Las difíciles relaciones entre Irán y los Estados Unidos encuentran hoy un nuevo episodio, que anticipa el incremento de las tensiones en Oriente Medio. Por supuesto, no representa una novedad que esta región y Occidente persistan en el conflicto, pues ésta ha sido la constante histórica desde las Guerras Médicas, al inicio del siglo V a.C., cuando la Liga Delo-Ática, conformada por Atenas, Esparta y otras ciudades-Estado griegas, se enfrentó al Imperio Persa y terminó por imponerse en una confrontación que fue definitiva en el mundo antiguo y forjó los pilares sobre los que ahora se sustenta la civilización occidental.
La decisión del presidente Trump, de retirar a Estados Unidos del acuerdo suscrito en julio de 2015, con Irán y las potencias nucleares de Reino Unido, Alemania, Francia, Rusia y China, persigue en principio el objetivo de garantizar la estabilidad de la región y disminuir la amenaza que Irán puede constituir para la seguridad nacional del país, si consiguiera avanzar en su programa de desarrollo de energía nuclear con fines militares, o si continúa respaldando a organizaciones terroristas como Hizbollah y al gobierno de Bashar al Assad, en Siria. Dos de los puntos principales del Plan de Acción Integral Conjunto, son la eliminación del 98% del material nuclear por parte de Irán, así como la desactivación de dos tercios de sus centrifugadoras. Durante tres años, la Agencia Internacional de la Energía Atómica y los servicios de inteligencia de Estados Unidos, han acreditado el cumplimiento de esa parte fundamental del plan, de modo que Irán estaría respondiendo positivamente al levantamiento de las sanciones que se le habían impuesto en el pasado. Así, en el caso de que Irán demuestre su seriedad en el compromiso, habría pocas razones de peso para que Estados Unidos deje de participar del acuerdo y retome el camino de las sanciones.
En realidad, Estados Unidos pretende retornar a Irán al aislamiento internacional que había padecido por décadas, con el fin de presionar por un cambio de régimen o, por lo menos, la transición gradual a una democracia de corte liberal. En la mentalidad de estrategas como John Bolton, el Asesor de Seguridad Nacional del presidente Trump, el camino más expedito para lograr la democratización de Irán o de cualquier país de la región, es una posición más contundente por la vía de las sanciones, de manera unilateral o acudiendo a los organismos internacionales. Sin embargo, es poco probable que esta táctica funcione, si se consideran las experiencias de los últimos sesenta años, incluyendo los escenarios de la Guerra y la Posguerra Fría, y en lo particular, si se tiene en cuenta que desde la Revolución Islámica de 1979 no ha habido cambios sustanciales en Irán.
A pesar del embargo, Cuba sigue sometida a una dictadura y con un nuevo presidente, que está lejos de otorgar libertades a los cubanos. Gadaffi en Libia, y Saddam Hussein en Irak, fueron casi inmunes a las sanciones provenientes de Occidente, como también Al Assad en Siria, que permanece en el poder. Al final, la única solución será derrocar a los tiranos. Con Irán, una potencia que busca adquirir mayor influencia y reconocimiento frente a sus rivales regionales, tendrá que ser diferente y, tarde o temprano, Trump deberá optar por tomar la iniciativa y atraer a los Ayatolas a un nuevo espacio de cooperación.
Via: ElQuindiano.