“Podemos ser las mejores en todos nuestros roles, sin embargo, somos humanas. Y como humanas que somos, también tenemos derecho a llorar y a quebrarnos ante las injusticias y los dolores del alma”.
Vivimos en un mundo machista. Reconozco que con el pasar de los años, en diferentes naciones se han diseñado políticas públicas para asumir, de alguna manera, la deuda de género que históricamente existe. Sin embargo, la lucha persiste por la eliminación de las brechas sociales existentes entre mujeres y hombres, tanto en Colombia como en otras sociedades de Latinoamérica y el mundo.
La ‘Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana’ se publicó en Francia en 1791, siendo el primer hito y avance significativo para mejorar las condiciones de vida de las mujeres a nivel mundial. Durante la lucha feminista, han sido tres las exigencias más importantes: el derecho al trabajo, la protección contra la violencia de género y contra el acoso sexual. A pesar de esta declaración, y como bien pasa en muchas regiones, nuestros derechos han sido vulnerados de manera sistemática y constante.
El estudio realizado por WIN – Mujer (Women’s Infor Network) en 2017, en el que se encuestaron a 5.982 mujeres en 11 países de Latinoamérica, 500 de las cuales fueron hechas por el Centro Nacional de Consultoría (CNC) en Colombia, reveló que el país es uno de varios en donde sólo el 20% de las mujeres siente que les respetan sus derechos. Y si esa es la percepción, hay de qué preocuparnos.
En Canadá, el 93% de las mujeres consideran que sus derechos son respetados, lo que hace que esta nación sea un ejemplo para muchas otras en la lucha contra la discriminación y la promoción de derechos humanos. Mientras en Latinoamérica el 36% de las mujeres se sienten respetadas, en América del Norte el porcentaje es del 84%.
Pasando de las cifras a lo humano, hay que entender que todo esto es resultado de una cultura machista y patriarcal instaurada desde hace miles de años. Cuando somos niñas, ni en las escuelas y mucho menos en las familias se nos habla del importante papel que tenemos dentro de una sociedad. Nuestra fortaleza y capacidad de resiliencia, entre otras cualidades, aún no son reconocidas en diversos ámbitos sociales, dejándonos en un segundo plano al reconocer de manera parcial nuestros derechos.
A pesar de esto, es evidente que si existe de manera constante una voluntad política en los países, casos como el de Canadá pueden ser replicados para que las sociedades, de manera consciente, articulen todos sus estamentos y organizaciones en función de reducir las brechas de género, especialmente en las esferas políticas y económicas. Para ello, el diseño e implementación de políticas públicas para la equidad de género, debe ser para los países una tarea prioritaria en la que participen mujeres de diferentes sectores y niveles sociales.
Es así como nosotras, las mujeres, debemos comprender que nuestra esencia no debe perderse. Entender que los avances que se han logrado y se seguirán logrando sobre nuestros derechos, aportan y fortalecen a la sociedad en todos sus aspectos, construyendo así, naciones ricas culturalmente, en donde podemos ser y alcanzar todo lo que algún día soñamos.
Merecemos recibir las mismas oportunidades que los hombres, sobresalir, ser tenidas en cuenta y por supuesto, ser valoradas y amadas. Tenemos voz y debemos expresarnos sin miedo. Enfrentar con valentía todo lo que nos lastima y amenaza. Podemos ser las mejores en todos nuestros roles, sin embargo, somos humanas. Y como humanas que somos, también tenemos derecho a llorar y a quebrarnos ante las injusticias y los dolores del alma.
Pero no lo olvidemos: nuestra resiliencia nos hace únicas para continuar luchando. Queremos y podemos llegar tan lejos como lo hemos soñado.
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