Hace algunos meses leí un artículo llamado ¿Por qué la revolución ya no es posible?. En él el filósofo Byung-Chul Han plantea una discusión que parte de la eficiencia del neoliberalismo, en el sentido en que es un sistema que al menos en el discurso y la apariencia, opera no desde la prohibición y la privación, sino desde la complacencia y la satisfacción, que no busca hacer a las personas obedientes sino dependientes, y que usa la “libertad” como su principal herramienta de dominación.
Según Byung-Chul ese sentimiento de libertad de los individuos -que en el fondo sabemos no es real, y corresponde más bien a una manipulación muy sutil-, esa capacidad de explotar la libertad en vez de reprimirla, genera una serie de efectos que inmunizan muy fácilmente el sistema contra la resistencia; al final no es el sistema directamente, sino las personas, las que se subordinan a la dominación: “cada uno es un trabajador auto-explotado de su propia empresa. Cada individuo es su jefe y su esclavo; la lucha de clases se ha convertido en una lucha interna (…) Las personas subyugadas ni siquiera son conscientes de su subyugación.”
Así es como muchos de nosotros (me atrevo a decir, la mayoría), vivimos en un autoengaño, con ideas y comportamientos que nos han enseñado desde nacimos, racionales a la luz de unos ojos acostumbrados y desapercibidos, pero que en el fondo lo que hacen es estimular un yo irracional supuestamente libre y todopoderoso.
Entonces ¿por qué la revolución no es posible? Según el texto, porque hoy no existe una multitud conectada que se alce en una protesta global masiva de revolución.
Para mí es claro que no existe tal multitud; y es verdad que los grupos que hay intentando una revolución, no son lo suficientemente fuertes como para crear un cambio mega-representativo en el mundo, y muchas veces están ya envejecidos, con modelos que la historia ya ha demostrado, no funcionan. Pero si empezamos a bajar la escala mundo a nación, a comunidad, a INDIVIDUO, la revolución sí es posible.
Si un sistema como el nuestro se fundamenta en la libertad del individuo, para revolucionarlo también tenemos que partir del individuo…del revolucionarse a uno mismo.
¿Qué significa eso? Básicamente propiciar un cambio profundo en las estructuras mentales sobre las que se fundamenta nuestro ser: más o menos tener la peor (o la mejor) la crisis existencial de la vida, que nos haga reflexionar, replantear lo que somos y lo que queremos, que establezca una conversación entre lo que el mundo y el engaño al que hemos sido sometidos durante tanto tiempo nos dicen que debemos ser, y lo que queremos ser de verdad. Evidentemente esto también implica repensar la forma de entender nuestra libertad. Sólo si nos revolucionamos como individuos, podremos tener una revolución real hacia afuera, unos cambios profundos en las estructuras mentales y sociales de nuestras comunidades, y más a largo plazo, en las estructuras políticas y socioeconómicas de nuestro país, y del mundo.
Bueno, y en términos prácticos, ¿Qué significa revolucionarse a sí mismo?
Es muy sencillo, pero difícil: PREGUNTARSE Y EXPLORARSE.
* Esta semana también Laura Villa nos cuenta su versión de “revolucionarse a sí mismo” con su columna homónima. ¿Y cuál es tu versión? ¿tú cómo te revolucionas?
[…] Revolucionarse así mismo II […]
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