
Ante el interrogante, que con malicia solapada lanza a la opinión el exministro de cultura Juan David Correa “¿Están todos los intelectuales desencantados del gobierno?”, queda solo el “¡plop!” de Condorito. No, miles de intelectuales, no lo están, en el entendido de que algún grupo de investigación académico, los tenga registrados (como hace la registraduría con nuestras identidades), es decir, que tras la categorización de intelectuales, haya un aproximado conceptual, estos indefinidos innúmeros no están desencantados hoy con Petro, por la sencilla razón de que el intelectual por su propia naturaleza es un desencantado, un crítico radical de las instituciones estatales que nos oprimen y de la sociedad que nos asfixia desde la sala natal hasta la tumba.
Señor exministro de cultura Correa no estamos desencantados de este gobierno, sino de los anteriores, desde, al menos, del Frente Nacional. Estuvieron desencantados todos los intelectuales con Guillermo Valencia (quien gritó al llegar De Gaulle “Viva España” y propició Marquetalia), con Alberto Lleras Camargo y su primo hermano Carlos Lleras Restrepo, quienes hicieron hasta lo imposible para que fuéramos un protectorado gringo y se confabularon para timar las elecciones presidenciales a Gustavo Rojas Pinilla y ceder el triunfo fraudulento a Misael Pastrana (Patraña) Borrero (que firmó el Pacto de Chicoral) y etc. etc. También estuvimos desencantados, es decir horrorizados de Julio César Turbay Ayala con su Estatuto de Seguridad (nuestro Pinochet con corbatín), con Ernesto Samper Pizano (que se entregó a las mafias caleñas) y al sucesor del padre de Pastrana, un inepto que no merece mencionarse en los anales del republicanismo que nos legó Simón Bolívar. Estuvimos extremadamente horrorizados de los crímenes de la UP, en un interregno mortal, que se mantiene impune. Estuvimos muy desencantados, anímicamente abrumados con la “Seguridad Democrática” que ovacionó al genocida Mancuso en el sillón presidencial del Congreso y dio la orden de los falsos positivos. Estuvimos desencantados, horrorizados de la hijuela del caballista de Salgar, Iván Duque, escogido con saña arriera por ser el más malo, el más mediocre, el más impúdico de su gavilla. Estos fueron los desencantos abismales de los intelectuales.
No, no señor exministro Correa (que no salió por la puerta del servicio de Palacio, que le hubiera dado dignidad, sino por la de la deslealtad a la figura presidencial): los intelectuales estamos muy activos, en cada rincón de Colombia, en cada sitio donde nos pongan a defender a un gobierno que vela por los de abajo, que ha dado la esperanza de una Colombia que había sido entrevista durante dos siglos, desde su grito de Independencia un 20 de Julio, y luego refrendada por Batallas heroicas, como las de Boyacá y Ayacucho , la Colombia rebelde que reviró con José María Melo y sus artesanos y que, un siglo después, desafió al régimen oligárquico en las calles con el plebeyo Gaitán… hasta que lo asesinaron. Esta es la historia de los desencantos que su frágil moral de exminsitro, señor Correa, le impidió afrontar: la de las consecuencias de ponerse al servicio de esa nación plebeya, de los de abajo.
Porque lo que usted no ha entendido, refugiado en un nicho de “lanudos”, como los llamaba Bolívar, es que la guerra de la nación y sus intelectuales no se libra en una oficina ministerial de la capital. Los intelectuales no son el listado que usted, en una afelpada cómoda capitalina presentó a la opinión pública. No porque el listado sea invalido, sino porque este listado de intelectuales genera profundas sospechas (la sacó de su agenda viciada de Planeta). Podríamos calificar a algunos de ellos con el epíteto de “traidores”, si hubieran, con anterioridad, defendido una causa válida y valerosa.
Los intelectuales están en las calles, los vimos marchar a la Plaza de Bolívar el pasado 18 de marzo, con pancartas y estribillos… Petro, Petro, Petro; hubo muchos y muchas indígenas, muchos y muchas de la tercera edad en condiciones adversas (pese a que sean octogenarios, pero a los octogenarios les queda el teclado moral de la barricada), para protestar por lo fundamental, por las reformas a la salud, la pensional, la laboral, la agraria, la educativa (que facilitó hundir la exministra Aurora Vergara con su indolencia), pues sin esas reformas sociales no hay ni habrá la nueva Colombia por la que votamos once y medio millones de ciudadanos. No supura este callejero intelectual por la herida abierta de una renuncia que nadie le entendió ni generó cisma, como su ego desmedido quisiera presuponerle.
La tarea histórica de Petro se libra hoy en las calles, en los barrios marginados, en las aulas universitarias; en las marchas multitudinarias; se libra en el Referéndum que debemos ahora promocionar y debatir (no veo a ninguno de su anémico listado de intelectuales haciéndolo). Porque lo que hay que promocionar públicamente es que se cierre el Congreso, que se remueva la Junta del Banco de la República, que se saque a escobazos a los magistrados corruptos de las altas Cortes, que se denuncia a los corruptos que CNE, que se propicie la trasparencia del Estado, que las elecciones no sean la empresa mafiosa de los mafiosos en las provincias… Que pues se cerque política y moralmente a los grandes medios de desinformación. La tarea educativa y cultural del Estado es esa en primer lugar: defender a “capa y espada” (disculpen la metáfora ibérica) en cada esquina y en cada barrio, en cada mesa familiar, en cada cantina de un pueblo, en cada viaje de Tranmilenio, en la mesa familiar, en los foros universitarios… defender pues la consulta para decidir el futuro de las reformas de este gobierno, el futuro de otra Colombia.
Pero preguntemos o mejor repreguntémonos ¿qué son los intelectuales, los intelectuales desencantados de Petro, según el exministro Correa? Del exministro Correa para abajo la lista que proporciona es equívoca, confusa, inútil. El ministro Correa se presume el vocero de la lista y ser el abanderado del desengaño de este gobierno (más suerte tuvo Bolívar de tener un abanderado como el miniaturista José María Espinosa), quien por sus resultados no logró anteponer sus funciones a su vanidad y sobre todo satisfacer los desafíos inconmensurables de ser Ministro de Cultura, que en realidad debe ser (con el de Educación) el más importante ministerio en un país tan huérfano de saber de la “Colombia querida”. Los intelectuales, que no están en su confuso listado, son otros: los campesinos, los grafiteros, los desempleados, los artesanos (hijos de los taitas precolombinos), los trabajadores del magisterio (hoy perseguidos por el Alcalde Galán por marchar), las madres solteras cabezas de familia que aún nos les llega su renta básica. Etc. etc. etc. Intelectual es cada ciudadano valiente y comprometido que piensa y desea cambiar a fondo la república de lanudos y sus intelectuales de aire colonial. Y ellos no están desencantados, son airosamente osados como el estudiante de la Universidad del Atlántico que le dio su merecida paliza pública al exministro Mauricio Cárdenas Santamaria; estudiante intelectual universitario de provincia que no es un Héctor Abad Faciolince, mercenario mal pago de la OTAN.
Todos los días, en cualquier eventual conversación, en el ascensor de mi edificio o en un pasillo universitario, se me pregunta, como si fuera el escudero de la Casa de Nariño (osado Nariño fue traducir los Derechos Humanos en 1792, el año en que guillotinaron a Luis XVI), si puedo telepáticamente moderar la conducta del impulsivo Petro. Lo hago, sin los resultados que esperan mis vecinos, mis colegas, mis familiares, mis copartidarios. Petro precisa otros Petros u otras Petro, mejor dicho, que radicalicen las pretensiones del cambio, que profundicen los desafíos, que sigan manteniendo la mecha de la rebeldía ciudadana plebeya prendida. Estxs son lxs intelectuales no desencantados…
[1] Profesor Universidad de Antioquia y de la Universidad Nacional (Sede Medellín).
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