
“Es nuestra responsabilidad construir un modelo educativo que haga de la equidad su principio rector”
Hablar de educación es remontarnos a los cimientos mismos de la sociedad. En el caso de Colombia, su historia educativa está profundamente marcada por el periodo colonial, una etapa en la que la enseñanza fue monopolizada oficialmente por la iglesia y utilizada como una herramienta de evangelización y control. Pero, más allá de la imposición, también se gestaron resistencias y formas alternas de conocimiento ¿Qué podemos analizar de esta etapa para comprender los retos educativos actuales?
La iglesia católica se erigió como la institución rectora de la educación colonial. Colegios, seminarios y universidades fueron fundados por órdenes religiosas. La Universidad Santo Tomás (1580) y la Universidad del Rosario (1653) son ejemplos emblemáticos de cómo la enseñanza estuvo orientada hacia la formación de funcionarios y religiosos, con un fuerte componente teológico y filosófico (Martínez Boom, 2004).
La evangelización no fue solo un medio de adoctrinamiento, sino también un espacio donde los pueblos sometidos encontraron formas de reinterpretar y adaptar la cultura impuesta. ¿Logró la educación religiosa anular los saberes ancestrales?, o más bien ¿contribuyó a una resistencia encubierta?
La educación formal en la colonia estaba reservada para las élites criollas y peninsulares, excluyendo a los indígenas, afrodescendientes y mestizos. A pesar de ello, la mayoría de estos últimos crearon sus propios espacios de enseñanza. Escuelas clandestinas para esclavos y la transmisión oral del conocimiento en pueblos indígenas fueron formas de resistencia frente a un sistema que buscaba mantener la estratificación social (Tovar, 2019).
La educación colonial, más que un derecho, era un privilegio. Pero, paradójicamente, también en los sectores mestizos se gestaban formas de conocimiento alternativo que desafiaban el monopolio de las letras. Dado que, si bien las parroquias ofrecían escuelas primarias, su cobertura era limitada y su enseñanza se basaba en la memorización de doctrinas religiosas, haciendo que esta fuera la única oportunidad de acceder a la instrucción.
Esto nos lleva a una pregunta clave: ¿la restricción de la educación en la época de la colonia tiene que ver con que hoy en día sea uno de los principales espacios de movilidad social?
Antes de la llegada de los españoles, las comunidades indígenas tenían sus propios mecanismos para transmitir su conocimiento, estos se basaban en la oralidad, la observación y la práctica. Ya lo mencionaba en mi artículo “La educación en la Colombia prehispánica” https://alponiente.com/la-educacion-en-la-colombia-prehispanica/: la colonización intentó erradicar estos conocimientos, pero muchos de ellos sobrevivieron en la clandestinidad y la resistencia cultural. Hoy en día, la educación intercultural bilingüe busca recuperar esos saberes ancestrales. ¿Podemos considerar que la educación colonial fracasó al ver que los pueblos indígenas y las comunidades afrodescendientes lograron preservar su conocimiento?
Las estructuras educativas de la colonia dejaron una huella profunda en el sistema actual. Aún persisten desigualdades en el acceso a la educación, especialmente en comunidades rurales donde se asientan pueblos indígenas y comunidades afrocolombianas. La pregunta que nos queda es: ¿Realmente hemos superado las barreras coloniales? o ¿seguimos arrastrando un modelo excluyente disfrazado de modernidad?
Recordar la historia educativa de la colonia no es un ejercicio de nostalgia, sino un acto de reflexión crítica. La educación fue usada como una herramienta de poder y firmeza, pero también como un espacio de resistencia. Hoy, tenemos la oportunidad de construir un sistema educativo inclusivo y equitativo, que no repita las equivocaciones del pasado.
Si la educación colonial intentó homogeneizar el pensamiento, que la educación del futuro sea un crisol de pensamiento crítico Puesto que, si algo hemos aprendido de la historia es que hay muchos hechos que no se deben repetir.
La memoria educativa de la colonia debe hacernos cuestionar las bases del sistema actual. Si bien, hemos avanzado en términos de acceso y equidad, aún persisten ecos de exclusión por erradicar. La historia nos enseña que la educación no es neutral: puede ser un mecanismo de dominación o una vía de emancipación.
Es momento de asumir un compromiso real con la transformación educativa. No basta con reconocer las falencias del pasado; se deben tomar decisiones concretas para garantizar que la educación no perpetúe desigualdades, sino que las combata. Un sistema educativo verdaderamente inclusivo es aquel que abraza la diversidad, respeta las diferencias y ofrece oportunidades reales para todos.
La invitación es clara: repensar la educación con una mirada crítica y comprometida. No podemos seguir arrastrando las sombras de un pasado colonial que privilegió a unos y silenció a otros. Es nuestra responsabilidad construir un modelo educativo que haga de la equidad su principio rector. Porque solo así podremos convertir la enseñanza en la verdadera herramienta de transformación social que siempre debió ser.
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