Perspicaz por oído, pero atenta por profesión. No supe dar mejor definición de quién es, en esencia, Natalia Orozco, la directora y guionista del Silencio de los fusiles, documental colombiano del presente año que debutó a mediados del mes de julio en las salas de cine del país.
Bajo cierto tinte de sentimentalismo, este largometraje recrea de forma simbólica y sutil aquellos momentos claves presentados durante las negociaciones de paz en La Habana, anticipando un breve recuento de su paso inicial por el Reino de Noruega, hasta la firma definitiva que declaraba el pacto entre ambas partes y el silencio de los fusiles que durante más de cincuenta años callaron y debilitaron la esperanza de muchos colombianos, que día a día y noche tras noche, aguardaban cualquier fin de combate que, cuyo impacto resulta crucial, como señal de una futura negociación que le dijera “¡No más!” a las armas.
Más allá de entender la importancia de los acuerdos como una nueva oportunidad de reencarnar el labrado del sendero de la esperanza y de la nueva ola de Colombia, cuyo fin próximo es el alcance de la paz, es necesario que todos entendamos aquellas consideraciones que no son posibles justificar por medio de un sí o de un no, ni por medio de expresiones que tergiversan las verdaderas intenciones con las que dos enemigos con poder y fuerza militar, deciden dejar a un lado sus diferencias y sentarse a dialogar para definir el rumbo de un país. Aquel análisis expresado sólo es posible mediante el uso de una mirada centrada en el interior, tanto lo más interno —nunca antes divulgado por los medios masivos de comunicación— como la doliente y muy secreta intimidad de los actores de este episodio que, sin lugar a dudas, deja una huella enorme en la historia nacional.
Dicha radiografía de lo acordado resulta imperante frente al análisis concedido a la llana estructura de su contenido dada la majestuosidad de su importancia porque, si algo le enseñan a uno en la casa, es que la intención cuenta más que lo dicho o hecho.
El documental parte de una extracción del discurso de la primera posesión de Juan Manuel Santos como presidente de la república, en el cual sentencia su total apoyo al combate y el alce en armas en contra de los que “por años han reclutado niños y masacrado violenta e inhumanamente a miles de personas”; este recuerdo se contrasta minutos después con las declaraciones dadas por él a la periodista y directora de esta obra del séptimo arte, donde asegura que era consciente de la necesidad de las negociaciones para el fin del conflicto.
Sin duda alguna, dos momentos muy divididos por su intención y corazón, deslumbran por medio de su representante, todas las más duras opiniones que se tienen a favor de la guerra y que con la prestación de una mirada más humana y solidaria, han logrado direccionar el rumbo nacional hacía un nuevo y más próspero destino.
Con similar tono de dolor ajeno y esperanza por un país que dé su brazo a torcer y sea capaz de mirar nuevos horizontes, Humberto De La Calle, “Iván Márquez” y “Timochenko”, expresan las razones principales y objetivos primordiales que se tuvieron en cuenta desde el primer hasta el último día de la conversación. Expresiones como “¿Quién es el mayor victimizador? Estado, paramilitar, FARC, es uno de los mayores conflictos del mundo, y eso es lo que tenemos que tener en claro todos los colombianos” y “La guerra no es matar, sino no poner minas, no tirar bombas. ¡Esa es la guerra! ¡Por eso hay que acabar la guerra!”, reflejan con intriga y censura la cruda realidad que apetece un final próximo, una salida oportuna pero que verdaderamente sea profecía de una etapa histórica ya anunciada.
Puntos claves como el Foro Nacional de Víctimas, cuyo centro de realización generó cierta polémica, y el plebiscito del dos de octubre, que curiosamente representa el final del documental y deja al espectador con un desorden paranoico, resultan convertirse en los principales centros de atención de grupos opositores que, en cabeza del expresidente Álvaro Uribe Vélez, se dieron la tarea de propagandear masivamente aquellas falencias y debilidades en carácter de justicia que tenían los acuerdos, como la no cárcel para los autores intelectuales y materiales de crímenes de lesa humanidad, así como generar en la opinión pública y principalmente en las masas que acapara su ideario político, una serie de opiniones equívocas que lamentablemente fueron mayoría a la hora de acudir a las urnas. Aseveraciones como: “Santos entregó el país a las Farc”, “Colombia se volverá castrochavista”, “nos volveremos otra Venezuela”, etc., dejaban entre dicho los efectos de otra guerra que hay que librar en este país: la guerra por acabar la ignorancia.
Con respecto a ese gran “sapo” que los colombianos teníamos que tragarnos si queríamos que el sueño esperanzador continuara en pie, el líder del equipo negociador del gobierno y “Pastor Alape” afirman respectivamente: “Si queremos juzgar a los responsables durante cincuenta años de conflicto vamos a terminar no juzgando a nadie”, “Si este proceso de paz lleva a uno de los sectores que se han confrontado a la cárcel aquí no va a haber paz”. En ningún proceso de paz que se ha realizado en el mundo alguna de las dos partes ha terminado tras las rejas, previsto plenamente. Como una vez dijo Jaime Garzón: Por culpa de Dios, el destino, la divina providencia, nos tocó así…
En última instancia, es considerable no perder de vista uno de los factores que más influyeron tanto por la opinión pública intelectual como por diversos estudios económicos: el alto costo de la guerra, tanto económico, como social y político. Según estadísticas de Revista Semana, cada año se destinaba más de la mitad del erario público en la adquisición de material de guerra, remuneración del cuerpo militar, aumento del sufrimiento mental crónico de las personas desplazadas a causa del conflicto… y casos como la protección y mejoramiento de la tierra, del sistema agrario, así como las oportunidades de infraestructura y desarrollo social se veían disminuidas cada vez más. El costo de la guerra fue alto, el de la paz no es que sea bajo, pero, a fin de cuentas, ¿qué vale más? ¿“seguridad” sin progreso o paz y desarrollo? ¿cuál es el país que queremos dejarle a nuestros hijos?
¡Aprovechemos esta gran oportunidad!
¡Colombia, la paz es el camino!
¡Preparémonos para la paz!