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De las escenas testimoniales más difíciles de observar y de tratar de auscultar, comporta una sala con banderas, un altar con fotografías y, frente a frente, quienes hablaron y escucharon. El acto de reconocimiento de verdad, en el caso de Dabeiba-Antioquia (pueden encontrarlo en TikTok, con la marca de la JEP en la edición pensada para redes sociales), nos ofrece ese instante exacto en el que la palabra pública se vuelve documento esencial, para no tener que volver jamás a repetir un pasado atroz que alimente la historia de Colombia. Es un avance, sin duda; pero también una prueba: saber si la memoria será transformadora o quedará reducida a un buen encuadre y a un titular viral. Y aquí, como las infortunadas mesas de algunos diálogos, la solemnidad puede servir tanto a la verdad como a la impunidad.
Dar valor al testimonio real del relato de sus protagonistas excombatientes —o exmiembros de la fuerza pública— que puedan hablar ante una jurisdicción especial, no es una trivialidad. Hablar en público, con micrófono y registro audiovisual, desnuda silencios y obliga a que lo que antes era rumores entre vecinos pase a ser parte de la memoria histórica. Eso tiene beneficios claros: visibiliza, documenta y abre la puerta a reparar a las víctimas en el esclarecimiento de la verdad. El testimonio solo vale, si completa ese circuito de verdad; pero la verdad, como expresan algunos autores, la verdad con mayúscula que incluye responsabilidad y reparación, no únicamente el rito de una confesión.
Sin embargo, se debe tener el suficiente tacto para no caer en la narrativa única, el relato debe venir de todos los comparecientes. La memoria no puede correr el riesgo de quedar truncada y debe, entonces, apoyarse en las voces de las víctimas. La JEP debe protegerse de la tentación de la versión “institucional” que deviene para algunos de la versión autorizada. La historia plural no se puede recortar en clips de algunos segundos. Entiendo el esfuerzo. Pero ha faltado mayor pedagogía, respecto a lo que concurre ante la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) en otros escenarios que están por fuera de las redes.
Un altar con fotos no es una escenografía; recordemos que fueron personas. En algunas ocasiones, esa apuesta en escena transforma un acto de reconocimiento en un espectáculo público, emotivo y solo queda en el plano de lo consumible, porque las redes todo lo vuelven viral. De hecho, contrae efectos secundarios, en los que se privilegia lo corto y compartible y empobrece lo profundo y lo complejo. La democracia de la memoria histórica exige profundidad; las redes, a veces, solo venden impresiones.
Es pertinente reiterar que lo central son las víctimas. El éxito de cualquier acto de reconocimiento se mide por la centralidad que se da precisamente a las víctimas. No como decoro, sino como sujetas del derecho propio que les asiste. Si su voz, su reparación y su seguridad no quedan garantizadas, la palabra pública puede llegar a ser un gesto vacío. La memoria no se rehabilita por sí sola; exige medidas concretas y respuestas que transformen la atención en cambios reales.
El acto en Dabeiba es muy importante, como todo acto de reconocimiento de la verdad que transcurre en la JEP. Confirma que la palabra deja de ser silencio y que la historia ya empieza a circular a la vista y oídos de todos. Pero, para que estos acontecimientos no queden en la anécdota o en el clip viral, propongo algunas prioridades para tener en cuenta:
- Priorizar la voz de las víctimas, que dan garantía de que su testimonio no sea sólo un componente del montaje, sino un componente central del proceso de reparación.
- Facilitar el acceso a los archivos. Por tanto, su publicación debe tener unos criterios claros (salvo lo que tenga seguridad legítima), para poder contrastarlos. Y que los medios de comunicación, incluyendo las redes sociales, tengan el deber de hacer esas verificaciones, y se pueda narrar tal cual como lo han vivido los actores del conflicto, en especial, las víctimas.
- Finalmente, prevenir la espectacularización de los medios de comunicación y de quienes representan las instituciones, pues deben mantener formatos que permitan la reflexión profunda y no solo el consumo y la viralización de sus apreciaciones personales sobre este tema.
Termino con una observación directa: la memoria no necesita adornos para ser legítima; necesita veracidad, consecuencias y cuidado. Si la JEP y la sociedad construyen procesos que van más allá del instante emotivo, más allá del corte perfecto para TikTok. Entonces, esos actos servirán verdaderamente para algo: para reparar, para enseñar y, lo más difícil, para evitar que la historia se repita. De lo contrario, habremos creado una liturgia bien filmada que, en el fondo, salvará la impunidad con buena iluminación.













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