronto y de la mejor manera.
-Anónimo
“Pasajeros del Fluir del tiempo”
Treinta y tres días de cuarentena me han llevado a pensar en lo que el aislamiento social puede llegar a parecerse a un viaje en el Transiberiano.
Considero los dos como un viaje. Como un largo trayecto, en el que no se divisa un destino cercano, un fin.
A los dos viajes me embarqué de forma voluntaria. En uno me monté, literalmente, a un tren, y en el otro era montarme, metafóricamente, o que ese tren me pasara por encima.
Uno fue planeado. El otro me cogió por sorpresa. A todos. Pero entre los dos he notado ciertas similitudes. Aunque sean viajes en los que nos destinamos a un sitio lejano, también son viajes hacia dentro. Son viajes hacia nuestro interior, si se quiere pensar así. Oportunidades (medió forzadas) de introspección.
En ambos se trastorna la noción del tiempo. Pasamos las horas sin saber bien qué hora es, si es por la mañana, medio día o por la tarde. El día y la noche solo se diferencian por la luz que entra a través de la ventana, y cuando empieza a reinar la oscuridad al anochecer.
La comida es, tal vez, de los únicos medios que nos valemos para mantener una rutina. Seguimos desayunando, tomando café, almorzando y cenando. La diferencia es que ahora el vodka que tomábamos en Rusia por las noches, ha sido remplazado por un ritual diario e íntimo con una copa de vino, en mi caso.
Comparo también el espacio. La cabina de 2×4 m del tren, en la que se acomodaban hasta cuatro personas (nosotros solo éramos 3), llegó a resultarme más entretenida que los espacios de mi casa. A veces, me siento más encerrada en los muchísimos metros de más de mi casa, que en esa diminuta cabina.
En el tren también teníamos vecinos, los de la cabina del lado, y de los otros vagones. Viajeros, como nosotros. En nuestra casa también tenemos compañeros de viaje, al lado y en frente. A todos solo los vemos cuando abrimos o cerramos las puertas por casualidad, al mismo tiempo. A unos no los entendíamos, por la barrera del idioma. Mientras que a los otros no los integramos en esta nueva rutina, por aquella barrera del miedo al contagio, que por ahora parece aislarnos a todos.
Cada quién va en su propio viaje, pero siento que todos vamos en el mismo tren. Somos pasajeros en un mismo trayecto, cada uno con realidades diferentes, al igual que quién se sienta a tu lado en un avión, en un tren, en el metro, o quién camina a tu lado en la calle. Cada quién decide dónde bajarse, si es qué hay paradas posibles, y otros escogemos o nos vemos forzados a quedarnos en nuestra cabina, por horas, noches, días y semanas.
La convivencia en los dos viajes ha sido excelente. Si algo he aprendido en mis experiencias al viajar, es saber elegir a mis compañeros. Así como elegí a mi papá y a Marce para hacer juntos el trayecto del Transiberiano, elegí a mi familia en la experiencia de vivir esta cuarentena obligatoria. Ellos son las caras a las que me enfrento todos los días, y no los cambio por otras, aunque a veces quisiera. Vivimos nuestra realidad en conjunto, y cada uno está haciendo su mejor esfuerzo por vivir y dejar vivir al otro este trayecto.
Nuestro propósito al hacer la travesía en el Transiberiano no se trataba de llegar a un sitio como tal, sino disfrutar y vivir la experiencia del trayecto en el tren. Esa misma idea me ha ayudado a sobrellevar los días de cuarentena, que al igual que en el tren, se hacían eternos al principio, y cada vez pasan más rápido.
Me recuerdo constantemente que estamos en un proceso colectivo, y que ninguno de nosotros tiene certeza del destino final, de cuándo tengamos que bajarnos del tren. Al igual que en este, trato de mantenerme entretenida y disfrutar del viaje, que más que en el espacio, transcurre sobre el tiempo.
En ambos casos se multiplican las hora de sueño, de querer estar acostada, mirando al techo que, afortunadamente, me resguarda. El uniforme sigue siendo pijama, eso no lo cambio por nada.
Desde siempre me ha gustado sacar la cabeza por la ventana, para ver el paisaje . En el tren, aunque no podía, observaba con atención la monotonía de la Estepa Siberiana que pasaba rápido por mis ojos. En esta cuarentena, veo desde mi ventana un paisaje en el que los edificios, las calles y las montañas se mantienen fijas. Ahora no hay movimiento, pero sigue primando la monotonía. Pero de repente veo a alguien mirando tras su ventana, como yo, veo unas luces encenderse, otras apagarse. Oigo risas, gritos, aplausos, música y personas pasando tiempo en familia, o solos. De repente la monotonía deja de existir y veo pequeños mundos, como el que hay en mi casa, que me rodean. Dentro de la aparente monotonía de este paisaje, descubro que hay movimiento, que hay vida.
En los dos viajes he escrito, de pintado, me he reído y he llorado. Me he llegado a sentir frustrada, con miedo, con afán por llegar. Pero ante la nula oportunidad de bajarme en medio del movimiento rápido de la travesía, aprendí a disfrutar del momento presente.
Me esperanza que en el Transiberiano haya llegado a un destino tan increíble; a una maravilla natural como el Lago Baikal, el más grande y profundo del mundo. Y, aunque no sé cuál será el destino de este viaje en el que estoy ahora, sé que no se parecerá en mucho al sitio y a la situación de dónde partí.
Me hace ilusión saber que en algún punto tocaré tierra firme, nueva, desconocida. Estamos juntos en esto, y me siento curiosa y a la expectativa por descubrir aquél destino incierto, y adaptarme a este, cómo he hecho en todos mis viajes.
Es normal sentir miedo, pero la esperanza y la impaciencia se combinan para causarme cierta tranquilidad de que llegaremos a un sitio de descubrimiento, tras un viaje de auto-descubrimiento, para conocer el mundo qué existe después de esta pandemia.
Susana Turbay Botero, 22 años
El Poblado, Medellín.
Nota:
En Al Poniente quisiéramos saber cómo ha sido la experiencia de las personas en este tiempo que llevamos confinados en nuestros hogares. Decidimos crear los Diarios de Cuarentena, con la intención de comunicar los sentimientos, sensaciones y experiencias vividas que sentimos en estos momentos insólitos para nuestra especie, a raíz del confinamiento.
Si quieres contarnos cómo ha sido tu experiencia en esta cuarentena, escríbenos tu testimonio al correo [email protected]. Estaremos recopilando todos los relatos que nos lleguen. Les pedimos que nos dejen sus nombres, sus edades y el barrio en el que vive. Pero también, si desean, se puede publicar con un seudónimo o anónimamente.