¿Reforma laboral: de mal en peor?

Las cifras recientes de empleo son positivas, no se entiende por qué echar para atrás como el cangrejo y mucho menos con la arrogancia de no abrir un consenso amplio en algo tan sensible para el país.


Aunque no se puede asignar a Einstein, es poderosa la expresión de que “Locura es hacer lo mismo una y otra vez y esperar resultados diferentes”. Esta expresión aplica como anillo al dedo en el trámite de la reforma laboral.

La primera versión de ella tuvo entre sus logros el no haber tenido ni un solo debate en el Congreso. Y no es para menos, quién quisiera aprobar una reforma que destruye 454.000 empleos como lo demostrara el Banco de la República.

Una reforma laboral bien hecha, debe tener como propósito generar más trabajo (así no le guste a la ministra), dignificar a todos los trabajadores, motivar la formalización laboral y elevar la productividad. Pero además debe ser el camino para actualizar una normativa que se quedó años atrás frente a la cuarta revolución industrial, y que desconoce la diversidad sectorial y regional del mundo laboral.

La primera propuesta aumentaba el desempleo y la informalidad, inflexibilizaba el mercado laboral, hacía más costosa la vida para un emprendedor y microempresario, pero eso sí juiciosamente mejoraba la vida de 1 millón de trabajadores sindicalizados, y se olvidaba de los 13 millones de trabajadores informales, ponía en riesgo a 8,5 millones de trabajadores formales, sin solucionar la vida de los 2,8 millones de desempleados.

Pero el problema no fue solo contenido sino forma. Aunque en el discurso intentaba consensuar, no recogió las preocupaciones de las empresas y como era previsible entró al Congreso mal y salió peor.

Volviendo a la frase inicial, la “locura” se repite de nuevo. Aparece una reforma donde si bien hay un avance en las formas de contratación de APPs, en ampliar algunas modalidades del contrato a tiempo parcial, en la promoción del teletrabajo, en gradualidad y en la multiafiliación sindical; el almendrón sigue teniendo los mismos e incluso peores desaciertos.

En su esencia la nueva reforma destruye empleo formal por los nuevos costos (licencias, nuevas indemnizaciones y jornadas), inflexibiliza más (acaba con contratos de prestación de servicios y de aprendizaje), castiga sectores claves con lo anterior (turismo, seguridad, restaurantes y comercio), impide la innovación y la llegada de tecnología al hacer engorrosa la automatización, pero eso sí “se riega” en beneficios a sindicatos eliminando los pactos colectivos, y desbordando los derechos a la huelga (huelga parcial y más grave, huelga en servicios públicos esenciales).

Como era previsible la nueva reforma laboral tiene mucho menos consenso. No se discutió con los micro, pequeños, medianos y grandes empresarios del país que son los que pueden generar empleo formal, y por el contrario se les descalifica con arrogancia como “la última coca cola del desierto”. Frase parecida a la “de malas” que ya se había acuñado.

Las cifras recientes de empleo son positivas, no se entiende por qué echar para atrás como el cangrejo y mucho menos con la arrogancia de no abrir un consenso amplio en algo tan sensible para el país. Entiende uno que Fecode puso plata en la campaña, pero ella no vale la destrucción productiva de empleo e inversión en el país.

Confiar entonces en la institucionalidad para el debate que viene y que el resultado sea lo que país necesite.


Todas las columnas del autor en este enlace: José Manuel Restrepo Abondano

*Rector Universidad EIA

José Manuel Restrepo Abondano

Economista, Rector Universidad EIA | Exministro de Hacienda y de Comercio, Industria Turismo

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