Uno termina con el corazón henchido de ver la bondad y el cariño de tanto colombiano por la contribución a donatones que se organizan en pueblos y ciudades. Esta es la manera en que se hace más llevadera la pandemia para los miles de colombianos que en su casa, la situación está pasando de castaño a oscuro.
Esta realidad nos convoca a ser colaborativos también con sector cultural, no hablo de aquellos artistas que facturan millones por sus conciertos y la venta de su música. Hablo de aquellos poetas, escritores, bibliotecarios, gestores culturales, cirqueros, teatreros, entre otros, que luchan con las uñas por su sector y sobreviven en un mundo que siempre se ha dejado seducir por lo superfluo y no por lo profundo.
Quienes nos hemos metido en el fango de promocionar la cultura e intentar sembrar semillas en nuestras regiones, lo hacemos más por el honor y el amor por esto, que por los réditos económicos que pueden traer los procesos culturales. Si antes no pensábamos en comprar libros, por ejemplo, hoy mucho menos. En esta pandemia primero se aseguró la comida y el techo y claro, eso es instinto de supervivencia.
Durante estas cinco semanas me he preguntado: ¿Qué harán aquellos libreros que seguramente no tienen las grandes ventas en tiempos normales? ¿Aquellos artistas que esperaban el fin de semana para salir a trabajar por las contrataciones que tenía? ¿Los “merenderos” que siempre están en las noches al acecho de parejas enamoradas o de grupos de amigos alegres para tocar una “pieza” por cualquier propina? ¿Los escritores que se han hecho a pulso y no han contado con las grandes plataformas de ventas? ¿Las librerías independientes que siempre se están reinventado para vender sus libros, pero aún en tiempos normales es duro? ¿Qué estará pasando con los actores cuando hoy los teatros no pueden abrir? Y no termino de seguir preguntándome porque los ejemplos sobran.
Son las preguntas que como sociedad nos hacemos. Aunque no sea experto en cálculos económicos, estoy seguro de que será la cultura y toda su cadena, la última en recuperarse de esta impredecible situación. Toda la cadena cultural, depende en gran medida, del desarrollo social. Hoy no sabemos cuándo podremos volver al teatro, los cafés, las muestras artesanales, lanzamiento de libros, en fin, todo lo que siempre buscábamos para escaparnos de lo rutinario que se convierte nuestras vidas.
En algunos espacios que me han invitado, he sostenido que la cultura es la llama que está en bajo y que hace un trabajo sosegado pero profundo. La cultura, más allá de propiciar espacios reflexivos, ha servido para que los políticos lo pongan en sus discursos haciéndonos creer que, ¡Ahora sí! Finalmente, todos los sectores culturales terminan siempre en las mismas, buscando una oportunidad, tan solo una oportunidad para mostrar su esplendor.
He llegado a la conclusión de que las administraciones municipales, departamentales y nacionales deberán ayudar a asesorar y crear plataformas digitales para subastar pinturas, vender libros, grabar obras y monetizarlas. Tendrán que ser los grandes auspiciadores de la reingeniería cultural que tendrá que hacer el salto rápidamente a lo digital, y por ahí, ver la oportunidad en el marketing, dedicar canciones, hacer shows, en fin, todo lo que esté en nuestras manos para no ver el doloroso deceso de procesos culturales, que seguramente son miles.
Hoy la cultura es igual que al pez cuando lo sacan del agua. Está agonizando, necesita ayuda para volver a respirar. A la cultura, se lo debemos todo y no me canso de repetirlo, es a la cultura con todas sus expresiones, las que debemos de mirar con ojos colaborativos durante y después de la pandemia si no queremos retroceder más de lo que ya nos hemos devuelto.
Solemos decir que, “somos consumidores digitales”. Llevemos esa expresión a la práctica. Cuando uno consume es porque gasta y eso implica meterse la mano al bolsillo. Dicen que la cultura nos pertenece. Hagamos de las frases “clichés” algo real y tangible.
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