Sin ciudadanos no hay cambio

Empecemos por decir que el cambio, cualquiera que este sea, no es único y exclusivamente propiedad de un discurso político y su respectiva ideología. Todos debemos plantearnos la difícil pregunta de qué sociedad queremos. En eso radica ser ciudadano. De acuerdo con la Real Academia Española, ser ciudadano es ser miembro activo de un Estado, con derechos políticos y deberes legales. De ahí que, implica participar en la vida de la comunidad y comprometerse con su desarrollo. Inclusive, el ejercicio real o efectivo de la ciudadanía implica la expansión de las libertades. El problema pasa cuando el poder político nos toma por menores de edad que requieren su guía y tutela.

Renunciar a pensar es un acto de suicidio de la ciudadanía. Plegarse al discurso oficial del poder de turno es precisamente eso. Renunciar a pensar. Se puede ser partidario, pero, aplaudirlo todo y de paso, excluir al Otro por pensar, es decir, cuestionar al poder, es otra cosa. Lamentablemente, pasamos de señalamientos emanados del poder tales como: guerrilleros de cafetería y de civil, a ser tildados de nazis, fachos y demás. La retórica del poder va encaminada a eso, a excluir al Otro. Eliminar al Otro disidente. La izquierda lo sabe muy bien, pero creo que aún no acaba de entenderlo cuando se da licencias de graduar al contradictor de lo que se le ocurre.

Renunciar a pensar es también caer en la tendencia peligrosa del culto a la personalidad del líder. Para bien o para mal, los nuestros son tiempos de caudillos, cuando no, de autócratas. Ellos saben que es lo mejor para nosotros. Para el mundo y ahora, hasta el universo fue alcanzado por su manto paternalista. Difícil trabajo tiene los que se atreven a nadar contracorriente. Especialmente, académicos, pensadores y demás, que se deciden a pensar por sí mismos. Aquellos que se niegan a comprar paquetes de ideas, como decir que ser de izquierdas es ver a Venezuela y Nicaragua como dos democracias garantistas.

Pensar críticamente es fundamental. Una cosa es ser proclive a un proyecto político y otra, es no advertir comportamientos autoritarios en la figura de un mandatario. Querer que las personas pasen horas frente a un televisor viendo y escuchando a un gobernante en su hora de descanso va por esa línea. El poder debe tener límites en una democracia. En especial, cuando ese mismo poder cuenta con canales oficiales, de ahí que, dejen a las personas en libertad de escoger. En eso radica la ciudadanía, en abogar por la construcción de una sociedad donde se tenga la oportunidad de elegir y no se predique la imposición como altruismo democrático.

Para finalizar, vivimos tiempos donde el arte fue sustituido por el espectáculo, la información por la propaganda y, la política fue convertida en un acto de fe. Se llenó de dogmáticos convencidos. Creen que nos hacen un bien. Que los demás son simplemente privilegiados que no entienden. Que son uribistas. Así de simple es el asunto. Los análisis de superficie son la consigna de los opinadores contratados para distraer y confundir, mientras, habrá que preguntar: ¿por qué tanto interés en el control de la percepción? Por qué le interesa al poder de turno el tema. La cuestión ha sido evaluada por filósofos, literatos y especialistas en temas de comunicación. Como olvidar a Arendt cuando señala que el mal radical surge cuando los hombres dejan de pensar. Cuando aceptan el mundo tal como es sin cuestionar. Sin reflexionar. En algún momento se pensó que el acceso a la información era fundamental para diezmar el control del poder sobre la información, lo cierto es que, estamos sobreinformados. La propaganda se tomó tanto las redes sociales como los medios de comunicación masiva de vieja data. Estamos en un enjambre, como lo expone Byung Chul Han, donde no se escucha, solo se teclea. En tal sentido, nos topamos con un caudal de información que da como resultado que, a través de las diversas versiones de un mismo hecho, se termine por no creer en nada. Arendt dirá que un pueblo que no puede distinguir entre la verdad y la mentira es un pueblo privado de poder pensar y juzgar. Cabe advertir que, sorprende de parte de algunos intelectuales el rechazo a quienes cuestionan al gobierno presumiendo una mal querencia hacia la persona del Presidente, cosa que, no fue advertida cuando muchos presentamos críticas al Uribato. Parece que lo primero es por odio y lo segundo, pensamiento crítico.

Urge la construcción de una ciudadanía activa y crítica con el fin de construir el sujeto de la democracia. Una que abogue por acuerdos parciales. Que reconoce la fragilidad del consenso tan necesario para avanzar. El debate es importante, pero debemos ponernos de acuerdo. Gobernar es buscar soluciones factibles, deseables y viables construidas mediante acuerdos parciales. Nadie busca una sociedad donde todos pensemos igual, lo cual sería un tedio. Se trata de reconocer los antagonismos sin liquidar la legitimidad del contrario, como cuando se acusa libremente al Otro de nazi. Es fundamental distinguir la diferencia entre creyentes, fanáticos y fundamentalistas, ahora que la política es vista como un acto de fe.

Juan Carlos Lozano Cuervo

Abogado/Magister en filosofía. Profesor universitario

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