Servir para crear una red de apoyo

Creo que no hay acto más gratificante y bondadoso que ofrecer lo que somos a los demás, para sentirnos sostenidos y parte de una comunidad


Hace algunos meses volví a conectar con hacer servicio social. Durante algunos años estuve yendo a Cazucá como voluntaria a apoyar a los habitantes de ese sector de la ciudad con distintas actividades. Sin embargo, las ocupaciones y el día a día me fueron consumiendo y me olvidé de continuar con la labor. Un compañero de trabajo me volvió a motivar y fui al hospital Santa Clara a llevar sonrisas, ilusiones y mucho amor a personas mayores. Sentí de nuevo el corazón conectado. Disfruté cada instante y agradecí la posibilidad de estar en ese lugar dando todo de mí a cambio de ojos brillando y risas cómplices. Redescubrí esta faceta en mí y continúe asistiendo a distintas actividades que me permitieron sentirme viva.

En el camino me fui dando cuenta que el servicio va más allá de entregarte al otro; para dar, necesitas tenerte primero a ti. Durante un tiempo volví a perder el horizonte y me alejé de la fundación con la que estaba colaborando. Entré en una profunda oscuridad que me llevo a replantearme muchas cosas en mi vida y quise dejar de lado el servicio. En ese momento sentía que la prioridad era recuperarme a mí. Así que hice introspección y me permití observarme para preguntarme qué quería hacer y hacia dónde quería moverme. Seguía recibiendo invitaciones para participar en actividades, pero no tenía la fuerza para participar. Me escuché sin juzgarme. No era momento de salir de mi caparazón, sino más bien de ir más al fondo, de conocerme mejor y estar segura de que una vez saliera de nuevo estaría dispuesta a entregar sin olvidarme de mí. Debo reconocer que algunos viajes y malestares físicos me ayudaron a mantenerme adentro.

Durante ese tiempo de estar conmigo, me di cuenta de que el voluntariado se había convertido en un lugar seguro para mí. Ahí había conocido a seres humanos maravillosos que me habían demostrado que no hacía falta tener mucho, para entregarlo todo. Sin quererlo, se habían convertido en inspiración para sacarme del hoyo en el que me sentía atrapada. Sin embargo, seguía dudando de mi lugar en ese espacio porque creía que no terminaba de encajar por alguna razón que no tenía clara. De repente, en medio de una crisis, recibí dos llamadas que me transformaron. Primero, una mujer me hizo saber que más que un grupo de personas unidas para apoyar a quienes más lo necesitaban, eran una familia a la que podía acudir para pedir ayuda de manera personal. Después, el líder de la ‘pandilla’, como cariñosamente se hace llamar el grupo de voluntarios, me hizo ver que ninguna tormenta dura para siempre y que bastaba con levantar la mano para ser escuchada. Aún se me pone la piel de gallina cuando recuerdo ese momento. Me estaban llegando señales divinas y decidí observarlas.

A los pocos días decidí asistir a un taller de formación para voluntarios sobre autoestima. Me alcancé a autosabotear y quise desistir de la idea de ir por el clima, el trancón y el volumen de trabajo que tenía. Al final llegué al lugar de la actividad. Nada más entrar, volví a conectar, mi alma se sintió sintonizada y confió en que estaba en el lugar indicado. La misma mujer que me había llamado unos días atrás, en medio de un ejercicio, se me acercó a decirme lo importante que era para ese espacio y me hizo ver que no importaba si habían pasado días o meses sin estar presente, este era el momento perfecto para regresar. Lloré, me permití sentir mis emociones. Recordé que había desconfiado mucho de mí y había creído estar equivocada insistiendo en mantener contacto con esa fundación. Fue entonces cuando descubrí que nada es casualidad y que estaba en el lugar que me correspondía. Mi alma se había llevado hasta allá para demostrarme que la intuición pocas veces falla.

Ese día entendí que servir no es solo un acto de entrega hacia personas que necesitan de nuestra luz también es la posibilidad de crear una red de apoyo que está ahí para cuando queramos acudir a ella. Necesitaba volver a mí, encontrarme en mi oscuridad para recordar mi valor y salir de nuevo recargada. Agradezco infinitamente la paciencia y el amor de las personas que comparten el espacio de voluntariado conmigo. Sin saberlo, me salvaron. Cada uno es un ser maravilloso que refleja muchas de las cualidades que me hacen ser quien soy; también las sombras que a veces no quiero ver, pero que al reconocerlas me ayudan a evolucionar y ser mejor cada día. Confiar en mí y en lo que soy es aquello que me permite ir a esos lugares donde necesitan de mí para brindar luz, amor, generosidad y, sobre todo, alegría. Deseo de corazón que quien lea estas palabras se anime a hacer labor social. Creo que no hay acto más gratificante y bondadoso que ofrecer lo que somos a los demás, para sentirnos sostenidos y parte de una comunidad.


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Maria Paula Mendez Penagos

Soy literata y periodista de viajes. Me encanta escribir sobre viajes, empoderamiento femenino y temas de crecimiento personal. Dicto talleres de escritura terapéutica.

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