Somos nosotros: el corazón de la corrupción

No miremos más hacia arriba con el dedo tembloroso. Miremos hacia adentro. Porque el corrupto ya no es solo el político, ni el contratista, ni el que firma decretos en oficinas con aire acondicionado. El nuevo corrupto “y tal vez el más peligroso” somos nosotros.

Sí, nosotros. Los que rezamos en voz alta pero pactamos en silencio. Los que gritamos “¡basta ya!” desde el celular, mientras esperamos que el candidato de turno nos dé el contrato, el mercado o el favor prometido. Nos hemos vuelto expertos en la doble moral: condenamos el robo, siempre y cuando no sea al que nos dio algo.

Hemos perfeccionado la traición como arte popular. Somos capaces de olvidar al que nos ayudó, al que nos defendió, al que nos tendió la mano en los días de oscuridad. Basta que alguien más llegue con un contrato bajo el brazo o un desayuno caliente y prometido, para que nuestra memoria se borre como si nunca hubiese existido.

No nos mueve la verdad, nos mueve el bolsillo. No votamos por principios, votamos por conveniencia. Cambiamos de bando como quien cambia de camisa sudada: sin vergüenza, sin pena, y hasta con orgullo. Porque aquí la lealtad no es un valor, es una moneda. Y la conciencia no es una brújula, es un estómago vacío.

Y en medio de esa descomposición, llegan los tiempos de campaña. Ahí es cuando aparecen los lemas, dulces y rimbombantes como rezos vacíos:

“Con el pueblo, por el pueblo, para el pueblo.”
“Unidos hacemos más.”
“San Andrés primero.”
“Sí se puede.”
“Cambiemos la historia.”

Y nosotros, el coro del cinismo, los repetimos con fervor. Los compartimos, los pintamos en paredes y camisetas. Nos hacemos llamar “el pueblo”, pero actuamos como accionistas de un sistema podrido. Nos venden palabras, y las compramos. Nos compran el voto, y lo entregamos. Nos prometen migajas, y les firmamos el alma.

Nos han enseñado a negociar hasta la dignidad. A maquillar el clientelismo con frases de campaña. A justificar al corrupto “porque al menos me cumplió”.

Y aquí estamos. Exigiendo hospitales mientras vendemos nuestra voz. Pidiendo educación, mientras entregamos el futuro por una promesa de empleo. Nos burlamos del país en ruinas… mientras empujamos los ladrillos al abismo.

El cambio real no depende del nombre en el tarjetón. Depende de lo que estemos dispuestos a dejar de recibir por debajo de la mesa. De lo que estemos listos a rechazar, aunque duela, aunque nos tiente. Porque mientras sigamos vendiéndonos, nos seguirán comprando. Y mientras sigamos cobrando por votar, nos seguirán gobernando los que saben pagar.

“La corrupción no está en la cima: está en las manos del que la sostiene con silencio y la alimenta con su voto.”

Nos duele, porque es cierto. Porque lo hemos hecho. Porque seguimos haciéndolo. Porque la conciencia, aquí, aún vale menos que una recarga.

Pero tranquilos… que esta vez sí es diferente, ¿no?

Jayson Taylor Davis

Soy un abogado sanandresano, especialista y estudiante de la maestría en MBA en la Universidad Externado de Colombia.

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