Sagan como una luz en la oscuridad

basta con asomar la cabeza a cualquier descubrimiento científico, como el hecho de estar fabricados de polvo estelar o el poder ubicar la vía láctea en uno de los extremos más alejados de la galaxia a la que pertenece, para advertir de manera inmediata la nimiedad de nuestras proporciones físicas y aterrizar nuestros más grandes miedos y aspiraciones en monstruos pequeños y pasajeros que pueden domesticarse.”


“Tanto el escepticismo como el asombro son habilidades que requieren atención y práctica. Su armonioso matrimonio dentro de la mente de todo escolar debería ser un objetivo principal de la educación pública. Me encantaría ver una felicidad tal retratada en los medios de comunicación, especialmente la televisión: una comunidad de gente que aplicara realmente la mezcla de ambos casos- llenos de asombro, generosamente abiertos a toda idea sin rechazar nada si no es por una buena razón pero, al mismo tiempo, y como algo innato, exigiendo niveles estrictos de prueba- y aplicara los estándares al menos con tanto rigor hacia lo que les gusta como a lo que se sienten tentados a rechazar.” Carl Sagan, El MUNDO Y SUS DEMONIOS.


Las leyes de Newton y las de la termodinámica, la teoría de cuerdas y la de la relatividad, los agujeros negros y su paradoja de la pérdida de información; conocimientos abstractos para científicos desequilibrados con exceso de tiempo libre. Ptolomeo, Copérnico, Kepler, Galileo, Einstein y Hawking, nombres de algunos de aquellos desequilibrados que profundizaron áreas del conocimiento que nunca llegarían a interesarme. Pese a la conciencia de estar situado en un vasto universo y la existencia de grandes miembros de nuestra especie que ahondaron en sus misterios, así era como los percibía mi obtuso cerebro.

Podría excusarme argumentando que nunca estuvo dentro de mis obligaciones el estudio de materias como física o química, pues si alguna vez los estudié de manera superficial, estaban separados de las humanidades que tanto han despertado mis ansias de comprender. Hoy, luego de haber conversado durante varios meses con el astrofísico difunto Carl Sagan, que me presentó un buen amigo, reprendo a mis múltiples yoes pasados y no les perdono su desinterés por el universo y su estudio.

De la lectura de Sagan y sus estudios, en tiempos de ausencia de autocrítica y de opiniones lanzadas ligeramente con vocación de llegar a ser tendencia nacional, pude extraer dos elementos, a saber: la humildad que surge de la más mínima comprensión de nuestras dimensiones en el cosmos y la necesidad de incorporar a nuestra cotidianidad el instrumento de autocorrección que posee la ciencia para detectar sus errores, el método científico. La combinación de ambos, aún en dosis mínimas, puede generar transformaciones significativas en el modo en que vivimos.

Respecto al primer elemento, diré que basta con asomar la cabeza a cualquier descubrimiento científico, como el hecho de estar fabricados de polvo estelar o el poder ubicar la vía láctea en uno de los extremos más alejados de la galaxia a la que pertenece, para advertir de manera inmediata la nimiedad de nuestras proporciones físicas y aterrizar nuestros más grandes miedos y aspiraciones en monstruos pequeños y pasajeros que pueden domesticarse. Ya hubieran querido los estoicos tener tanta información a la mano para sus prácticas espirituales de minimización de problemas.

Además, y más importante aún, si nos sentáramos cada tarde en la estrella más lejana y a la luz de la ciencia observáramos lo que pasa aquí, veríamos la belleza como una cualidad evolutiva dada al azar a unos pocos, la acumulación y ostentación de riqueza sin un propósito ulterior como una práctica confusa del homo erectus, y el tiempo promedio de vida humana muy corto para desgastarlo viendo videos cortos en YouTube o Tik Tok; entonces nos reiríamos en compañía de algún extraterrestre porque repito, de lejos todo se vé más sencillo, más soso.

En segundo lugar, la forma en la que la ciencia ha avanzado no es otra que dando tumbos, errando y aprendiendo de sus errores de la mano del elemento vital de su pensamiento escéptico, el método científico. Dicho método, de manera somera, consiste en el contraste de una hipótesis con la realidad con el fin de producir nuevo conocimiento o, en otras palabras, que quien afirma algo está obligado a probarlo. Al definirlo, da la idea de solo serle útil a quien va a demostrarle a otro que dos objetos de diferente masa caen al mismo tiempo por efecto de la gravedad, pero es útil a cualquiera que esté expuesto a la cantidad de información a la que lo está cualquier colombiano promedio y obligatorio para quien afirma algo.

Poner en duda un argumento de cualquier sujeto con prestigio, sea este político, social, económico o académico, consumir de manera crítica, indagar acerca de las razones por las cuales le damos crédito a nuestros famosos, son prácticas de una sociedad inteligente, aportadas por una pizca de pensamiento escéptico y una actitud crítica ante el medio que nos rodea.

Siendo lego en las ciencias exactas, siento la necesidad de clamar por su difusión en aulas de colegios y universidades. Sus virtudes y beneficios prácticos, lejos de limitarse a los dos brevemente expuestos, sobrepasan los límites de este esbozo. Ahora más que nunca, la ciencia y sus estudiosos, Carl Sagan y el resto de sus grandes difusores, que siempre defendieron el conocimiento como una luz en la oscuridad pueden brillar en un mundo que naufraga en la penumbra, sin saber muy bien hacia dónde va.

Felipe Bedoya Muñoz

Lector, abogado, especialista en responsabilidad, candidato a mágister en literatura.

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