Reflexión sobre la violencia política

La película Cóndores no entierran todos los días invita a reflexionar sobre un período de violencia en nuestro país que dio origen a múltiples dinámicas de violencia política que perduran hasta hoy. Es difícil establecer un punto de «inicio» claro o una frontera definida en nuestras historias de conflicto violento. No obstante, esta película logra plasmar con gran claridad cómo, en 1948, Colombia atravesaba uno de los episodios políticos más violentos, tanto a nivel local como nacional.

El conflicto político en Colombia casi siempre ha estado entrelazado con la violencia, quizá porque nuestra memoria colectiva parece arrastrar un ADN que nos dificulta buscar caminos de reconciliación. Tal vez porque los conflictos que hemos enfrentado han sido tan polarizados que inevitablemente nos han conducido a tensiones que culminan en violencia. Los «pájaros», personajes emblemáticos de la película, reflejan bien esta realidad. Inicialmente, los conservadores eran personas que permanecían al margen de las decisiones políticas, explorando otras alternativas de vida. En cambio, los liberales, la clase política dominante de la época, eran quienes tomaban las decisiones tanto a nivel nacional como local. Sin embargo, en un momento dado, el panorama político cambia, y los conservadores asumen el poder. En ese proceso, reciclan antiguos resentimientos y emociones que intentan imponer cuando les toca tomar decisiones.

Esto nos lleva a pensar que el conflicto político en Colombia ha estado profundamente arraigado en situaciones «íntimas», «personales» y «afectivas». ¿A qué me refiero con esto? A que el grado de personalización del conflicto no recaía sobre un «sistema burocrático e impersonal», o al menos no en la forma en que lo percibimos. En su lugar, el poder estaba concentrado en manos de «élites», «gamonales» y personas específicas que acaparaban el control político. Cuando este poder les era arrebatado, no lo interpretaban como una simple «derrota política», sino como una «derrota personal», en la que veían amenazados sus intereses más inmediatos. Y, en cierto modo, tenían razón: el orden político no estaba diseñado para gobernar de manera equitativa para todos, sino que quien ostentaba el poder se beneficiaba en todos los aspectos de su vida: económico, social y cultural, e incluso en términos de reconocimiento personal.

Las palabras del «Cóndor», uno de los personajes centrales de la película, cuando afirma: «Es cuestión de principios», abren una serie de interrogantes. ¿Se refiere a principios personales? ¿Principios políticos? ¿Principios comunes? Con ello, se pone de manifiesto lo flexibles que han sido las fronteras de definición de lo político en nuestro conflicto. Los principios que supuestamente deben configurar un orden social están anclados a un «bando correcto», pero también a «personas correctas» que, según su percepción, saben muy bien lo que es bueno y lo que es malo. Esta rigidez, según Quintana (2023), ha provocado numerosas confrontaciones. Dado que lo primordial son los intereses personales, el individuo, el sujeto, y sus beneficios, la política se convierte en un botín que debe ser defendido por cualquier medio necesario.

Con esta película se puede entonces evidenciar cómo la violencia política se muestra como una manifestación cruda y despiadada de los intereses personales y colectivos que predominan en una sociedad profundamente dividida. Esta violencia no es simplemente el resultado de un conflicto ideológico entre partidos políticos opuestos, sino que también se nutre de resentimientos personales, odios ancestrales y la búsqueda de venganza. A lo largo de la película, vemos cómo los personajes se ven atrapados en una espiral de violencia que parece no tener fin, alimentada por la percepción de que el poder es una cuestión de vida o muerte.

El personaje del «Cóndor», por tanto, es un símbolo de esta lógica de violencia personalista. Para él, la violencia no es simplemente una herramienta política, sino una manera de reafirmar su poder y autoridad sobre los demás. Sus acciones no están motivadas por una ideología coherente o un deseo de mejorar la situación del país, sino por la necesidad de mantener su estatus y proteger sus intereses personales. En este sentido, el «Cóndor» representa a una clase de políticos y líderes que ven la violencia como un medio legítimo para conseguir sus objetivos, sin importar las consecuencias para la sociedad en su conjunto. Además, es muy importante pensar cómo esta violencia política afecta a la vida cotidiana de las personas comunes. Los ciudadanos de a pie, que no tienen intereses directos en el conflicto, se ven atrapados en medio de la lucha por el poder y son víctimas de la violencia sin haberla provocado. Esta es una de las lecciones más difíciles de la película: en una sociedad donde la violencia política se convierte en la norma, nadie está a salvo. La inseguridad, el miedo y la desconfianza se infiltran en todos los aspectos de la vida diaria, creando un ambiente de miedo, desplazamiento y angustia constante.

Otro aspecto crucial de la violencia política que se aborda en la película es la forma en que esta perpetúa un ciclo de venganza. La película sugiere que la violencia engendra más violencia, en un ciclo interminable de represalias. Este ciclo se ve exacerbado una y otra vez. En lugar de resolver las disputas de manera civilizada, las facciones en conflicto recurren a la fuerza bruta, lo que solo sirve para profundizar las divisiones y envenenar aún más el ambiente político. Es importante también destacar cómo la violencia política retratada en la película tiene un impacto duradero en la memoria colectiva de la sociedad. La historia de violencia deja cicatrices profundas que afectan a las generaciones venideras, creando un legado de odio y desconfianza que es difícil de superar. Esta memoria colectiva de la violencia influye en la forma en que las personas ven el mundo y se relacionan entre sí, perpetuando una cultura de conflicto que es difícil de erradicar.

En conclusión, «Cóndores no entierran todos los días» es una invitación a reflexionar sobre la naturaleza de la violencia política en Colombia y sus efectos devastadores en la sociedad. En cómo se mezclan los odios, con la violencia directa y la política. La película muestra cómo la violencia política no solo destruye vidas, sino que también corrompe el tejido social y perpetúa un ciclo de conflicto que es difícil de romper. Al final, la película nos deja con la pregunta de si es posible encontrar una salida a este ciclo de violencia, o si estamos condenados a repetir los mismos errores una y otra vez. Referencias

Quintana, L. (2023). Espacios afectivos, instituciones, conflicto, emancipación. Barcelona: HERDER.

German Stiven Arenas Betancur

Fundador de Jóvenes Forjando Cambios. Estudia derecho en la Universidad de Medellín y fue parlamentario juvenil de Mercosur, comisionado nacional de paz del mismo. Delegado ante la 10 conferencia nacional de las FARC y la firma del acuerdo de paz, y en repetidas ocasiones ha sido premiado por instituciones como la Universidad de los Andes, Andiarios, Fenalper, la Fundación MI Sangre y la Organización de Naciones Unidas.

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