
Resumen Ejecutivo
La semana estuvo marcada por una de las decisiones más disruptivas en la política comercial global de los últimos años: la imposición por parte del presidente Donald Trump de aranceles generalizados bajo el concepto de “reciprocidad”, que impactarán a más de 180 países. El llamado “Día de la Liberación”, más allá de su carga simbólica, representa el punto de partida de un nuevo orden comercial en el que la confrontación directa sustituye al consenso multilateral.
Los efectos de esta ofensiva arancelaria se sintieron de inmediato: fuertes correcciones en las bolsas, señales de enfriamiento económico, respuestas contundentes por parte de China y Europa, y una creciente presión sobre los bancos centrales, que podrían verse forzados a adelantar recortes de tasas en un contexto de alta incertidumbre. A pesar de un sólido dato de empleo en Estados Unidos, los mercados enfrentaron su peor semana desde 2020.
En Europa, los datos preliminares de inflación y PMI revelan una economía aún frágil, con la mirada puesta en el BCE. En Asia, el golpe fue especialmente duro: las economías más dependientes del comercio exterior enfrentan ya proyecciones de caída en el PIB, mientras China busca amortiguar el choque con estímulos domésticos. América Latina, aunque menos castigada directamente, no es inmune: las monedas regionales se depreciaron, el petróleo cayó cerca del 10% y las exportaciones enfrentarán nuevas barreras.
En Colombia, se destacan avances puntuales en el mercado laboral, una política monetaria prudente por parte del Banco de la República y un sistema pensional que continúa mostrando solidez. Sin embargo, el contexto fiscal sigue siendo retador, y la presión sobre el tipo de cambio evidencia la fragilidad estructural frente a choques externos.
Los mercados financieros globales operaron bajo un fuerte tono de aversión al riesgo. Las acciones retrocedieron con fuerza, los bonos soberanos ganaron tracción y las materias primas —especialmente el petróleo, la plata y el cobre— experimentaron caídas relevantes. Solo el oro, como activo refugio, se mantuvo en terreno positivo.
Finalmente, esta edición incluye un apéndice que examina el trasfondo de la nueva política comercial estadounidense a partir de una perspectiva estratégica menos abordada: la lógica de negociación del presidente Donald Trump, interpretada desde su propio marco conceptual en The Art of the Deal. Este enfoque ofrece claves adicionales para comprender no solo los acontecimientos actuales, sino también las posibles direcciones de la economía global en el corto y mediano plazo.
Estados Unidos
La semana estuvo marcada por un evento sin precedentes en la política comercial reciente de Estados Unidos: el denominado “Día de la Liberación”, en el que la administración Trump oficializó la entrada en vigor de su política de aranceles recíprocos, redefiniendo por completo el entorno del comercio internacional. El anuncio —que excedió ampliamente las expectativas del mercado— provocó una ola de aversión al riesgo que golpeó con fuerza a los principales índices bursátiles. Sin embargo, hacia el cierre de la semana, la publicación de un sólido dato de empleo logró atenuar parcialmente el pesimismo reinante.
En lo esencial, la nueva estrategia contempla un arancel base del 10% para todos los países, sobre el cual se aplican recargos diferenciados según el déficit comercial bilateral y otras restricciones impuestas por los socios. Así, economías como China enfrentan una tarifa efectiva del 54%, mientras que Vietnam y Japón han sido penalizados con tasas del 46% y 24%, respectivamente. Europa, por su parte, recibió un arancel del 20%, sin distinción por países, lo que incrementa los temores sobre el crecimiento en la eurozona. En contraste, Colombia figura entre los países menos afectados, al recibir únicamente el arancel base, aunque la exposición de sus exportaciones —especialmente en bienes como el café— sigue siendo vulnerable. De hecho, la aplicación de un arancel del 46% sobre el café vietnamita abre una ventana de oportunidad para productores colombianos y brasileños, aunque en un entorno general adverso para el comercio exterior.
El impacto en los mercados fue inmediato. El S&P 500 se desplomó un 4,85%, el Nasdaq cayó un 5,99% y el Dow Jones retrocedió un 3,98%, en lo que ya se califica como el “jueves negro” del primer semestre. La magnitud del desplome llevó al índice Russell 2000 a entrar oficialmente en territorio bajista, al acumular más de un 20% de retroceso desde su máximo de noviembre de 2024. Las acciones más golpeadas fueron aquellas con alta exposición a importaciones de Asia —particularmente de China y Vietnam—, lo que generó una reevaluación masiva de portafolios, con preferencia por sectores defensivos, activos de calidad y empresas vinculadas a semiconductores y tecnologías estratégicas.
En este entorno, China respondió con un arancel del 34% sobre todas las importaciones estadounidenses, efectivo desde el 10 de abril, mientras que Europa estudia posibles represalias sin anunciar aún medidas concretas. Estas reacciones podrían ser el preludio de una nueva guerra comercial global, elevando los riesgos de recesión sincronizada y forzando un replanteamiento de las estrategias monetarias a nivel internacional. En EE.UU., los rendimientos del Tesoro a 10 años cayeron hasta el 4%, reflejo de la búsqueda de refugio y del ajuste en las expectativas sobre la política de la Reserva Federal.
En ese marco de tensión, el informe oficial de empleo de marzo trajo un respiro inesperado: se crearon 228 mil empleos, frente a una expectativa de 140 mil. No obstante, la tasa de desempleo subió al 4,2%, debido al incremento en la tasa de participación laboral. Las revisiones a la baja de los datos de enero y febrero, sumadas al repunte de marzo —atribuido a la recuperación tras los efectos invernales y al fin de huelgas en supermercados—, muestran un mercado laboral aún robusto pero con señales de desgaste. El verdadero impacto de los aranceles recién comenzará a reflejarse en los informes de abril y mayo, con lo cual este buen dato podría resultar efímero.
Jerome Powell, presidente de la Reserva Federal, reconoció que los aranceles fueron más severos de lo anticipado y advirtió sobre un panorama altamente incierto, con riesgos tanto de estanflación como de deterioro en el empleo. Aunque los mercados ya descuentan recortes de tasas para el segundo semestre, Powell reafirmó que la FED mantendrá una postura prudente, esperando evidencias concretas antes de actuar —aunque los analistas coinciden en que junio será una fecha crítica para una posible decisión.
En cuanto a los indicadores económicos, el índice ISM manufacturero de marzo retrocedió hasta los 49,5 puntos, confirmando la fragilidad del rebote industrial observado a inicios de año. El índice de precios pagados mostró un alza, reflejando mayores costes en materias primas como el acero y el aluminio, afectados por la tensión comercial. El ISM no manufacturero, por su parte, se mantuvo en terreno de expansión con 53 puntos, pero dejó ver un crecimiento más moderado y mayor cautela empresarial.
La balanza comercial de febrero mostró una mejora parcial, con un déficit de 123.400 millones de dólares, impulsada por la caída en importaciones y el repunte puntual de exportaciones. Sin embargo, el comercio neto sigue siendo un lastre para el crecimiento del primer trimestre. Por su parte, las solicitudes iniciales de subsidios por desempleo aumentaron ligeramente a 227.000, señalando un posible cambio de tendencia, especialmente en sectores públicos y contratistas federales. Finalmente, el informe JOLTS de febrero anticipa una leve moderación en la demanda laboral, con 7,68 millones de vacantes y una ratio vacantes-desempleado en descenso, reflejo de una normalización progresiva del mercado laboral.
En síntesis, Estados Unidos entra en una nueva fase de incertidumbre, marcada por el giro proteccionista de su política comercial. El aumento promedio de aranceles —que podría llevar la tasa efectiva hasta el 30%, el nivel más alto desde la Segunda Guerra Mundial— plantea riesgos considerables para la actividad económica global. Mientras se barajan escenarios de negociación, confrontación o intensificación de medidas, el mercado se posiciona entre la esperanza de acuerdos bilaterales y el temor a una espiral de represalias. En este contexto, la política monetaria de la FED, la resiliencia del consumidor y el desempeño del mercado laboral serán los pilares que determinarán la evolución de la economía estadounidense en los próximos meses.
Europa
La semana en Europa estuvo dominada por dos frentes clave: la evolución de la inflación en marzo y los nuevos datos adelantados de actividad, ambos evaluados en el contexto de las crecientes tensiones comerciales derivadas de la nueva política arancelaria estadounidense. En conjunto, los datos refuerzan la expectativa de que el Banco Central Europeo (BCE) podría proceder con un recorte de tasas en su próxima reunión del 17 de abril, especialmente si se consolida la desaceleración inflacionaria sin un deterioro abrupto en la actividad.
Las lecturas preliminares del IPC mostraron un cuadro de desinflación gradual, aunque con matices relevantes entre países. En Alemania, la inflación armonizada se moderó al 2,4% interanual, mientras que en Italia repuntó levemente al 1,8%, influida por efectos de base en energía. A nivel agregado, la inflación de la eurozona descendió al 2,2%, con una subyacente en 2,5%, lo que refuerza la idea de que las presiones inflacionistas más persistentes continúan cediendo. Sin embargo, cualquier repunte inesperado en servicios podría tensionar el debate dentro del Consejo de Gobierno del BCE, donde persiste una división entre los partidarios de actuar de inmediato y quienes abogan por mayor cautela.
En paralelo, los índices PMI de marzo dejaron señales mixtas. En Italia, el sector manufacturero repuntó hasta los 48,0 puntos, su nivel más alto desde septiembre, aunque aún en territorio contractivo. Los datos compuestos y de servicios, divulgados a mitad de semana, se mantuvieron por encima del umbral de expansión, apuntando a una recuperación parcial del dinamismo económico al cierre del primer trimestre. En el resto de países —incluyendo Alemania, Francia y el Reino Unido— las lecturas finales confirmaron las cifras preliminares sin mayores sorpresas. El PMI de construcción, sin embargo, permaneció en terreno negativo, con 44,8 en la eurozona y 46,4 en Reino Unido, este último acompañado por la mayor destrucción de empleo desde 2020. A pesar de ello, se observaron avances relevantes en segmentos como la movilidad eléctrica, con los vehículos eléctricos a batería (BEV) representando el 19,4% del mercado británico, un nuevo récord.
En cuanto al impacto de los nuevos aranceles estadounidenses, Europa figura entre las regiones más penalizadas, con un recargo generalizado del 20% sobre sus exportaciones, lo que añade presión a las ya debilitadas perspectivas de crecimiento. El potencial efecto inicial de estos aranceles se estima en una pérdida del 0,4% del PIB europeo, aunque con diferencias relevantes entre países. Alemania e Italia, con mayor exposición al comercio exterior y especialización industrial, podrían enfrentar impactos superiores al promedio, mientras que Francia y España quedarían ligeramente por debajo, en torno al 0,2%. Sin embargo, este efecto directo podría verse amplificado si los flujos globales de comercio se ralentizan, abriendo la puerta a un entorno más complejo y dependiente de estímulos fiscales y políticas industriales.
Desde el punto de vista sectorial, destacan como más vulnerables las industrias química, de transporte, maquinaria, electrónica y metales, con una dependencia significativa de la demanda final estadounidense —entre el 6% y el 10% del valor añadido en algunos casos. No obstante, sectores como el farmacéutico, con más del 20% de su producción orientada a Estados Unidos, han quedado inicialmente excluidos del nuevo esquema arancelario. En el caso de España, los sectores con mayor riesgo por la combinación de alta exposición y fuerte alza arancelaria son los de minerales, metales, bienes de capital, productos químicos y agroalimentarios, incluyendo aceite de oliva, vino y frutas en conserva.
Finalmente, la probabilidad de un recorte de tasas por parte del BCE para abril supera el 90%, con una proyección del tipo de depósito en 1,8% para diciembre, en línea con una política monetaria que empieza a ceder ante los riesgos externos. En este contexto, el bloque europeo enfrenta una disyuntiva estratégica: acelerar el giro monetario para sostener la actividad, o esperar mayor claridad frente al nuevo orden comercial global que parece surgir bajo el segundo mandato de Donald Trump. Sea cual sea el camino, Europa entra en una etapa de reajuste económico y geoestratégico, con implicaciones de largo alcance para su industria, empleo y estabilidad macroeconómica.
Asia
La región asiática fue, sin lugar a dudas, la más afectada por la nueva ola de aranceles recíprocos anunciados por la administración Trump, una decisión que amenaza con alterar de manera estructural las cadenas de valor globales que tienen a Asia como epicentro. Países como China, Vietnam, Taiwán, Corea del Sur y Japón enfrentan ahora tasas arancelarias que, en algunos casos, superan los máximos históricos registrados desde los años treinta. En particular, China recibió un arancel del 34% adicional, que, sumado al gravamen base del 10% y al 10% vigente desde enero, eleva la carga efectiva al 54%. Sin embargo, si mantiene sus compras de petróleo a Venezuela, se le sumaría un arancel del 20% adicional —según lo anunciado por Trump—, lo que llevaría la tarifa total a un 74%, situando a China como uno de los países más penalizados en esta nueva arquitectura comercial. mientras que Vietnam fue penalizado con un 46%, Taiwán con 32%, Corea del Sur con 25% y Japón con 24%. Este giro proteccionista no solo pone en riesgo el crecimiento de las economías más abiertas de la región, sino que podría provocar distorsiones profundas en los mercados internacionales de manufactura, tecnología y bienes intermedios.
El impacto estimado sobre el PIB de los países afectados refleja la magnitud de estas medidas. En Vietnam, la economía podría perder hasta un 4% del PIB si las exportaciones hacia EE.UU. se reducen en línea con el peso de los nuevos aranceles, mientras que Camboya enfrentaría una contracción cercana al 3%. En China, el efecto marginal de esta nueva ronda se situaría por debajo del 1% del PIB, aunque se sumaría a los impactos acumulados de los aranceles ya vigentes desde enero. No obstante, hay que matizar estos efectos, dado que una parte considerable de las exportaciones asiáticas a Estados Unidos se concentran en sectores estratégicos —como semiconductores, farmacéuticos y ciertos minerales— que han quedado temporalmente excluidos del nuevo régimen arancelario.
Los sectores más expuestos en la región son los textiles —con una incidencia superior al 30% en el caso de Vietnam—, junto con la industria química, los plásticos, los productos eléctricos, la electrónica y la maquinaria. Parte del comercio triangulado que se utilizó entre 2018 y 2019 —cuando China desvió exportaciones vía Vietnam para mantener a Estados Unidos como destino final— ahora se encuentra también bajo presión, cerrando una de las válvulas de escape que habían permitido amortiguar choques anteriores. Ante esta situación, existe un riesgo latente de sobreproducción regional, en un momento en que los mercados alternativos no están en capacidad de absorber volúmenes equivalentes.
Desde la óptica de Pekín, la estrategia no es simplemente reaccionar. La administración china ha optado por reforzar la demanda interna como principal escudo ante el nuevo entorno global. Voceros destacados como Chen Wenling, del Centro para Intercambios Económicos Internacionales de China, han enfatizado que el país cuenta con la escala, el músculo fiscal y la resiliencia necesarios para soportar choques externos. La política fiscal para 2025 apunta a un mayor déficit como motor contracíclico, mientras se impulsan medidas de inversión en infraestructura, vivienda social y tecnología, junto con incentivos al consumo privado. Economistas como Li Daokui sostienen que la economía china crecerá en 2025 a un ritmo superior al de 2024, impulsada por la autosuficiencia tecnológica y la innovación endógena —elementos catalizados por la presión internacional.
El impacto en la confianza empresarial y del consumidor también se deja sentir en Japón, donde el gobernador del Banco de Japón, Ueda Kazuo, advirtió que los aranceles de Trump podrían ejercer una presión bajista significativa sobre la economía nipona y del resto del mundo. Ueda alertó que la incertidumbre generada por estas medidas podría afectar las decisiones de gasto de los hogares y la inversión empresarial, lo cual requeriría una revisión constante de la política monetaria. Aunque el Banco de Japón mantiene una postura prudente, el mensaje fue claro: de consolidarse el deterioro de las condiciones externas, se tomarán medidas apropiadas para amortiguar el impacto sobre crecimiento y precios.
En este contexto, Asia se enfrenta a un entorno inusualmente complejo, en el que convergen factores estructurales y coyunturales. A corto plazo, los países de la región deberán evaluar nuevas rutas de diversificación comercial, redoblar su apuesta por la integración regional —a través de esquemas como el RCEP— y ajustar sus políticas macroeconómicas ante un mundo que parece inclinarse hacia el bilateralismo, alejándose de los principios que han sostenido el comercio global durante décadas. A largo plazo, este episodio podría marcar el inicio de una reconfiguración del orden económico internacional, con profundas consecuencias para las estrategias de crecimiento asiáticas y para la estabilidad económica global.
América Latina
En el complejo tablero que redefinió la política comercial global esta semana, México y Canadá lograron evitar una exposición directa a los nuevos aranceles recíprocos anunciados por Washington. Ambos países, socios estratégicos dentro del USCMA, se beneficiaron de un trato preferencial que excluye sus exportaciones del esquema generalizado de tarifas, aunque no quedaron completamente al margen de la presión arancelaria. Los bienes que no cumplen con las condiciones de origen del tratado siguen enfrentando un gravamen del 25%, particularmente en sectores como el acero, aluminio y automóviles. No obstante, existe una cláusula que restringe este impuesto a los componentes no estadounidenses de los vehículos, lo que mitiga parcialmente el efecto sobre el sector automotor.
En México, esta relativa inmunidad fue recibida con alivio —»se salvaron del peor escenario», como afirmaron analistas locales— lo que generó una reacción positiva en los mercados y en la percepción empresarial. Por su parte, Canadá enfrenta una situación similar, aunque con mayor exposición a los flujos industriales del noreste de EE.UU., lo que mantiene un nivel elevado de incertidumbre.
América Latina, en general, fue una de las regiones menos castigadas por la nueva política arancelaria, al ser sujeta únicamente al arancel base del 10%, que aplica de forma transversal a casi todos los países del mundo fuera de acuerdos especiales. Sin embargo, esta aparente indulgencia no oculta el hecho de que la región queda expuesta a los efectos secundarios de una desaceleración global del comercio y del eventual enfriamiento de la economía estadounidense —su principal socio comercial.
Brasil representa un caso particular. Aunque se anticipan impactos negativos sobre el PIB de hasta 0,5 puntos porcentuales, el país podría beneficiarse indirectamente a través de un redireccionamiento de flujos comerciales hacia su sector agroexportador, impulsado por el interés chino en reforzar su presencia en Sudamérica mediante inversiones en infraestructura. Sin embargo, el presidente Lula da Silva fue enfático al rechazar el giro proteccionista de Washington, señalando que su gobierno utilizará todos los instrumentos legales disponibles —incluidas represalias bajo los marcos de la OMC— para proteger los intereses nacionales.
En el resto del continente, los efectos son diversos y están profundamente marcados por la estructura exportadora de cada país. En Colombia, productos como el café, flores y alimentos procesados se verán afectados por el arancel del 10%, aunque el presidente Gustavo Petro sorprendió al declarar en la red social X que los nuevos aranceles podrían representar una oportunidad si el empresariado sabe posicionar bienes competitivos en el mercado estadounidense. En Argentina, el gobierno optó por un tono más diplomático, destacando su buena relación con EE.UU., pese a que sectores como el aluminio, combustibles y bebidas alcohólicas se verán penalizados.
Perú, cuyo segundo mercado de exportación es EE.UU., afronta riesgos relevantes en minería no metálica, prendas de vestir y agroindustria, especialmente en productos como el arándano, cuyo principal destino es el consumidor norteamericano. A pesar del acuerdo de libre comercio vigente, el país no fue eximido del nuevo arancel general, lo que ha generado solicitudes formales del gobierno peruano para renegociar las condiciones. Similar es el caso de Chile, que exporta salmón, vino y frutas, y que ha visto cómo sus sectores agroalimentarios quedan vulnerables. Afortunadamente, el cobre y la madera —dos pilares del comercio chileno— quedaron fuera de la lista de productos gravados, lo que amortigua el golpe inicial.
En Ecuador, productos como el camarón, banano y cacao deberán enfrentar el nuevo impuesto, mientras que el gobierno analiza opciones diplomáticas y sectoriales para proteger sus intereses. En paralelo, los países de Centroamérica, altamente dependientes del mercado estadounidense y vinculados al tratado DR-CAFTA, tampoco fueron eximidos, pero recibieron únicamente el arancel base. Líderes como el presidente de Costa Rica, Rodrigo Chaves, han preferido ver la medida como parte de una “nueva normalidad”, destacando que no se trató de un castigo específico a la región.
Los efectos más severos podrían concentrarse en Venezuela y Nicaragua, que recibieron aranceles de 15% y 18%, respectivamente —los más altos de toda América Latina— en respuesta a criterios políticos y económicos utilizados por la Casa Blanca. Esta diferenciación introduce además una lectura geopolítica al nuevo esquema comercial, que excede el análisis meramente económico.
Aunque los efectos aún están por cuantificarse completamente, los productos energéticos, farmacéuticos, semiconductores y ciertos minerales han quedado fuera de la imposición arancelaria —al menos en esta etapa—, lo que preserva sectores estratégicos para varios países de la región. La exclusión del petróleo, por ejemplo, es clave para México, Brasil y Colombia, cuyas economías mantienen una participación relevante en este rubro.
En conclusión, Latinoamérica enfrenta un entorno complejo pero no necesariamente adverso. La región ha recibido el impacto leve de un nuevo orden comercial mundial, aunque no está exenta de riesgos derivados de la caída en el crecimiento global, la contracción de la inversión y la volatilidad cambiaria. Para muchos países, esta coyuntura también podría abrir ventanas de oportunidad competitiva frente a economías más penalizadas —siempre y cuando se tomen decisiones estratégicas de posicionamiento, productividad y diplomacia comercial en tiempo oportuno.
Colombia
El mercado laboral colombiano continúa mostrando señales mixtas de recuperación, en un entorno donde los indicadores agregados ofrecen lecturas alentadoras, aunque aún con importantes desafíos estructurales. Según el boletín del DANE, la tasa de desempleo nacional en febrero de 2025 se ubicó en 10,3%, lo que representa una caída de 1,3 puntos porcentuales frente al mismo mes del año anterior. Al mismo tiempo, la tasa global de participación subió de 63,8% a 64,7%, mientras que la tasa de ocupación aumentó de 56,4% a 58,0%, consolidando una tendencia positiva por tercer mes consecutivo.
El avance en la ocupación ha estado liderado por sectores como la construcción, la administración pública y salud, y el comercio, que juntos aportaron más de 500 mil nuevos empleos. El crecimiento del empleo por cuenta propia (674 mil personas adicionales) ha sido determinante, pero también refleja que buena parte de la recuperación sigue anclada en condiciones de informalidad y baja calidad laboral. De hecho, según el Observatorio del Mercado Laboral de la Universidad Externado, más del 72% de los nuevos empleos creados corresponden al sector informal, un fenómeno particularmente visible en zonas rurales donde la informalidad supera el 85%.
En ese sentido, aunque los datos de empleo son positivos, persisten desafíos importantes. La informalidad urbana ha aumentado del 43,5% al 44,4%, y los expertos advierten que la expansión reciente en la participación laboral —liderada por hombres y mujeres que han salido de los oficios del hogar para incorporarse al mercado laboral— podría generar presión adicional sobre un sistema que aún no logra absorber completamente esa nueva fuerza laboral con empleos formales y sostenibles.
Desde el análisis macroeconómico, la Junta Directiva del Banco de la República decidió mantener la tasa de interés en 9,5%, priorizando la estabilidad inflacionaria pese a las señales de recuperación económica. La inflación ha descendido del pico de 13,3% en 2023 al 5,28% actual, pero aún permanece lejos de la meta del 3%. Las minutas revelan tensiones internas: mientras cuatro directores votaron por mantener las tasas, otros tres proponían recortes de hasta 50 puntos básicos, apoyados en la caída de la inflación subyacente y la necesidad de estimular la demanda interna.
La cautela del Emisor se explica por factores como el incremento del salario mínimo —por encima de la inflación observada—, la volatilidad en la tasa de cambio, los efectos globales de la nueva guerra arancelaria liderada por EE.UU., y la debilidad fiscal interna. De hecho, el déficit del Gobierno Central aumentó en 2024 y ha complicado la financiación del presupuesto para 2025, elevando la percepción de riesgo país. El ministro de Hacienda, Germán Ávila, reconoció que Colombia está en la búsqueda activa de nuevas fuentes internacionales de financiamiento, incluyendo mercados en Europa, Asia y Oriente Medio, así como una mayor articulación con banca multilateral.
El propio Ávila anticipó que el pronóstico de crecimiento para 2025 podría ajustarse al alza, pasando del 2,6% al 2,8%, alineado con la proyección del Banco Central. Esta revisión positiva se sustenta en una mejora en el ritmo de actividad económica y en la consolidación del ajuste externo, con un déficit en cuenta corriente que cayó del 6,2% al 1,8% del PIB en dos años, lo que otorga mayor margen de maniobra al país frente a la volatilidad financiera internacional.
En paralelo, el Congreso de Asofondos —realizado en Cartagena— dejó importantes reflexiones sobre el futuro del sistema pensional. Juan David Correa, presidente del Consejo Directivo, destacó que el ahorro administrado por los fondos superó los $545 billones en febrero, con una rentabilidad histórica del 6,8% real promedio en tres décadas. A pesar de los buenos resultados financieros, Correa alertó sobre el envejecimiento acelerado de la población y la baja tasa de natalidad, fenómenos que podrían comprometer la sostenibilidad de los regímenes de prima media. La reforma pensional aprobada en 2024 amplió la cobertura, pero no resolvió los problemas estructurales del sistema, cuyo pasivo actuarial podría alcanzar el 161% del PIB, según el Comité Autónomo de la Regla Fiscal.
Finalmente, desde el frente productivo, el Índice de Precios del Productor (IPP) registró una variación mensual negativa del -0,59%, impulsada por la caída en el sector minero —especialmente en productos como el crudo y el carbón—, mientras que el agro mostró señales de dinamismo con aumentos notables en precios de papas, hortalizas y ganado bovino. A nivel anual, el IPP creció un 4,88%, destacándose el alza de productos como el café (78,3%) y el oro en bruto (39,4%), lo que refleja una recomposición en los términos de intercambio para ciertos sectores estratégicos de exportación.
En conjunto, Colombia se encuentra en un punto de inflexión: si bien los datos recientes revelan una economía que se estabiliza y mejora, los desafíos estructurales en el mercado laboral, la sostenibilidad fiscal y el sistema pensional requieren atención urgente y decisiones estratégicas sostenidas para consolidar una senda de crecimiento inclusivo y duradero.
Renta Variable
La renta variable global cerró su semana más adversa en lo que va del año, marcada por el resurgimiento de tensiones comerciales, un entorno macroeconómico incierto y una clara recomposición en las expectativas de política monetaria. El anuncio de Donald Trump sobre la imposición de un arancel del 10% a todas las importaciones, acompañado de tarifas adicionales del 34% para China y del 20% para Europa, desencadenó una fuerte corrección en los principales índices bursátiles. En reacción, China respondió con medidas equivalentes, alimentando el temor a una nueva guerra comercial global. La incertidumbre se intensificó tras las advertencias de la Reserva Federal, que reconoció los riesgos de aceleración inflacionaria y desaceleración del crecimiento como resultado de estas políticas.
El S&P 500 retrocedió un contundente 9,1%, cerrando en 5.074,08 puntos, mientras que el Dow Jones cayó un 7,9% hasta los 38.314,86. Por su parte, el Nasdaq se desplomó un 10,0% hasta los 15.587,79, marcando su peor semana desde marzo de 2020. La presión fue especialmente intensa sobre las empresas tecnológicas, industriales y manufactureras con alta exposición internacional, como Apple, Nvidia, Tesla, Qualcomm o Caterpillar, que lideraron los retrocesos ante el nuevo entorno de restricciones comerciales. En paralelo, las empresas de pequeña capitalización, altamente vulnerables al deterioro del consumo doméstico, también mostraron caídas que consolidan un sentimiento bajista en el mercado estadounidense.
El deterioro no fue exclusivo de Wall Street. A nivel global, el índice MSCI Mundial cayó un 1,49% en la semana, lastrado por la mala evolución de los mercados de EE.UU. y Asia. En Europa, los principales índices bursátiles retrocedieron con fuerza: Alemania -1,88%, Francia -1,58%, y el EuroStoxx 50 -1,70%, mientras que solo el FTSE del Reino Unido logró avanzar ligeramente con +0,14%, gracias a la resiliencia del sector eléctrico y financiero. En la periferia, se observaron desempeños más estables, pero el tono fue igualmente negativo.
En Asia, los mercados fueron los primeros en reflejar la tensión arancelaria. El Nikkei japonés cayó 2,8%, el Hang Seng de Hong Kong retrocedió 1,6%, y el CSI 300 de China bajó 0,6%. El índice de mercados emergentes perdió 0,68%, con caídas marcadas en Asia (-1,73%)
y Latinoamérica (-1,76%), mientras que el subíndice de Europa Emergente fue el único que cerró en positivo, con un avance del 1,40%.
El desplome en las bolsas fue acompañado por un giro significativo en el posicionamiento de los inversionistas. Las salidas de fondos de renta variable estadounidense se aceleraron, mientras que los activos refugio como el oro volvieron a destacar —el metal precioso alcanzó un nuevo récord y acumula un repunte del 17% en el trimestre, el mejor desempeño desde 1986. El mensaje de los mercados es claro: en un entorno de elevada incertidumbre política, fiscal y comercial, la concentración de portafolios se ha convertido en una fuente de vulnerabilidad. Los fondos con más del 40% de exposición a grandes tecnológicas ya acumulan pérdidas del 8% en lo que va de 2025, mientras que las estrategias diversificadas han logrado sostener rentabilidades positivas.
En este contexto, empieza a consolidarse una narrativa que los analistas ya denominan el “nuevo Trump trade”: una estrategia que prioriza coberturas activas, exposición a activos reales —como oro y materias primas— y una diversificación rigurosa tanto geográfica como sectorial. En contraste con el enfoque direccional que dominó los últimos años, los inversionistas ahora buscan resiliencia estructural en lugar de concentración temática.
En el caso de Colombia, el índice COLCAP avanzó un 1,1% y cerró en 1.620,49 puntos, impulsado por el efecto calendario de dividendos de Bancolombia y las expectativas de una inflación más moderada para marzo. No obstante, el entorno internacional pesó sobre el apetito de riesgo y limitó un mayor impulso en la renta variable local, que lucha por consolidarse de forma sostenida por encima de los 1.650 puntos. La correlación con los flujos externos sigue siendo un factor determinante para el comportamiento del mercado bursátil colombiano, en un momento donde el apetito global por activos de riesgo se encuentra en franca contracción.
En suma, la semana bursátil deja en evidencia un mercado dominado por la aversión al riesgo, con ajustes agresivos en los precios de los activos y una reevaluación profunda de las estrategias de inversión. Si las tensiones comerciales persisten y la política monetaria se mantiene condicionada por la inflación, la renta variable global podría enfrentar un entorno aún más desafiante en el segundo trimestre del año.
Renta Fija
La semana dejó una clara revalorización en los mercados de deuda soberana, impulsada por la creciente aversión al riesgo global, el deterioro de las expectativas macroeconómicas y un renovado apetito por activos refugio. La guerra comercial declarada por la administración Trump, junto con señales mixtas desde la política monetaria y el mercado laboral, propició una corrección generalizada de los rendimientos en las principales curvas soberanas del mundo, mientras se consolidaba la percepción de que los riesgos inflacionarios a mediano plazo podrían coexistir con un entorno de menor crecimiento.
En Estados Unidos, los rendimientos de los bonos del Tesoro cayeron con fuerza. El bono a 2 años retrocedió 26,8 puntos básicos (pbs), el 10 años bajó 26,1 pbs y el 30 años descendió 21,7 pbs, hasta ubicarse en el 4%, su nivel más bajo desde octubre. Esta corrección refleja la convergencia de múltiples factores: la inversión de la curva, el alza en el desempleo a 4,2%, la desaceleración del proceso de reducción del balance de la Reserva Federal, y el temor a una recesión provocada por las nuevas tarifas arancelarias. Los contratos OIS descuentan ahora recortes acumulados de hasta -115 pbs en lo que resta del año, con una probabilidad del 50% para mayo, reflejando el giro en las expectativas de política monetaria.
En Europa, los rendimientos de los bonos también cayeron de forma generalizada. El Bund alemán se ubicó en el 2,5%, mientras que los bonos de Francia y Italia cerraron en 3,28% y 3,7%, respectivamente, en un entorno de desaceleración de la actividad económica y creciente probabilidad de que el BCE recorte su tasa de política en abril —escenario que ya cuenta con más del 90% de probabilidad descontada por el mercado. La relativa moderación de los datos macroeconómicos y el tono más cauto del BCE brindaron apoyo a los títulos soberanos, que mostraron una mejor evolución frente al segmento de crédito corporativo, particularmente el de high yield, más expuesto a los temores de recesión.
En Canadá, los rendimientos del bono a 10 años descendieron hasta el 2,92%, afectados por un desplome en las exportaciones y un PMI compuesto en mínimos de cuatro años. En Asia, la renta fija también captó flujos de protección. El bono soberano chino a 10 años cayó al 1,78%, su nivel más bajo del mes, en respuesta al creciente riesgo sistémico vinculado a la exposición del país a los nuevos aranceles. Por su parte, Brasil vio cómo su tasa a 10 años descendía 30 pbs hasta 14,60%, mientras que México cerró en 9,06% y Colombia en 11,55%, consolidando una tendencia de valorización en los títulos de deuda emergente.
En Colombia, la semana estuvo marcada por una valoración sostenida de la curva de TES tasa fija, favorecida por el mantenimiento de la tasa de política monetaria en 9,5%, una revisión al alza del PIB esperado y el nombramiento del nuevo director de Crédito Público, lo que fortaleció la percepción de gobernabilidad fiscal. Las mayores caídas se observaron en los TES noviembre 2027 (-57,2 pbs), marzo 2031 (-44,7 pbs) y abril 2028 (-44,0 pbs). En el segmento UVR, el comportamiento fue mixto: mientras que referencias como UVR julio 2025 (+2,8 pbs) y abril 2035 (+11,0 pbs) se desvalorizaron, otras como marzo 2033 y febrero 2037 registraron caídas cercanas a -22 pbs, en línea con expectativas de una menor presión inflacionaria en el corto plazo.
En el mercado secundario, las referencias de corto plazo mostraron ajustes más moderados, pero en general el sesgo fue positivo para la deuda local, impulsada también por la correlación técnica con los rendimientos del Tesoro estadounidense. La demanda por TES se mantuvo activa, tanto por parte de actores institucionales locales como por extranjeros, en busca de retornos reales positivos en un entorno global que vuelve a valorar los diferenciales de tasa como activo refugio.
En suma, la renta fija global se comportó como el principal beneficiario del episodio de volatilidad que afectó a la renta variable. Si bien persisten presiones inflacionarias residuales, los mercados parecen haber dado un giro en su interpretación del balance de riesgos, privilegiando una visión donde la desaceleración global podría forzar a los bancos centrales a acelerar su giro hacia políticas más acomodaticias. En este contexto, los bonos soberanos de economías emergentes con fundamentos sólidos, como Colombia, ganan tracción en un entorno internacional que revaloriza la estabilidad macroeconómica.
Monedas
La semana cambiaria estuvo marcada por una fuerte volatilidad en los mercados internacionales, impulsada por el recrudecimiento de las tensiones comerciales entre Estados Unidos y China, el desplome en los precios del crudo Brent y las crecientes dudas sobre el rumbo de la economía global. En este contexto, el dólar estadounidense presentó movimientos mixtos que reflejan su dualidad actual: refugio ante el riesgo global, pero también emisor de incertidumbre económica interna.
En términos generales, el índice DXY retrocedió un 1,0% frente a una cesta de divisas, impactado por el anuncio del nuevo paquete arancelario de la administración Trump, que generó temores sobre una desaceleración del crecimiento acompañada de nuevas presiones inflacionarias. Las advertencias de la Reserva Federal sobre los posibles efectos adversos de estas medidas, sumadas al debilitamiento de los indicadores de confianza, reforzaron la percepción de que el dólar podría enfrentar una pérdida de tracción estructural en los próximos meses.
Entre las monedas desarrolladas, el desempeño fue mayoritariamente negativo. El euro cayó un 0,5%, afectado por la tensión comercial con EE.UU. y un tono más acomodaticio del Banco Central Europeo, que aumentó la probabilidad de un recorte de tasas en abril. La libra esterlina, por su parte, también retrocedió 0,5%, arrastrada por débiles datos de crecimiento y señales de fatiga en el consumo británico. El ajuste más fuerte lo protagonizó el dólar australiano, que se desplomó un 3,9%, víctima de su elevada exposición al comercio global, la desaceleración china y las crecientes expectativas de recorte por parte del Banco de la Reserva de Australia (RBA).
En el plano de los mercados emergentes, el impacto fue aún más pronunciado. El real brasileño y el peso colombiano registraron caídas de 1,5% y 1,7%, respectivamente, golpeados tanto por la aversión al riesgo como por vulnerabilidades fiscales internas. El peso chileno retrocedió un 2,9%, tras una revisión al alza de las proyecciones de inflación que acotaron el margen de maniobra del banco central. En contraste, el sol peruano mostró una depreciación contenida (-0,7%), gracias a la intervención activa de su autoridad monetaria para frenar la presión sobre el tipo de cambio.
En Colombia, el comportamiento del peso reflejó con claridad el nerviosismo regional. La divisa local cerró el 4 de abril en un promedio de $4.273,87, con un alza de $143,86 frente a la TRM del día anterior. El dólar alcanzó un máximo intradía de $4.303, en una jornada marcada por un volumen de negociación superior a los USD 1.740 millones, lo que refleja la elevada tensión entre los actores del mercado. La diferencia de más de 80 pesos en un solo día representa la mayor variación desde junio de 2024, lo que confirma el estatus del peso como una de las monedas más sensibles a choques externos en la región.
El fortalecimiento del dólar durante la jornada final de la semana respondió parcialmente a datos económicos positivos en EE.UU., pero, sobre todo, a su papel como activo refugio frente a la creciente incertidumbre global. Esta dinámica amplifica la vulnerabilidad de las monedas latinoamericanas, que enfrentan una doble presión: por un lado, su dependencia estructural de las materias primas y de los flujos de inversión extranjera; por el otro, la limitada capacidad fiscal para contrarrestar choques externos de gran magnitud.
Este entorno ha puesto en evidencia que los movimientos cambiarios ya no responden únicamente a fundamentos monetarios o comerciales. Hoy, el tipo de cambio se ha convertido en un barómetro de la confianza inversora, la estabilidad geopolítica y la credibilidad de las instituciones. En un mundo caracterizado por disrupciones inesperadas —desde decisiones unilaterales sobre comercio hasta crisis energéticas o financieras— la gestión cambiaria deja de ser una política técnica para convertirse en una herramienta de estabilidad estratégica.
Commodities
Los mercados de materias primas enfrentaron una semana de alta tensión, marcada por el colapso en los precios del petróleo, la volatilidad en los metales industriales y el repunte selectivo de los activos refugio. El telón de fondo —dominado por el recrudecimiento de la guerra comercial, la apreciación del dólar y señales de enfriamiento en la demanda global— ha amplificado la sensibilidad de los commodities a cualquier disrupción, configurando un escenario que mezcla presiones cíclicas con distorsiones geopolíticas.
El mayor impacto se sintió en el mercado energético. El precio del barril de Brent cayó un 10,1% en la semana, hasta cerrar en USD66,23, mientras que el WTI descendió un 9,7%, hasta los USD62,62, registrando su peor desempeño semanal en seis meses. El catalizador fue el sorpresivo anuncio de la OPEP+ de aumentar su producción en 411.000 barriles diarios a partir de mayo, más del triple de lo anticipado por el mercado. La decisión, liderada por Arabia Saudita, busca disciplinar a miembros rezagados como Irak y Kazajistán, pero ocurre en un momento delicado en que el mercado ya enfrenta una acumulación de inventarios. La EIA reportó un aumento de 6,2 millones de barriles en las reservas estadounidenses, mientras la desaceleración del comercio internacional amenaza con reducir la demanda estructural de crudo.
A pesar de que el petróleo, el gas natural y los productos refinados fueron excluidos de los nuevos aranceles estadounidenses, la disputa comercial no ha sido neutral para el sector. El riesgo de una recesión sincronizada global mantiene la presión bajista sobre los precios, mientras el fortalecimiento del dólar limita la capacidad de ajuste de los países importadores. En este contexto, el gas natural europeo (TTF) cayó un 5%, hasta 39 €/MWh, afectado por el debilitamiento estacional de la demanda y una mayor estabilidad en los inventarios estratégicos.
En el frente de los metales, la dinámica fue más heterogénea. El oro mostró resiliencia como activo refugio, superando los USD3.121 por onza a mitad de semana —nivel que se acerca a máximos históricos— impulsado por flujos defensivos ante la caída bursátil global. Sin embargo, hacia el cierre de la semana, el metal precioso cedió un 1,5%, para ubicarse en torno a los USD3.038, presionado por la postura restrictiva de la Reserva Federal, que mantuvo sus tasas entre 4,25% y 4,50%, advirtiendo sobre riesgos inflacionarios derivados del nuevo paquete arancelario.
El resto del complejo metálico mostró fuertes retrocesos. La plata cayó un 13,2%, y el cobre descendió un 14,4%, afectados por el temor a una desaceleración de la demanda industrial global, particularmente en China y Europa. No obstante, la caída fue amortiguada parcialmente por la exención arancelaria anunciada por EE.UU. para ciertos metales estratégicos —como el cobre, el aluminio, el acero y el oro— lo que sugiere que Washington busca proteger sus propias cadenas de suministro críticas en medio de un proceso de desglobalización selectiva.
En suma, los mercados de materias primas enfrentan una reestructuración de expectativas. La dinámica del petróleo y los metales refleja un entorno en el que la oferta y la demanda vuelven a desalinearse, mientras el componente político gana protagonismo frente a los fundamentos tradicionales. Si la política arancelaria se mantiene como eje de la agenda global, los próximos meses podrían traer una volatilidad persistente, con precios más sensibles a decisiones geopolíticas que a datos de inventarios o producción.
Columna Final | Opinión
Trump, aranceles y negociación: la estrategia detrás del conflicto comercial
La reciente decisión del presidente Donald Trump de imponer un arancel general del 10% sobre todas las importaciones—con incrementos específicos que elevan el gravamen sobre productos chinos hasta un 54%— ha sacudido los mercados globales, desatado represalias diplomáticas y reavivado el temor a una guerra comercial de gran escala. No obstante, para comprender el trasfondo real de esta ofensiva, resulta más útil consultar “The Art of the Deal” (1987) que cualquier tratado clásico de economía internacional. Ese libro, más que un manual de negocios, es el mapa psicológico de un presidente que convirtió la negociación en una herramienta de presión política con alto valor simbólico, y los aranceles en su mejor carta.
Trump no propone en sus páginas una teoría económica articulada. Lo que despliega es una filosofía de acción basada en la percepción, la presión y el espectáculo. Su enfoque es transaccional, emocional y profundamente estratégico. En uno de los pasajes clave del libro escribe: “Aprendí que lo importante no es necesariamente tener razón, sino que la gente crea que la tienes”. Esta lógica está en la raíz de sus decisiones arancelarias: lo que importa no es tanto el déficit comercial real, sino la percepción de injusticia estructural sobre la cual construye su narrativa de recuperación nacional.
Los aranceles, por tanto, no son un fin en sí mismos. Funcionan como instrumentos de apalancamiento negociador. La ofensiva arancelaria busca desestabilizar las reglas establecidas para luego ofrecer la solución: una renegociación bajo nuevos términos. El “Día de la Liberación”, como bautizó la firma de las órdenes ejecutivas, fue un acto simbólico de ruptura. Pero apenas 24 horas después, ya a bordo del Air Force One, Trump suavizó el tono y se mostró dispuesto a negociar con quienes estén dispuestos a ofrecer “algo fenomenal”. No se trata de una contradicción: es la jugada predecible del Trump empresario, quien presiona al máximo para luego abrir la puerta a un acuerdo más ventajoso.
En ese mismo libro, escribió que “el peor error es no pedir lo suficiente”. Sus aranceles cumplen con esa máxima: representan una oferta inicial agresiva para forzar concesiones multilaterales, atraer inversiones manufactureras y condicionar la narrativa del déficit comercial. El concepto de “hipérbole veraz” —exageraciones estratégicas para moldear percepciones— permea su discurso sobre déficits intolerables y competencia desleal. Aunque los datos no siempre respalden sus afirmaciones, lo que busca es condicionar el marco mental del debate, endurecer su posición de salida y redefinir el eje de la discusión pública.
Hoy, Trump insinúa flexibilidad. Pero no es un gesto de apertura por convicción, sino parte de un guion cuidadosamente calculado. No estamos ante una política de clausura económica, sino frente a un intento deliberado de redibujar el sistema comercial global desde una posición de fuerza, abandonando el multilateralismo a favor de la presión bilateral.
Para Trump, la política comercial no es una cuestión de principios ni de eficiencia marginal. Es una partida de negociación asimétrica, donde la audacia sustituye al consenso y la incertidumbre se convierte en ventaja táctica. Desde esa perspectiva, los mercados, las instituciones y los aliados son apenas piezas en un tablero donde lo importante no es que la jugada sea justa, sino que sea efectiva.
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