La RAWA (Asociación Revolucionaria de Mujeres de Afganistán) creada en 1977 por Meena Keshwar Kamal, una joven estudiante de la universidad de Kabul, que dejó las aulas para iniciar una larga lucha social. Educar a las mujeres sobre los diversos roles que pueden tener en la nación islámica, informarlas acerca de sus derechos, y posibilitar la libertad de expresión para ellas. Tarea nada fácil en un país que ha tenido seis tipos de gobiernos durante los últimos 35 años, y que cuenta con el mayor número de tropas extranjeras que, en medio de su tire y afloje se han apropiado del petróleo afgano y de los contratos más rentables sobre los elementos minerales del país.
El gobierno de turno de aquel entonces, apoyado por la ocupación militar soviética, dio la orden para asesinar a Meena tras diez años de lucha por los derechos de las mujeres en su país, de alfabetizarlas, mostrarles otras opciones de vida por fuera de lo establecido por la ley, poner en evidencia la corrupción del gobierno y su infame trato hacia la población civil, velar por los derechos de las niñas en el país con la mayor tasa de mortalidad infantil en el mundo, abrir escuelas en Pakistán para las refugiadas afganas que salían despavoridas de un campo minado por los rusos, y de financiar centros hospitalarios para la atención de mujeres gestantes, para que dieran a luz en condiciones más salubres y dignas. El homicidio de Meena en 1987, el de su esposo en 1986, y la desaparición de sus tres hijos, fue el impulso para que la semilla de su revolución germinara.
¿Por qué una joven mujer sin influencias en los altos cargos, inquietaba al gobierno? Por no guardar silencio, porque nunca fue sumisa. Ella comunicó sobre la situación de Afganistán en la revista Payam-e-Zan que llegó a tener acogida en varios países de Europa, buscó la ayuda de organizaciones internacionales para financiar sus proyectos sociales y el mundo, de repente, empezaba a poner sus ojos sobre aquel olvidado lugar de oriente que se desangraba a causa de las bandas narcoterroristas que traficaban opio, del gobierno corrupto que empobrecía cada vez más a su pueblo, de los grupos fundamentalistas muyahidines que comenzaban a tomar fuerza, sacando a la mujer del escenario público, y de las tropas rusas con sus continuas violaciones a los derechos humanos. El mundo moderno y libre, no quería ver la sombra que a pasos acelerados cubría un Afganistán que se iba tiñendo de gris.
Esto pasaba en los 80’s, cuando occidente apenas intentaba comprender lo que vivía este pueblo musulmán golpeado por la guerra, saqueado por quienes habían prometido defenderlos, y desplazado por la codicia de un puñado de corruptos. El mundo se estremecía entonces, con la imagen de “La niña afgana” en la portada de la revista National Geographic, poniendo la atención de los medios internaciones en Afganistán, logrando que algunos gobiernos enviaran fondos que no llegarían nunca a los bolsillos humildes de la gente que moría de hambre, pero sí a las cuentas bancarias de la exclusiva élite afgana. Y mientras tanto, la RAWA continuaba alfabetizando a mujeres y niñas en los campos de refugiados en Pakistán, continuaban trabajando con los escasos fondos donados por personas interesadas en el futuro de las huérfanas olvidadas en una sociedad que oprimía cada vez más a las mujeres. Para aquel entonces, tomaron una decisión muy cuestionada; no darían en adopción a las niñas que tenían a su cuidado. La RAWA lucha por un Afganistán libre, liberado por el mismo pueblo. Mujeres que le entregaban sus vidas a estas niñas, las educaban con esfuerzo, las cuidaban con amor y les enseñaban a cuidarse unas a otras, a no olvidar sus raíces y a no odiar a su país, sino a luchar porque sea un lugar más justo para las mujeres, y de esa misión fue retomada por muchas de aquellas niñas que no llegaron a los hogares europeos, sino que fueron formadas como revolucionarias, en lo personal y en lo público, que al llegar el momento decidieron trabajar para la RAWA. Otras continuaron con sus vidas como mujeres del común.
Con la llegada de Los talibanes al poder, no detuvieron sus misiones, no se acobardaron, se hicieron más fuertes. Usaron sus burkas como caja fuerte, guardando documentos que evidenciaban las atrocidades que les hacían a las mujeres, ayudaron a cientos de mujeres y niños a cruzar la frontera para salvar sus vidas, se enfrentaron día a día contra la tiranía de los talibanes, recolectando pruebas y denunciando sus actos ante la corte penal internacional, continuaron con las clases de alfabetización y enseñanza básica de manera clandestina, prepararon a muchas mujeres para atender emergencias médicas, dieron asilo a las viudas que pidieron su ayuda. Muchas mujeres de la RAWA fueron asesinadas, muchas se encuentran desaparecidas, y hasta el día de hoy continúan con su valiente labor. Son unas heroínas que lucharon por la educación en un país que cobraba con la vida la formación académica de las mujeres.
Las mujeres afganas no son débiles, llevan sobre sus hombros el peso de la lucha, de la búsqueda incansable por la igualdad. Son muy inteligentes, han sabido burlar todo tipo de leyes absurdas para sentirse bonitas con un poco de labial sobre sus labios, se han salvado unas a otras con un valor increíble. Las mujeres afganas son unas fieras, han tirado el burka al suelo para caminar ligeras por los corredores de la universidad, y aunque todavía existen prohibiciones para ellas en las zonas rurales, la lucha continúa, siguen fuertes e inquebrantables, siguen unidas.