Sin la guerra, ¿qué podríamos ser?

1 año de guerra, 71 años de deporte. 10 años de guerra, 2.100 años de cultura.

Esas son las cifras del presupuesto colombiano: el presupuesto del Ministerio de Defensa equivale a 71 años del presupuesto para el deporte.  Y 10 años del presupuesto de Defensa en Colombia, en 4 años de Uribe y 4 de Santos (2007 – 2014), equivalen a 2.100 años del presupuesto actual para el Ministerio de Cultura.

No estoy hablando del costo en vidas, ni en horrores y dolores, de nuestras muchas guerras, solo estoy hablando del presupuesto de Defensa.  No están en esas cifras los costos del atraso del desarrollo de este país por culpa de haber destinado durante años buena parte de nuestros recursos a una guerra atroz, en la que todos hemos perdido, en la que todos somos víctimas.

30 billones de pesos es el presupuesto en 2016 para el Ministerio de Defensa de Colombia. 420 mil millones de pesos, 71 veces menos, es el presupuesto para Coldeportes. Y escucho en Caracol Radio que el Ministerio de Hacienda anuncia recorte del 40% para ese presupuesto para el deporte… mientras que nuestros deportistas y sus entrenadores (¡esos aún más olvidados!) compiten en los Juegos Olímpicos y logran los mejores resultados de la historia, llenando de emoción a un país, y mostrando a Colombia como una posible potencia deportiva en Latinoamérica (solo Brasil y Cuba superan los resultados del país en estos Olímpicos).

Hace 25 años hicimos una cuenta similar en Surgir, una ONG centrada en prevención de consumo de drogas: con lo que costaba una bala para revólver calibre 38 en el expendio oficial del ejército, podíamos trabajar con 22 niños y niñas en programas de desarrollo de habilidades para la vida. Cuando hicimos esas cuentas, en Medellín morían de manera violenta, la mayoría a bala, 6.700 personas al año: 6.700 x 22 = 147.400.  Por cada bala que llegó a los cuerpos de esos 6.700 jóvenes que vimos y sentimos asesinar podríamos haber trabajado con 147.400 niños y niñas, y con sus docentes y familias, en programas de autoestima, de educación sexual (sí, educación sexual), de prevención de consumo de drogas, de conocimiento y reconocimiento de sí mismos y del otro.

La política trabaja con 3 palabras, con 3 conceptos, con 3 ideas: la esperanza, los hechos y los símbolos.  La esperanza es la base, pero si no se logra traducir en hechos concretos, de poco sirve la política.  Y, si a esos hechos se les suma un alto valor simbólico, se convierten en nuevos referentes, en nuevos íconos, en nuevos sueños.

Decidir, en política, en qué se invierten los recursos, es tan sencillo como en la vida personal y familiar.  Soy hijo de un ama de casa y de un obrero de fábrica, que apenas sí habían estudiado la educación básica.  Nací en Medellín, en la famosa Comuna 13, más exactamente en la carrera 99 A número 48 – 30, en el límite de San Javier con El Socorro y Juan XXIII. Y en mi casa les tocó a mi mamá y a mi papá decidir en qué invertían lo que entraba: en pintar la casa o en mandarnos a un buen colegio.  La casa se quedó sin pintar durante años, hasta que crecimos y los 4 hermanos dedicamos una parte de las vacaciones a pintarla.  Pero fuimos a un excelente colegio, el Instituto San Javier, propiedad de dos antropólogos raros que educaron a toda una generación de ese barrio: Inés Solano y Graciliano Arcila, doña Inés y don Graciliano, como les decíamos, y quienes vivían en el propio colegio (valgan estas notas como recuerdo y como homenaje a ellos, por su sabiduría como educadores y por su maravillosa manera de ser y hacer).

Este país se ha gastado años de su presupuesto en ejércitos y policías. Y ni siquiera se puede decir que se lo gasta en buenos sueldos para soldados y policías, que ya sería algo por lo que representaría en exigencias de formación y de actuación.  Sueldos y condiciones tan malas que, detrás de los más de 3 mil asesinatos cometidos por soldados y que se hicieron llamar “falsos positivos”, estaba la “motivación” de unos días libres para esos soldados: pagar con la muerte de una persona unos días libres era una manera horrenda de compensar las condiciones salariales y laborales.  (Nota para los extranjeros que lleguen a leer este artículo: el ejército colombiano mató más de 3.000 jóvenes que secuestró y asesinó para hacerlos pasar como guerrilleros dados de baja, y eso se hizo durante los 2 períodos de gobierno de Álvaro Uribe, con, entre otros, Juan Manuel Santos como Ministro de Defensa).

Medellín viene invirtiendo desde 2004 entre el 30% y el 40% anual en educación. Y entre el 3.3% y el 5% en cultura. Y también entre el 3% y el 5% en deporte, con picos mayores en el 2009 y 2010 por la realización acá de los Juegos Suramericanos, con 3 éxitos tremendos: Colombia campeona de los juegos, todos los escenarios abarrotados de público porque la Alcaldía de Medellín decidió que todos los deportes tuvieran entrada libre, y un impulso maravilloso para esa transformación reciente de Medellín. En el 2003, las cifras de los presupuestos públicos eran totalmente diferentes: menos del 12% del presupuesto para educación y 0.68% para cultura.

Y en esas inversiones mayores en educación, cultura y deporte las 3 palabras de la política han sido claves: esperanza, hechos y símbolos.  Hoy, los proyectos educativos, culturales y deportivos de Medellín son referentes, son íconos y son generadores de sueños.  Son factores de inclusión, de equidad, de calidad y de oportunidades.

Mientras el presupuesto para mantener la guerra sea 71 veces mayor que el que se destina para el deporte, o inmensamente mayor que el de la cultura, no podremos avanzar en esa necesaria tarea de aprender a apreciar la propia vida y de aprender a convivir con los otros, que es hoy el principal reto de este país.

Sin la guerra, ¿qué podríamos hacer?

Sin la guerra, ¿qué podríamos ser?

Jorge Melguizo

Consultor y conferencista en gestión pública, proyectos urbanos integrales y cultura. Asesor del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires en Hábitat e Inclusión.