Ser espectador

“La oportunidad de vivir experiencias bellas y enriquecedoras, de esas que iluminan las cavilaciones, disipan las inquietudes y dibujan sonrisas

Para qué nos sentamos en una silla a ver lo que hacen otros. Para qué nos situamos del lado de lo ordinario. Para qué llegamos a ese espacio a disponernos desde lo contemplativo a mirar, admirar y hasta criticar.

Ser espectador puede tener muchas explicaciones y variantes. Desde esta premisa hace un par de meses y a raíz de mis constantes incursiones en el ala oscura de los lugares de artes, ha aparecido una inquietud a ratos hasta divertida respecto al papel que jugamos los espectadores en la existencia y la hechura del arte, y específicamente en el carácter con el que consciente o inconscientemente decidimos participar en las diferentes puestas en escena.

La danza, el teatro, la música, bien dicen y repiten en muchos lugares, a veces hasta con cierto hálito de cliché, no existirían si no acudiese a su encuentro la tan anhelada audiencia, y esto sin lugar a dudas plantea una inquietud para el artista en tanto que el camino de la comprensión está plagado de asociaciones, significaciones, percepciones y por ende su arte aunque puede llegar a nacer de búsquedas propias, también se teje en la medida en que otro lo interpreta, así finalmente se hace para ser visto, contemplado.

Allí hace su incursión el espectador, considerándose éste como todo aquel que se encuentra ante alguna expresión de arte y el cual por demás tendrá siempre una ineludible intención respecto a la misma. Aparecen entonces múltiples formas de posicionarse frente a las manifestaciones, tan diversas dichas formas como seres existentes en el mundo, haciéndose imposible abarcarlas en su totalidad entendiéndose inclusive que en el ejercicio de rotular a los seres procurando agruparlos de acuerdo a características específicas comunes, se corre el riesgo de llegar a desconocer todo el entramado cognitivo y afectivo que en relación dialéctica posibilitan la experiencia humana, y por tanto así, se puede llegar también a desconocer la belleza que comprende el hecho de apreciar a cada individuo como un mundo en sí mismo.

 Maravillosamente y en relación con este ejercicio de explicarme la esencia del ser espectador, tuve hace unos días la oportunidad de encontrarme en uno de esos momentos de arte con una experiencia bella y enriquecedora, de esas que iluminan las cavilaciones, disipan las inquietudes y dibujan sonrisas. Sentado yo en las butacas marcadas por la historia de la acogedora Sala Tomás Carrasquilla del Pequeño Teatro de Medellín, apreciaba con agrado una de las tantas obras que para bien del arte allí transcurren, una puesta en escena que podría decir hacía un llamado desde la nostalgia a la evocación de una historia real que además de presentarse desde un bello candor característico del campo latinoamericano, aparece colmada de añoranzas cobijadas por un desenlace revestido de dolor y tragedia.

Con este pequeño preámbulo podría uno pensar, efectivamente como lo hice, que como espectador la probabilidad de derramar alguna lágrima era mayor que la posibilidad de que se me dibujasen sonrisas en las comisuras, sin embargo para mi sorpresa desde unos cuatro escasos asientos aledaños comenzaron a proferirse, sin reparo y con cierto grado de constancia, algunas risas que para aún mayor sorpresa no cesaron hasta apagarse las luces del recinto con la posterior aparición del cartel de un periódico de 1974 que develaba un fatídico desenlace con carácter de punto aparte más que de punto final.

– Cómo puede uno reírse con semejante tragedia – me pregunté con sensación de incertidumbre y un poco de inquietud distanciada de cierta empatía con el cohabitante de aquel atrapante momento y lugar. Sin embargo, acto seguido sonreí, porque en ese instante comprendí que en el teatro puedes ser cualquier cosa, ser nada y serlo todo, es el lugar de todo lo posible, donde todo es posible. Y así mismo empecé a comprender que el Ser Espectador es todo un acto de presencia, en el que para bien y para mal aparecen creencias, percepciones, juicios y estados. ¿Ser Espectador?, me lo seguiré preguntando, cuánto queda por responderse, por ahora, no queda más que seguirlo siendo.

Juan Camilo Acevedo Valencia

Amante de diferentes expresiones del arte y la cultura, enamorado de las infinitas posibilidades creativas del alma y el pensamiento. Graduado como Psicólogo, estudiante de teatro y músico aficionado. Asiduo espectador y contemplador de montajes y creaciones en esta Ciudad de Artistas.