Sobre una violación en los predios de la Universidad Nacional, Bogotá.

Despedida de Año Viejo 2024

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La noticia de la violación de que fue víctima una mujer por algún o algunos agresores sexuales, en los predios de la Universidad Nacional de Colombia, en Bogotá, el jueves pasado en la noche generó nuevamente la atención pública. No sin razón. El rector Leopoldo Múnera informó que la víctima está identificada, como una no estudiante (¿era esto necesario?), y que los sospechosos estaban detenidos en una URI. El acto violatorio ocurrido en uno de los consuetudinarios “Jueves de Freud” a los que acuden grupos estudiantiles y jóvenes, al finalizar el semestre, es repudiable, inexcusable y ya los colectivos están en la tarea de no dejar impune a los agresores.

El profesor Diego Torres, miembro del CSU, haciendo eco de los contradictores del rector (es decir, ventrílocuo de la rancia retaguardia de exrectores) expresó en forma oportunista: “El campus está en un estado deplorable”. “Es increíble que uno tenga miedo de venir al campus a cualquier hora, después de ser uno de los lugares más seguros para trabajar en Bogotá”. El rechazo a las rumbas nocturnas y al consumo de alcohol y estupefacientes es tan degastado y rutinario como el azadón de palo y oculta el hecho de que el Campus de la Universidad Nacional se semeje hoy a la Franja de Gaza, no como responsabilidad del actual rector sino por virtud de la larga lista de exrectores, que él defiende (en cuya cabeza está el benemérito octogenario Marco Palacios), que saquearon la Universidad Nacional a su antojo las últimas cuatro décadas.

¿Qué comparable es una rumba estudiantil con el sofá de once millones (hoy cerca de 100 millones) que compró Ignacio Mantilla, con un acto de lobería, al posesionarse como rector en el 2012, que no superó ni Francisco Barbosa con su famosa suite de la Fiscalía? ¿Qué comparable es percibir la aromatizada fragancia del cannabis al circular en los pasillos universitarios (que nos recuerdan que estamos en una universidad pública, pensante, libre ergo plebeya) con los astronómicos beneficios de las empresas paralelas que los anteriores directivos de la UNAL crearon para llenarse los bolsillos, es decir, como directivas muy cercanas a delincuentes con Ph.D.?

El reproche que se le hace al rector Múnera y sus directivas de dejar el Campus al albedrío de los consumidores y expendedores de drogas, al ser permisivos con el consumo de alcohol (destilado en casita, es decir, sin pagar las Rentas a las Gobernaciones de Cundinamarca o FLA), es falaz, hipócrita, oportunista. No es solo comparable con pedirle a la DIAN a que detenga el contrabando, pues está es su función legal. Un rector no es un megadron llamado a espiar la conducta de sus casi sesenta mil estudiantes, ni un padre de familia ubicuo que vele por los descarríos morales de sus hijos. Le cabe a él, por el contrario, dar un ejemplo de solvencia moral, ética, académica. Reconducir, en este momento, una institución minada por el clientelismo de décadas, por las mafias de negociantes que hicieron del mitis mitis un régimen paralelo al legal y estatutariamente en vigencia, por el autoritarismo profesoral y la arrogancia de sus directivas que convirtieron nuestra institución (lo experimenté desde su Sede en Medellín por veinte años) en un entorno irrespirable.

Es muy, muy lamentable los hechos del pasado jueves, que nuevamente ensombrecen nuestra institución universitaria, hechos que aprovechan los llamados medios de comunicación (deben ser calificados más bien de cámaras de asfixia de la democracia, matan la libertad de pensar, de decidir, que ocultan, mienten sistemáticamente a sabiendas, que amordazan duro, y que, cada vez que se llaman a informar, hacen eso: destrozan la verdad) para indicarnos qué debemos haber hecho y por qué no lo hemos hecho. Nunca, desde que tengo uso de conciencia, he escuchado otra cosa en los grandes y monopólicos medios informativos más que estigmatizar a la universidad pública, nunca he conocido un periodista que piense con honradez, con valor civil ante las cámaras (o, mejor dicho, nunca lo han pasado al aire). Siempre han predicado que la universidad pública debe observar la disciplinan de cuartel, de convento. La señalan como orfanato de desadaptados, nido de capuchos (¿no son los de ESMAD otros capuchos?) que esconden la identidad sospechosamente, de drogos peligrosos.

Con esta lógica de autoritarismo fascistoide, que es lo contrario a la resistencia libertaria agraviada, se desmantelaron las residencias en la Universidad Nacional, en la era de Marco Palacios, se clausuran los restaurantes universitarios (la comida era bastante mala, por cierto), se silenciaron las desapariciones de estudiantes por el DAS de Turbay Ayala y se negó la masacre del 16 de mayo de 1984. Sí, sí, sí profesor Torres, desde 1984 tengo miedo de venir el campus, pasar la puerta de la 26 y rememorar (estuve presente) a los que fueron asesinados esa tarde luctuosa. Frente a estos hechos, frente a esta política de la no verdad, de la no reparación, ¿qué es una revuelta que deteriore una puerta del Transmilenio? La verdad está en marcha…


[1] Profesor Universidad Nacional (Sede Medellín). Universidad de Antioquia

Juan Guillermo Gómez García

Abogado de la Universidad Externado de Colombia. Doctor en filosofía de la Universidad de Bielefeld, Alemania. Profesor UN y UdeA.

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