“Ningún sistema prevé la corrupción humana. Los viejos decían: ¡hecha la ley, hecha la trampa! No existe ni existirá ninguna norma que controle la bestia desbocada de corrupción humana.”
Tantos postulados, tantos axiomas, tantas teorías. Todas en un grado intelectual estándar, pero parece ser que nosotros hemos estado descendiendo en el procesamiento y en la comprensión de ideas. Primeramente se antepone un constructo social al poder de la mente de entretejer ideas. Finalmente puedo pensar lo que me da la gana y decir que es respetable porque si alguien o algunos no lo aceptan, puedo catalogarlos o catalogar a esta sociedad de retrógrada y totalitaria. Puedo ser libre para pensar que cualquier estupidez que salga de mi retorcido cerebro puede ser ley de una minoría. Pero cuando intento domar las leyes naturales fallo en mis predicciones estructuradas. El depredador no va a dejar de devorar a su presa por mucho que intente, desde una construcción sociológica, humanizar su actuar.
Después de mirar todo eso, concentro mi atención en la sociedad. Pese a que muchos no comprenden los intrincados pensamientos humanos, ¡y son mayoría!, la racionalidad instrumental acorta ese enmarañado y estructurado sistema, planteando el siguiente argumento: “esto por muy bonito que lo vendan no funciona”. Hoy día hay infinidad de escuelas de pensamiento, cada una intentando buscar la construcción de la sociedad perfecta. Utópica en ideales, rica en argumentos, pobre en actuación. Y cuando actúa, deja las situaciones peor que antes. Sin embargo, nos aferramos que lo de antes no era lo mejor. Y ahí vamos flotando en un espiral de argumentos y contraargumentos, sin gravedad que pueda decantar una idea sólida en beneficio de todos en sociedad. Y si decanta, la sintética fuerza de pensamiento social la remueve y la hace flotar nuevamente.
Cuando escuché por primera vez la canción “Space Oddity” en la voz de Mark Velvet me impactó. En mi mente rondó la idea que una pieza tan bien estructurada no podría ser creación moderna. De inmediato le escribí a mi gran amigo Jarol Ferreira. Desenmascaró mi inquietud. La obra original es creación de David Bowie. Traigo esto a colación porque pese a que no pareciera tener relación alguna con el tema de esta columna, me sumergí en la canción y una parte de ella, utilizando un traductor promedio dice: “Estoy sentado en una lata, muy por encima del mundo. El Planeta Tierra es azul. Y no hay nada que pueda hacer”. Nadando en ese calmado mar de la desesperanza del Mayor Tom, en esa quietud, en esa tranquilidad que viene a recordarle a Tom que aunque muera nada cambiaría, la tierra seguiría siendo azul, de igual forma nuestra sociedad. Pueden morir mil mártires. De hecho a diario mueren varios, no hay nada que podamos hacer.
Miradas alternativas a estudios y análisis recientes en materia política, por ejemplo el del Barómetro Mundial del Open Society Foundations publicado en septiembre de 2023, han demostrado que la población quiere resultados satisfactorios, particularmente los jóvenes. Pese a conocer las bondades de la democracia, pierden interés en conocer la profundidad turbulenta de la misma, con sus quiméricos faros hacia puertos tranquilos de postulados y teorías de justicia social. De hecho pareciera que no les interesa cualquier sistema. Simplemente quieren el nivel de bienestar que algunos sistemas conocidos y disputados no pueden darle, pese a estar cimentados en inmaculados pilares de justicia social.
Ningún sistema prevé la corrupción humana. Los viejos decían: ¡hecha la ley, hecha la trampa! No existe ni existirá norma alguna que controle la bestia desbocada de corrupción humana.
Los flujos migratorios latinoamericanos muestran la astucia nuestra en acortar puntos normativos en otros países, especialmente en aquellos con un mayor grado de desarrollo social, institucional, económico, y tecnológico. Vemos el vacío de una norma social y por ahí nos metemos. Ese acortismo choca con su conjunto de valores y principios sociales que, pese a que no están escritos en normas, sus habitantes tienen conductas sistemáticas de comportamiento que son transmitidos de generación en generación. Entonces, luego de un camino recorrido, nos adaptamos al nuevo sistema, posterior a un tortuoso acoplamiento conductual. Y si lo hacemos, es porque vemos que cumple. Nos da un nivel de bienestar tal que nos abre la mirada y el raciocinio, cuestionándonos nuestros lugares de origen. De esta forma, podemos estar en China o en Estados Unidos y pasar nuestra restante y corta vida en ellos acoplado y cohesionado por el nivel de bienestar mayor a nuestro lugar de origen.
Incluso en nuestros países, no nos importa el sistema, no nos importan los pilares intrincados de postulados y teorías sociales, solo que la «cosa» funcione. Pero, ¿podemos hacer que funcione? ¿Podremos anteponer el interés colectivo frente al interés particular? ¿O será solo un asunto «interesante» del que hay que reflexionar comunitariamente, pero pospuesto porque hay «asuntos» más importantes que tratar?.
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