Durante el transcurso entre la rusa zarista y soviética, las manifestaciones artísticas, entre Moscú y San Petersburgo no fueron pocas. Rusia, antaño, se fue consagrando de forma magistral en el campo literario, cuyo valor recae en escritores de la talla de Gogol, Chéjov, Tolstói y Dostoievsky, durante el siglo XIX. En el mismo lapso, la política y la economía atravesaban una serie de transformaciones que llevaron a la debacle la situación social que, en 1905, ocasionaría la primera manifestación en un hartazgo llevado al grito colectivo, entre muertes y proclamas hasta febrero y octubre de 1917.
En el campo musical, algunas referencias habían sido contempladas en el medio europeo, bastión cultural por antonomasia de las grandes manifestaciones artísticas que, en París, llevaba la cima de su expresión. Piotr Ilich Tchaicovsky (1840-1893) anunciaba la genialidad de un país sumergido en la pobreza, en la entelequia moderna del subdesarrollo. El lago de los cisnes y el Cascanueces son, a la fecha, clásicos en el imaginario social dentro y fuera del ámbito artístico, acción que dice mucho de quienes, creando, logran introducirse en los resquicios de la memoria social.
A razón de esto, en 1873, nace en Semiónov, Serguéi Rajmáninov, compositor y pianista cuyas obras, aunque poco reconocidas, han consagrado a la cultura rusa en un patrimonio artístico. Prodigio y distraído, a su corta edad, atrajo la atención de algunos músicos (incluido Tchaicovsky). Fue inscrito en el conservatorio de San Petersburgo, siendo expulsado debido a su carácter problemático y, luego, fue inscrito en el conservatorio de Moscú, a cargo de Nikolái Zverev.
El fracaso de su primer concierto, en 1897, lo sumergió en un severo caso de depresión ante una serie de circunstancias y la crítica recibida. Cuatro años después, en 1901, volvería de entre el fango a manos de un neurólogo, Nikolái Dahl y la entonces en boga hipnosis, para componer Concierto para piano y orquesta no. 2 dedicada al terapeuta, recibiendo un gran aplauso del público y un éxito en la crítica.
A propósito de este drama depresivo, se cuenta que en una reunión convocada en casa del escritor León Tolstói, este, tras oír una pieza de Rajmáninov le preguntó: ¿Y esa música para qué sirve? Arguyendo falta de sensibilidad y pertinencia al bien social, entendiendo que, el realismo, corriente estilística promovida por Tolstói (principalmente en ¿Qué es el arte?), tenía mayor acercamiento al pueblo y, por ende, mayor importancia, alejando de sí todo aquello ajeno a su idea, incluyendo a la llamada música culta. Rajmáninov, al escuchar tan severa crítica de un hombre que admiraba, lo llevó a tocar fondo, acrecentando su depresión.
Luego de largos éxitos a partir de su concierto número dos, realizaría varias giras artísticas durante los años posteriores, donde obras como Segunda Sinfonía (1907) y La isla de los muertos (1909), confirmarían su genio hasta que, en 1917, año del estallido de la Revolución rusa (octubre), saldría de su país, junto a su familia, para asentarse en Estocolmo, primeramente y en París, Francia, posteriormente, donde recibiría ofertas hacia Estados Unidos, lugar donde radicaría, de manera definitiva, al final de sus días y compondría, en 1940, Danzas sinfónicas. Tres años después, moriría víctima de un cáncer tardíamente diagnosticado.
Se cuenta que, el día de su muerte, el 28 de marzo de 1943, en Beverly Hills, California, el compositor escuchaba música cerca del lugar. Después de reiterarle, en varias ocasiones, que no había alguna melodía que sonara por los alrededores, respondió: “Entonces, suena en mi cabeza”.