Alguna vez escuché una frase que me atrevo a acomodar para la ocasión, “no es que el senador Uribe y su grupo político tengan mala memoria, es que conocen perfectamente la mala memoria del pueblo”. Nuestra mala memoria les da condiciones de posibilidad muy amplias, al punto que han ejercido la doctrina del “todo vale” en sus diferentes decisiones, dejando a un lado los principios éticos y legales. Sin embargo, debo reconocer que no todo el pueblo es seguidor de la doctrina del “todo vale”, doctrina que imperó en partidos y movimientos electorales como Primero Colombia, Colombia Democrática, PIN ( todos ya extinguidos) y ahora lo hace en el Centro Democrático. La marcha del sábado pasado es muestra de nuestra mala memoria. Lo más sagrado que tiene el país es la figura del Estado Social de Derecho, y marchar al lado de las personas que más lo violentaron, diciéndolo en términos de ellos, es algo totalmente apátrida. Sin embargo, están en todo su derecho.
Empecemos. En la historia reciente del país, me atrevería a atribuirle el “todo vale” al gobierno que inició en 2002 y terminó en 2010. El fortalecimiento de las Fuerzas Armadas era algo necesario en el país, se obtuvieron ciertos logros (el repliegue de las guerrillas fue el principal) pero fueron costos muy altos que se podían evitar. Mauricio García y Javier Eduardo Revelo en su texto Estado Alterado enumeran los fatídicos costos como “el aumento el caudillismo presidencial y el deterioro del equilibrio constitucional de los poderes públicos, el fortalecimiento de un tipo clientelismo político apoyado en estructuras mafiosas y paramilitares de poder, y el debilitamiento de la función del poder ejecutivo destinada a enfrentar organizaciones criminales de tipo mafioso”. En una política decente y digna, son los medios los que justifican el fin. No todo vale.
Las consecuencias de lo anterior, al nivel macro fueron el debilitamiento de las instituciones garantes del Estado Social de Derecho y una configuración institucional desequilibrada a favor de un poder ejecutivo caracterizado por tener un estilo pactista de gobernabilidad. Al nivel micro, fueron peores aun, pues se dio una degeneración ética y legal de gran parte de la sociedad. No toda, válgase la aclaración. Se posicionó una concepción de sociedad en la que son más fuertes los compromisos clientelistas que las normas del derecho. Se cambió por completo la manera de percibir la sociedad, la cultura y las normas. Se legitimó el clientelismo y la corrupción, pues en la doctrina del “todo vale”, estas prácticas ilegales se ven como una fuente de justicia distributiva, además de que se daban en un entorno generoso, pues la ceguera moral fue política de Estado. Sus relativos logros no fueron los causantes de su alta favorabilidad al momento de terminar el gobierno, fue la sociedad del “todo vale” aplaudiendo el dolor ajeno, un discurso ficticio de igualdad social y un sentimiento anti tecnocrático.
Aquella sociedad doble moral con una gran contradicción interna, por un lado religiosa, por otro lado vengativa. El sábado marcharon destilando odio, insultando a diestra y siniestra, pidiendo desangrar más al país. El domingo fueron a misa.