San Andrés puede volver a oler a esperanza

He visto lo peor de la isla, pero también he visto lo mejor.
He visto cómo, a pesar del abandono, todavía hay manos que trabajan, corazones que creen y ojos que sueñan con un futuro distinto. Por eso no hablo de izquierda ni de derecha, porque en San Andrés el verdadero cambio no vendrá de los extremos, sino de la unión. Vendrá de la gente que decide no rendirse.

Durante años nos acostumbramos a pensar que las cosas no podían ser diferentes. Que el agua que falta, las calles dañadas o los políticos corruptos eran parte natural de la vida aquí. Pero no lo son. La costumbre no puede reemplazar la dignidad. Hoy quiero hablarle a esa parte de nosotros que todavía recuerda cómo era la isla cuando sonreía. A los que se levantan temprano en Natania, san luis, nueva guinea, Back road, Orange Hill, en Morris Landing, en Los Almendros o en La Loma, y trabajan con fe, aunque el sistema les dé la espalda. Esa gente es la que mantiene viva la llama del cambio. Esa es la verdadera riqueza de esta tierra.

San Andrés no necesita lástima ni favores; necesita visión. Necesita que dejemos de mirarnos como una colonia turística y empecemos a vernos como un modelo de desarrollo propio, sostenible y digno. Podemos hacerlo. Tenemos talento, cultura, espíritu y una historia que nos sostiene. No somos un pueblo olvidado; somos un pueblo en pausa. Y las pausas no son finales, son respiraciones antes de comenzar de nuevo.

Yo creo en un San Andrés que vuelva a oler a mar limpio, a trabajo honesto y a alegría real. Un San Andrés donde el éxito no sea pecado, sino orgullo. Donde prosperar no genere envidia, sino inspiración. Donde el joven que estudia y el adulto que emprende sean celebrados con el mismo entusiasmo que hoy se aplaude un concierto o un político de turno. No busco poder, busco propósito. Y el propósito es claro: que cada sanandresano vuelva a sentirse orgulloso de su isla, no por lo que le dan, sino por lo que juntos podemos construir. Porque cuando un pueblo se une con dignidad y esperanza, no hay abandono que lo destruya ni olvido que lo borre.

El cambio no puede seguir siendo un discurso. Debe convertirse en una hoja de ruta. Y hay modelos en el Caribe que ya lo demostraron. Barbados, por ejemplo, dejó de invertir miles de millones en universidades gigantes que no emocionaban a sus jóvenes y decidió crear el Barbados Tech Hub, un proyecto público–privado donde los jóvenes aprenden programación, inglés, inteligencia artificial, diseño digital, marketing y negocios desde la práctica, con mentores y empresas reales. Hoy, cientos de jóvenes que antes soñaban con irse del país trabajan para compañías internacionales sin haber salido de la isla.

Eso cambió todo. Les devolvió la esperanza. Les enseñó que no hace falta un edificio enorme ni un diploma que acumule polvo para construir futuro. Hace falta conectar la educación con la emoción, el conocimiento con la oportunidad. Hace falta tocar la fibra de los jóvenes, darles razones para quedarse, para creer, para crear. Y eso es exactamente lo que San Andrés necesita.

En lugar de seguir gastando dinero en proyectos ineficientes o universidades sin sentido, podríamos crear nuestro propio San Andrés Tech Hub, con enfoque isleño, bilingüe, conectado al mundo y enfocado en cuatro áreas: turismo inteligente y sostenible, tecnología y emprendimiento digital, artes y música como industria, y energías renovables vinculadas a la economía azul. No es una utopía. Es una oportunidad real. Y si Barbados, con menos recursos y población, pudo hacerlo, nosotros también podemos. La diferencia está en la decisión. En dejar de pensar que dependemos de Bogotá o del favor político y entender que la isla tiene todo lo necesario para reinventarse: talento, conexión, creatividad y una juventud que solo necesita que alguien le diga: “sí se puede”.

San Andrés no está condenada, está esperando. Y este es el momento de despertar. De volver a ser lo que alguna vez fuimos: un lugar donde el mar y la gente respiraban en el mismo ritmo, donde la belleza no era solo paisaje, sino forma de vivir. No somos víctimas del país; somos una promesa que todavía puede cumplirse. Y la guía está ahí, frente a nosotros: en cada acción local, en cada joven que decide emprender, en cada padre que enseña con ejemplo, en cada mujer que sostiene la casa, el negocio y la esperanza.

El cambio no empieza con un cargo, empieza con una decisión: creer otra vez.

Y yo creo.

Creo en mi isla, creo en su gente, y creo en lo que todavía podemos llegar a ser.

Jayson Taylor Davis

Soy un abogado sanandresano, especialista y estudiante de la maestría en MBA en la Universidad Externado de Colombia.

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