“El mercado supo vender muy bien una imagen surrealista que no nos representa y la comunidad se está viendo estancada en sus propios prejuicios.”
Cuando descubrí que me gustan los hombres y asumí con entereza tal realidad, pensé que lo más difícil sería salir del llamado “clóset”. Pero que luego de eso, entraría al “mundo gay” donde me recibirían con los brazos abiertos y formaría parte de una comunidad amistosa, cálida y fraternal. Posteriormente, encontraría un gran amor y viviría feliz por el resto de mis días. Aunque, definitivamente, salir del clóset ha sido lo más complejo, ese mundo maravilloso, ese edén, nunca llegó (ni llegará). Más bien, quienes corremos el riesgo de asumirnos como gais, una vez salimos del caparazón, debemos afrontar una vorágine que nunca termina. Ni el mundo perfecto ni la comunidad afectuosa existen, porque una vez salimos del armario, dejamos de ser personas y nos convertimos en estereotipos que nos imponen la sociedad, el mercado y hasta la misma comunidad que creíamos fraternal y amable. Y es ahí donde llegan los retos: encontrar una pareja estable, un grupo de amigos que nos acepten tal cual somos, encajar en nuestro ambiente laboral y familiar, adaptarnos a la sociedad, en fin; nos toca poner los pies en la tierra y darnos cuenta de la realidad: el mundo gay es un mundo imperfecto, lleno de obstáculos, prejuicios, rechazos y discriminación que muchas veces no proceden fuera de su entorno, sino, dentro del mismo.
Cabe preguntarse entonces: ¿por qué una comunidad que lucha por la diversidad sexual reprime tácitamente a los propios miembros de su comunidad cuando estos son diferentes a los demás? ¿Será que la comunidad gay también se ha convertido en un objeto de consumo para el sistema? En la década de los 80’s e inicio de los 90’s, el estereotipo que se tenía del hombre gay, era el de una persona con rasgos femeninos muy marcados -sobre todo en su comportamiento-, que prácticamente, sólo servía para ser estilista, cosmetólogo o cuando mucho, diseñador de modas. Pero a medida que pasaron los años y la sociedad fue aceptando más a la comunidad, el mundo laboral comenzó a abrirle sus puertas y el mercado se dio cuenta de que había un nicho de consumo muy importante que podía ser explotado. Fue así como el concepto de gay afeminado y casi que marginado, se fue cambiando por el concepto del gay varonil, musculoso, apuesto, mucho más heteronormalizado que la versión anterior. Éste concepto de gay rudo, macho, casi al borde de la heterosexualidad, es el que se nos está imponiendo, y quien no cumpla tales condiciones de imposición, quedará completamente relegado a un segundo plano. Lo vemos en las campañas publicitarias, en las series y en las películas, en las Apps de ligue, en todos lados. Ya no cabe el gordo, el flaco, el bajo, el nerd, ya sólo cabe el adonis.
Le estamos diciendo adiós a la diversidad para darle paso a una homogeneidad con la que no todos nos sentimos identificados. El mercado supo vender muy bien una imagen surrealista que no nos representa y la comunidad se está viendo estancada en sus propios prejuicios. ¿Se estará volviendo “el día del orgullo gay” también un acto de protocolo y una excusa para satisfacer la demanda de consumo y afianzar la campaña de cosificación del mercado? Ya veremos. Por lo pronto, lo único que nos queda es luchar por eliminar los estereotipos y empezar a aceptarnos tal cual somos. No quiero sonar como un vendedor de libros de autoayuda, pero comenzar por aceptar nuestras propias imperfecciones físicas y emocionales, puede ser el inicio del cambio.