El pasado 8 de febrero despertamos con la noticia de tener que implementar una nueva serie de precauciones dirigidas a contrarrestar la “normalizada” emergencia ambiental que dos veces al año azota a Medellín. Nuestra ciudad entró en “estado de prevención” desde el pasado 18 de febrero hasta el 30 de marzo. Esto implica, como medida principal, palabras más, palabras menos, un pico y placa ambiental de seis dígitos para disminuir las fuentes móviles de contaminación.
La ciudad se ha acostumbrado a afrontar una situación que surge como el resultado de la confluencia de una serie factores que van desde las condiciones geográficas de la capital de la montaña, pasando por un aumento del parque automotor desmesurado, hasta el crecimiento caótico y sin brújula de la ciudad misma. Todo esto terminó por generar una densidad urbana mayor a la que podemos “aguantar” en términos de sostenibilidad ambiental.
En este sentido, hay cifras que preocupan. Recibimos más de 25.000 nuevos habitantes por año, pero no somos eficientes en la aplicación del Plan de Ordenamiento Territorial –POT-, ocasionando que no crezcamos de manera organizada y planificada. Generando así, sectores con alta congestión territorial, sistemas de transportes insuficientes y una proporción de espacios verdes lejana, ya ni siquiera a la ideal, sino a la mínima para la conservación adecuada de la calidad de vida.
Más diciente es que el Área Metropolitana tenga un déficit de 700.000 árboles. Mientras tanto, la encuesta Origen Destino reveló que, entre 2005 y 2017, el número de motos creció 207 %, y el de carros, 46 %. En promedio, cada día entran 231 motos y 155 vehículos nuevos a las vías.
Por otro lado, es difícil determinar los números exactos de las consecuencias en la salud ocasionadas por este fenómeno, debido a que la presencia del material particulado genera enfermedades no sólo en el sistema respiratorio, sino también en el cardiovascular e, incluso, puede generar mutaciones en el ADN de las células, incrementando significativamente el riesgo de contraer enfermedades como el cáncer.
Por ejemplo, según el informe de medio ambiente de Medellín Cómo Vamos, 4 de las 5 principales causas de muerte en Medellín están entre las mencionadas por la Organización Mundial de la Salud –OMS- como relacionadas con la contaminación del aire y casos como el de las enfermedades obstructivas crónicas se han quintuplicado en los últimos 30 años. De la misma manera, la tasa de mortalidad por cáncer de pulmón es 2.7% más alta que la del resto del país, llegando a 21.7 por cada 100.000 habitantes.
Cuando se miran estos datos, es imposible no pensar y cuestionar en qué momento dejamos que esto pasara. Pero más aún, en la necesidad urgente de desarrollar medidas para detener esta tremenda debacle.
Lo que ha sucedido en los últimos 4 años de emergencias ambientales es que hemos llegado a un punto crítico cuyo síntoma más visible es la contingencia sucedida en la transición de tiempo seco a lluvioso y viceversa, donde las partículas contaminantes PM10 y PM2.5 quedan condensadas en la superficie debido a que no pueden “escapar” por la nubosidad baja que encierra el valle.
La situación es tan peligrosa que los niveles llegan a ser similares, en momentos críticos, a los de ciudades como El Cairo (Egipto), Bombay (India) y Lagos (Nigeria) en términos de presencia de material particulado PM2.5, ciudades que tienen una población entre 5 y 7 veces más grande que Medellín.
La ciudad ha hecho grandes esfuerzos para solucionar la crisis: diseñar programas para empezar a revertir la pirámide de movilidad, mejorar la calidad de la gasolina que nos venden y adelantar el inicio del pico y placa ambiental para llegar al mes de marzo (el mes más crítico) con mejores condiciones ambientales para afrontar la transición de tiempo seco a lluvioso.
Sin embargo, ninguna de estas es una respuesta integral al problema de fondo: Medellín ha crecido y sigue creciendo sin control, en un entorno donde las características geográficas exigen un uso muy responsable del territorio.
Uno de los grandes avances en la dirección del desarrollo sostenible de la ciudad es el Acuerdo Municipal 106 de 2018 que busca establecer los lineamientos para la preservación y restauración de los ecosistemas estratégicos de la ciudad, propendiendo por la conservación de los bienes y servicios ambientales existentes en el territorio urbano y rural de Medellín.
Pero, estos esfuerzos son insuficientes y se convierten en tangenciales dado a la imposibilidad de la ciudad para cumplir lo establecido en el POT. El modelo de ciudad que se plantea para Medellín se ha convertido en un ideal difícil de cumplir, hoy se sigue creciendo en las laderas, el transporte público tiene grandes deficiencias y esa idea del Medellín que crece hacia adentro se va desvaneciendo. Hoy día, es imperativo dar la discusión sobre la ciudad que queremos para las nuevas generaciones y la mejor manera de lograrla.
Nuestro desafío implica tomar medidas de fondo que pueden afectar a unos pocos, siempre en función del bien común. Debemos solucionar la grave crisis de movilidad y medio ambiente, alrededor de una profunda renovación urbana, determinando la forma en la cual queremos que se distribuya la habitabilidad, el comercio, la manufactura y el espacio público de la ciudad para poder diseñar un modelo de transporte sustentable que incentive a los ciudadanos a usar el transporte público y lograr efectivamente revertir la pirámide de movilidad.
Son medidas que generan descontento y traumatismos en una pequeña parte de la población, pero los grandes peligros que nos cercan como ciudad y como sociedad requieren que todos nos esforcemos. Hoy tenemos esa oportunidad, en nosotros está construir una mejor ciudad para nuestros hijos y las generaciones venideras. Estoy convencido de que, si lo hacemos, todos nos lo agradecerán.