Queremos la paz pero no tenemos ni idea de cómo vamos a hacerla. Ni siquiera podemos ponernos de acuerdo por dónde empezar. El país está altamente polarizado entre “enemigos” y “amigos” de la paz, o más bien, de la firma del acuerdo en La Habana.
Mientras tanto, las noticias hierven y las redes sociales se mantienen encendidas con escándalos, casos de corrupción, crímenes de lesa humanidad, perversión sexual y todo tipo de comportamientos viciosos que suceden en nuestro día a día. No tenemos una democracia porque no nos merecemos una. Cada uno de estos actos (Isagén, Reficar, Polygate, lo del Defensor, La Conejera, etc.), impropios de una democracia, amenazan como nubes negras la esperanza de millones de colombianos. Si como ciudadanos no somos capaces de ponerle un fin a los abusos de poder de nuestra clase dirigente y de hacer sonar la voz poderosa del pueblo, nada va a cambiar. Aun así, muchos colombianos no hacen nada, la mayoría. Y no lo hacen porque crecieron así, se reprodujeron así y seguramente morirán así: indiferentes, encapsulados en sus ideologías, incapaces de transformar su entorno y mejorar sus vidas con un acto conjunto de valentía.
Jóvenes de Colombia ¡ustedes tienen que ser mejores! No pueden conformarse, pues si lo hacen, serán también carne de cañón y nunca verán la paz, no recorrerán tranquilos este hermoso paraíso que tenemos por país, ni tendrán las mejores oportunidades para sí mismos o sus hijos, ni sus pasaportes serán bienvenidos en otros países. Esa es la realidad en la que yo nací y crecí, pero en la que definitivamente no voy a morir. Y si muero, será en el intento de cambiarla. Quiero luchar por su causa, quiero trabajar para dejarles un país en paz, quiero que tengan las mejores oportunidades, que viajen y amen Colombia que es hermosa, que la cultiven y saquen lo mejor de ella y de su gente, que sean felices, que compartan lo que ganan con los que no ganan tanto para que así todos estemos bien y seamos una Nación grande: la mejor esquina América.
Por eso no hay que quedarse callados. Hay que salir a hablar, a conocerse, a ser capaces de no odiarse como se odiaron sus padres y sus abuelos, quienes se mataron entre sí y nos dejaron este “paraíso”. Deben aprender respetarse en sus diferencias, entender que en la diversidad está, no sólo el placer, sino la riqueza y la inteligencia, porque nada mejor que quedarse pensando tras un buen argumento de un opositor, que te desafía a superarte a ti mismo. Este país no ha logrado ninguna revolución porque todas han fracasado bajo el “terrorismo ideológico”. El terrorismo ideológico es cuando alguien, líder de un movimiento con una ideología, decreta que todos los que no piensen como él, son enemigos y los demás le creen. ¿Suena familiar, cierto? Pues a no caer en él.
No hay que creerles. No somos enemigos, nunca lo hemos sido. Todos somos colombianos y cada uno es el principal tesoro que tiene el país para salir adelante. El compromiso de cada uno debe ser contribuir a lo que es de todos desde su oficio, desde lo que es y hace. Necesitamos quitarnos los estigmas de encima. El uribista no odia al guerrillero. Lo que realmente odia es el Estado que abandona y maltrata al campesino y por ende no le deja otra alternativa que defenderse y luchar por lo que cree con armas. El izquierdista no odia al capitalista. Lo que odia es esa burbuja dentro de la sociedad y el Estado, que cría a la clase alta criolla lejos de la realidad, para que ame lo extranjero y se avergüence de lo propio y luego no tenga reparos en explotar los demás y entregar el país.
Son los jóvenes los únicos que pueden quebrar la cadena de odio entre colombianos y comprender que no hay enemigos, sólo hay personas intentando sobrevivir a un Estado que nos asfixia con sus impuestos y nos desahucia con su ausencia de servicios. Necesitamos enfocar nuestro disgusto, no en los individuos, sino en las estructuras que están mal, en las ideologías heredadas mandadas a recoger, en argumentos repetidos ya obsoletos y en instituciones ineficientes e impertinentes, diseñadas hace cientos de años para tener la realidad que tenemos hoy y que potencias mundiales se beneficien de nuestro territorio. Toda es riqueza perdida nos ha costado la guerra, todas esas vidas perdidas y ese dolor incurable. ¿Si la guerra ha sido a cualquier precio, por qué no la paz?
*Los que fueron al primer Foro de Al Poniente sobre juventud y diálogos de paz, recordarán que esta última oración, fue una brillante intervención de un joven del público, lejos lo mejor de la noche.
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