“Muchos espectadores y críticos en el fondo lo detestan no por sus personajes habituales ni siquiera porque sea mal actor sino por lo contrario, es un buen actor que ha decidido no esforzarse. Esta actitud y su carrera en general mandan un mensaje que Hollywood detesta: que si se mezcla cierto grado de talento con la oportunidad adecuada se puede elegir ser perezoso”.
Hace unos años en mi universidad un chico de filosofía que intentaba camelarse a una chica de comunicación lanzó la siguiente frase: “nunca he conocido a nadie con una filosofía de vida tan parecida a la de Borges como Bill Murray”. Una exageración, sin duda, como toda estrategia de seducción. No creo que al chico le funcionara, la chica lo miraba interesada como una alumna miraría un profesor, pero ella tenía novio en otro lado y el novio también había leído a Borges y seguro se había reído con Los Cazafantasmas. El argumento del chico de filosofía era que tanto Borges como Murray tenían un desinterés similar por el éxito, que la fama les había llegado como un regalo que más o menos despreciaban y por ende no eran factores a los cuales condicionaban su talento. No sé qué tan cierto sea todo esto o que tan justa sea la comparación, menos ahora que Murray tiene una denuncia por un leve acoso durante un rodaje (no imagino a Borges en una situación similar), en todo caso, recordé esta anécdota mientras veía Hustle, la última película de Adam Sandler y pensaba en la relación de este actor con la fama, el talento y el éxito.
Adam Sandler contrario a Murray vendría siendo un “anti-borges”, por lo menos en los términos del chico filósofo. Parece ser que para Sandler el éxito, entendido en vulgares términos económicos, es fundamental. Se le podría acusar de ser un tipo avaricioso y vulgar, que encontró una fórmula sencilla para hacer dinero. Sin embargo, creo que hay otra manera de verlo y de pensar su carrera.
Las carreras de Bill Murray y Adam Sandler tienen algunas similitudes. Ambos vienen de Saturday Night Live, ambos se dedican principalmente a la comedia con algunas desviaciones hacia el drama, género en el que suelen tener más éxito. Sin embargo, Murray ha sido en general amado, respetado y aplaudido por crítica y público; Sandler a sus 55 años (con más de treinta de carrera) tiene que demostrar con cada nueva película su valor como actor. Por otro lado, mientras Murray suele dedicarse a los personajes cínicos y desencantados que aprenden así sea momentáneamente a disfrutar de la vida; Sandler se dedica a papeles de hombres inmaduros, eternos adolescentes, con dificultad para lidiar con sus emociones, que tienen que aprender lo que significa crecer y ser adulto y si logran solucionar un problema es por ser nobles y tener el corazón en el lugar adecuado.
Hasta en las películas en las que Sandler actúa bien y es reconocido por sus pares este arquetipo sigue intacto: En Punch Drunk Love y en Reign Over Me su personaje tiene un claro problema mental, relaciones sociales frágiles e incapacidad para comportarse de manera “adecuada”. En Uncut Gems el personaje también tiene algo de inmaduro, es un adolescente con dinero y cuarenta años de más, con dificultades para criar a sus hijos y mantener una relación estable y, claro, la incapacidad de calcular los riesgos de sus acciones. Independientemente de si la película es mala o buena lo que cambia es la manera como Sandler aborda su personaje (una diferencia en el grado de seriedad, pero no cualitativa), el contexto que lo rodea y la gravedad de la situación, el adulto poco funcional e infantil siempre está presente.
Muchos espectadores y críticos en el fondo lo detestan no por sus personajes habituales ni siquiera porque sea mal actor sino por lo contrario, es un buen actor que ha decidido no esforzarse. Esta actitud y su carrera en general mandan un mensaje que Hollywood detesta: que si se mezcla cierto grado de talento con la oportunidad adecuada se puede elegir ser perezoso. Uno no imagina a Adam Sandler despertando a las 3:30 de la madrugada para hacer ejercicio y prepararse para un papel, estar listo a las seis de la mañana y escribir guiones de pie frente a su computador hasta la una de la tarde y luego, de tres a cinco, negociar como tiburón con los ejecutivos de diez productoras. Quizás sí lo haga, pero ese no es el mensaje que suele mandar. Descubrió muy joven que podían hacer comedias sencillas entre amigos, con voces chillonas y supuestamente graciosas, contando chistes de peos o defectos físicos de otros y ganar un buen dinero por ello. Cuando Adam Sandler va una reunión con sus colegas sabe (y ellos seguro se lo hacen sentir) que no es el mejor actor en la sala y también sabe que tiene más dinero y menos problemas que muchos de ellos.
Entonces llegó Hustle a Netflix y parece que todo ha cambiado. Acá el actor interpreta al adulto responsable, el que tiene que guiar a un jovencito inexperto, enseñarle a manejar sus emociones, a trabajar duro para cultivar su talento y lograr sus sueños. El hombre infantil del cual Sandler no se había apartado ni en sus momentos estelares desaparece por completo en una película buena, con todos los ingredientes que podrías esperar de una historia deportiva hecha en Hollywood: la secuencia de entrenamiento, las frases motivacionales para colgar en el espejo y gritar antes de salir rumbo a un trabajo mediocre y el final feliz.
Rocky venció a una película mucho mejor, Taxi Driver, en la gala de los Oscar de 1977 y lo hizo porque el mensaje de la película era similar al que hoy manda Adam Sandler con Hustle y es un mensaje que a Hollywood le gusta. Les gusta creer que se merecen todos los privilegios que tienen, no son advenedizos ni tramposos, son gente trabajadora que, a diferencia de los demás, sabe cómo perseguir sus sueños. No sería sorprendente que el próximo año la Academia, después de despreciar a Sandler con varios Razzies bien merecidos, lo recibiera dispuesta a perdonarle como al hijo pródigo que huyo de casa y dilapidó su talento.
Sería una lástima que a partir de ahora Adam Sandler se empiece a tomar más en serio a sí mismo. Lo digo porque algunas de sus comedias idiotas me gustan, y además no quisiera que su reputación dependa del mensaje de madurez y trabajo duro como el de Hustle. Creo que el chico filósofo desperdició la oportunidad al no comparar Click con El milagro secreto de Borges. Si quería jugar al intelectual extravagante ese era el camino. Sobre todo, pienso que su error principal fue complicarse demasiado la vida, esforzarse de más, todo hubiera salido mejor si la invita a ver Son como niños en Netflix esa tarde.
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