“Solemos asumir que la literatura que merezca ser considerada como tal tiene un legado más allá de lo inmediato, más allá de contextos sociales e históricos. Así que a modo de ejercicio especulativo quisiera imaginar qué tendría por decirnos George Orwell hoy en día”
Cuando Donald Trump fue vetado de Twitter a principios del 2021 por “incentivar la violencia” durante la toma del capitolio, su hijo lanzó un mensaje en esa red social y describió la situación como Orwelliana. No han sido pocas las veces que cierto sector de la derecha toma la obra de George Orwell como referente intelectual. Seis meses antes el canal de Youtube PragerU (un canal de propaganda conservadora) lanzaba un video en el que se discutía 1984. Según ellos la política totalitaria, la censura y el control de la población descritos en el libro eran equiparables a la situación actual en los que movimientos progresistas. La cultura de la cancelación y la denominada corrección política ejercen un control similar al del Gran Hermano en la novela.
No es difícil encontrar en la red comparaciones entre la novela y los mandatos para prevenir la covid, incluyendo la vacunación. Usan el concepto de neolengua para atacar a la comunidad trans, principalmente su petición de usar los pronombres adecuados según el género que los identifica. De la misma manera equiparan los crímenes de pensamiento con las leyes contra crímenes de odio.
Es entendible que haya sido Orwell precisamente al que tomen de referente (en algún momento lo intentaron con Jane Austen y no les salió tan bien), las dos obras más populares del autor 1984 y Rebelión en la granja, son críticas directas y poco disimuladas al comunismo soviético y específicamente al estalinismo. Tampoco es algo nuevo, la CIA utilizó Rebelión en la granja como herramienta de propaganda en las escuelas estadounidenses y las primeras críticas del libro vieron no solo un ataque a Stalin sino también al Partido Laborista británico.
Hay que señalar que la izquierda (en general los movimientos liberales y progresistas, llamados de izquierda) es la que, por regla general, se ha apropiado de 1984 para denunciar los excesos de gobiernos y dictaduras de derecha. Además, el mismo Orwell se consideraba un hombre de izquierdas y no uno particularmente moderado. En un ensayo publicado en 1942 sugería entre otras cosas la nacionalización de varias industrias importantes como ferrocarriles y bancos, y poner un límite a los salarios más altos. Y en su famoso texto ¿Por qué escribo? de 1946, cuando ya existía Rebelión en la granja y seguramente planeaba 1984, aseguró que: “Cada renglón que he escrito en serio desde 1936 lo he creado, directa o indirectamente, en contra del totalitarismo y a favor del socialismo democrático, tal y como yo lo entiendo”.
A la larga todas estas categorías políticas e ideológicas pueden llegar a ser útiles en algunos aspectos, en especial a nivel descriptivo de situaciones particulares, pero es prácticamente imposible esperar que una mente individual se acople perfectamente dentro de estas categorías. También resulta un poco anacrónico analizar el pensamiento de un autor fallecido hace 72 años basándose en hechos actuales. Lo mismo podría decirse de su obra (¿qué puede enseñarnos un libro escrito en 1949 sobre la política actual?), sin embargo, solemos asumir que la literatura que merezca ser considerada como tal tiene un legado más allá de lo inmediato, más allá de contextos sociales e históricos en los que se concibió. Así que a modo de ejercicio especulativo quisiera imaginar qué tendría por decirnos George Orwell hoy en día.
Empezando por Trump. Orwell tenía un serio problema con la autoridad, sus ensayos están plagados de críticas a los líderes del Partido Laborista, en el que militaba, y no es menos vehemente frente a otros políticos. Incluso Gandhi fue blanco de sus críticas. Así que podemos imaginar que un personaje tan megalómano como Trump no sería precisamente un santo de su devoción. Pero creo que en el caso específico de las redes sociales que vetaron al expresidente, Orwell iría un paso más lejos. Estos sistemas omnipresentes capaces no solo de conocer tus interacciones online sino también tu ubicación, interacciones con amigos y familiares, estado de ánimo, que activamente te espían y venden o entregan tu información tanto a gobiernos como a compañías privadas, le aterrarían. Es muy probable que detestara las redes sociales que le recordaran los sistemas de vigilancia soviéticos para identificar posibles detractores al régimen.
Por esta razón creo que a Orwell no le gustaría la “cultura de la cancelación” u otras formas de sanción social promovidas desde internet. Sería cuanto menos escéptico frente a la manera como llega y se selecciona la información y la persona a cancelar. Además, su lado más liberal se expresó casi siempre contra la censura o contra las herramientas políticas para promover la autocensura. Cancelar a un autor muchas veces implica cancelar su obra, no leerla ni mencionarla así no tenga relación directa con los hechos por los que se cancela a la persona en primer lugar. Esto no solo implica cierta forma de censura, aunque no venga de una institución poderosa como lo era la censura en la época de Orwell (y de hecho siempre), también implicaría una moralidad previa y permanente, es decir, que antes o después de la obra el creador debe mantenerse impoluto y siempre de acuerdo con el zeitgeist moral de la época. Una exigencia que es imposible de cumplir.
Otra cosa más que al autor británico no le gustaría del mundo digital es la publicidad. En 1937 publicó una novela muy poco conocida titulada Que no muera la aspidistra un retrato irónico en el que criticaba la manera como el dinero y le estatus social influye en todas nuestras relaciones personales. En la novela la publicidad ocupa un lugar muy importante. El protagonista Gordon Comstock es un poeta frustrado que tiene que elegir entre sus principios éticos, su visión bastante romántica de la vida o buscar una estabilidad económica trabajando en publicidad creando eslóganes.
“Todos sus integrantes eran plenamente conscientes de que la publicidad —los anuncios— era el trampolín más despreciable que el capitalismo hubiera producido jamás.”, dice en un punto la novela y luego continua: “Para la mayoría de sus empleados, tipos duros, americanizados y sin escrúpulos, el dinero era lo único sagrado de este mundo. Habían ido creando un código de lo más cínico: el público es un cerdo, y la publicidad equivale al reclamo de un palo dentro de un cubo lleno de comida para cerdos.”
La Aspidistra fue una novela en la que Orwell exorcizó su frustración como poeta fracasado, pero también el desprecio de ver un Londres sobrecargado de carteles publicitarios. “Esa frase gráfica que impacta y deja huella, ese parrafito ingenioso que resume un mundo de mentiras en pocas palabras le venían a la cabeza casi sin pretenderlo. Siempre había mostrado cierto talento para la redacción, pero era la primera vez que lo utilizaba con éxito”, parece describir la situación de todos los creativos de agencia que secreta o lateralmente tienen aspiraciones artísticas. El mundo en este respecto no parece que haya cambiado tanto desde el 37, quizás solo en cuanto a cantidad.
La internet que ha encontrado en los excesos de la publicidad la manera para mantener en funcionamiento varias páginas con algoritmos programados para ofrecerte productos de manera personalizada, perfiles de empresas comportándose como si representaran personas… Orwell odiaría todas las agencias de publicidad y de marketing digital incluso las que promocionan sus libros.
Esta novela también nos sirve para ver la otra faceta del escritor, un hombre machista y homofóbico, al menos para estándares actuales. Las mujeres de la historia son insufribles devotas y sumisas, y gran parte de la frustración de Gordon viene porque su pretendida Rosemary no quiere tener sexo con él e imagina que si triunfara en la vida ella accedería sin pensarlo dos veces. Sus comentarios homofóbicos pueden pasar desapercibidos más fácil, son breves descripciones despectivas de un par de personajes masculinos.
Existe un proyecto para contar una nueva versión de 1984, esta vez bajo una perspectiva feminista y contado con el punto de vista de Julia. Creo que Orwell no estaría de acuerdo con el proyecto al menos en principio. El próximo año se cumplirán 120 años del nacimiento de Orwell y es seguro que utilizarán la efeméride para sacar el libro a la venta y puede que sea simplemente un proyecto comercial vacío. Sin embargo, creo que, si hay algo valioso en este tipo de proyectos, es el de renovar el interés por un autor y preguntarnos ¿Por qué lo seguimos leyendo? ¿qué tiene para decirnos todavía? Y aunque suene a blasfemia vale la pena preguntarnos de paso ¿qué le faltó decir?
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