La democracia como sistema siempre ha sido un poco débil, requiere para funcionar una excesiva prudencia en el discurso y el actuar de los líderes, mucha humildad para reconocer victorias ajenas y una capacidad inmensa para dialogar, una suerte de ser humano que renuncia a sus victorias, reconoce sus derrotas y está abierto a incomodarse un poco por el bienestar de otros, un sistema en pocas palabras utópico e imposible.
Pero de utopías hemos construido el mundo, de soñar imposibles y trabajar todos juntos para que esa idea que tenemos como sociedad se haga realidad; sin embargo, ese sistema que nos ha dado tanto bienestar, que ha permitido que en las últimas décadas se hable de derechos, de garantías estatales, que se pueda hablar al mismo tiempo de un empresariado fuerte y una sociedad civil empoderada, se muere hoy porque nuestros líderes y gobernantes, son incapaces de sostener una conversación sin apelar al ataque personal.
Quienes gobiernan hoy en el mundo, incapaces de reconocer el valor de las ideas ajenas, cuentan con un repertorio de falacias amplificado por ejércitos de bots en redes sociales y la inmediatez de la comunicación, y las han venido usando de manera efectiva y eficiente para debilitar un sistema que le pone freno a su egolatría y apela al consenso, matando a la democracia en nombre de la democracia.
Nuestro país no es ajeno a esta realidad y a escasos 300 días para que termine el periodo de gobierno, ya hemos atestiguado el número suficiente de alocuciones llenas de discursos delirantes, ataques personales, mentiras cuidadosamente elaboradas y amplificadas por influencers pagos, que distinguir la verdad y los hechos objetivos de las mentiras resulta un ejercicio en exceso desgastante y tan lento que no es funcional a la forma de comunicación actual.
En la última semana hemos visto al presidente que atinadamente condena el genocidio en Gaza, cuestionar a la nueva nobel de paz, Maria Corina Machado por su cercanía con ciertos líderes mundiales (no ajenos a esta misma crítica) en su intento por liberar al pueblo venezolano de una dictadura que los mantiene secuestrados, que ha incurrido en toda clase de crímenes para mantenerse en el poder y que Gustavo Petro de manera timorata ha venido defiendo en unas ocasiones y en otras, simplemente ignorando el hecho de que la crisis humanitaria de los venezolanos hoy, es culpa de un grupo de ególatras, hambrientos de riqueza y poder que además son cercanos ideológicamente al presidente, al menos en lo que a su concepción del Estado se refiere.
En su pobre intento de cuestionamiento felicitó a una ganadora del nobel que ya falleció y se despachó en una larga carta llena de lugares comunes, incapaz de felicitar a la lideresa venezolana e incomodarse un poco en función de una necesidad que debería unirlo a él con varios líderes mundiales, la de lograr nuevamente una democracia para Venezuela y la estabilidad de una economía vecina; pero que va a preocuparse él por la democracia en Venezuela si ni siquiera le importa la democracia Colombiana.
La democracia Colombiana está muriendo entre el orgullo y las mentiras de un líder que convocó a marchas para condenar el genocidio en gaza el mismo día que la comunidad judía e israelíes conmemoraban a las víctimas del atentado cometido por Hamás; el símbolo que representa la fecha no es cosa menor, resulta irrespetuoso e indolente ante la tragedia humana, y sí, el genocidio en Gaza debe ser condenado enérgicamente, pero esto no debería ser plataforma para desestabilizar, crear caos en la comunicación (algo que al presidente le resulta funcional) e imponer agendas mediáticas con ansias electorales.
Esa misma semana, mientras las redes se llenaban de imágenes de manifestantes condenando el genocidio, algunas de las imágenes permitían ver como algunos manifestantes y personas con chalecos de la alcaldía se tranzaban en una pelea, ninguna de las imágenes daba cuenta de quien agredió primero al otro y a quien hacia el llamado de atención sobre la necesidad de que quienes representan a la institucionalidad guarden el respeto por la humanidad de las personas que marchan y condenaba la forma en que los manifestantes se comportaron, lo iban tildando de fascista o guerrillero dependiendo de la ideología del atacante de turno.
Lo de la última semana nos confirma que hoy el diálogo es más difícil que nunca y que la democracia está muriendo en medio de las mentiras, el orgullo y la manipulación de un gobernante que nunca ha estado y parece ser que nunca estará a la altura de su cargo y para colmo, para defender nuestra moribunda democracia, quienes interpelan al ególatra en el poder, lo igualan en falacias y la defienden con un bate.
Comentar