Recordar es oponerse al olvido

 Pero bien sé que cuando surge un hombre de natural poderoso, de una sacudida derriba todo eso, lo hace pedazos, lo esquiva, y tras pisotear nuestras trampas, nuestros conjuros, y todas las leyes contrarias a su naturaleza, se levanta y aparece como señor nuestro el que era esclavo”.

La muerte de un ser querido es un suceso que no quisiéramos vivir y mucho menos recordar. Aun así, en esos momentos de suma tristeza, emergió de la pluma una exaltación a esa persona que me acompañó por un espacio de tiempo muy valioso en esta misteriosa existencia.

Hace diez años de su partida que, a falta del padre que no tuve, se erigiría como uno de mis tutores en el aspecto emocional e intelectual, a semejanza de mis hermanos, pero aunque hijo de un tío, primo hermano, me ayudaría a descubrir el valor de la amistad, la empatía y el respeto por las ideas, sobre todo, aquellas que brotan de una posición crítica.

Sin más preámbulo, he de decir que por la fecha de esa ausencia inesperada, me encontraba en el último semestre de la licenciatura en filosofía, cuando me sentí abocado a expresarle a ese ser especial unas cuantas frases como muestra de un profundo afecto, en medio de un gran dolor. Desconozco el origen del valor que me acompañó y la lucidez de redacción. Me senté a las ocho de la mañana de aquel día de febrero y, en poco menos de una hora había terminado unas muy sentidas líneas, que leí durante su funeral, hoy mismo ­­–con el corazón en la mano– y las cuales paso a compartirles (sin editar) tal cual salieron, en un solo envión:

 ODA A HERÁCLES[i]

¿Por qué me decido a escribir? Es irónico, pero también la filosofía tiene su origen en el hecho de interrogarse, una facultad eminentemente humana. Creo ante todo que ello obedece a dos razones principalmente:

Primero intuyo que se lo debo, puesto que compartí con él tantos y tan íntimos diálogos que infiero que lo conocí tan bien como uno que otro de los presentes o quizás como ningún otro.

Segundo porque no tengo nada más que ofrecerle que éstas humildes ideas, pensamientos y sentimientos, plasmados y hechos manifiestos, convertidos en palabras, algo imposible de suyo. Jamás podremos explicar con palabras nuestras vivencias y sentimientos. Lo que se siente sólo lo siente el cuerpo que lo siente. No tengo nada más que ofrecerle después de tanta llenura.

Y es que me siento lleno, de las singulares experiencias que vivimos juntos, me siento lleno de las pocas cosas materiales que compartimos, me siento lleno de nuestras apasionadas y extensas disputas argumentativas. Y me siento agradecido por los sentimientos ofrecidos de parte y parte sean cuales hayan sido. Casi como esencias en comunión, algo que no se experimenta con muchos seres existencialmente hablando.

En un par de ocasiones me confesó que mi madre fue la única que lo acogió, cuando todas sus puertas se cerraban ante sus narices, cuando según él, peor se encontró.

Me decía que al calor de ese humilde hogar había conocido, no la importancia de los lazos de sangre, sino la de la verdadera amistad. De manos de un niño, un niño que en aquella época era yo.

Pero lo cierto es que aquella amistad sería ofrecida, después de ese gran bache, por muchas otras personas, unas presentes otras ausentes en este momento; amistad que cada cual valorará según los sentimientos que tenga en su pecho o según las justificaciones que sustente su mente.

En alguna que otra ocasión, tomando y llorando, sufría por no poder ofrecer a los demás lo que esperaban de él. Por ejemplo amaba a su familia más que a nada, pero sentía que no podía dejar de ser lo que era. Así como no podía cambiar su forma de sentir y de pensar, porque ello lo definía.

Algo que rescatar de esa actitud, fue un ser humano consecuente. Sus actos iban de la mano de sus más fuertes convicciones. Un día expresó que “algún día los seres humanos nos sentiremos más culpables de lo que dejamos de hacer que de lo que hicimos”. No sin cierta razón pues J. L. Borges en un escrito dice que si tuviese la oportunidad de volver a ser joven subiría más montañas, comería más helados, correría más riesgos, etc., en fin buscaría ser más humano que perfecto, porque según el poeta, eso es vivir realmente la vida.

Sin embargo, esa forma de ser tiene una explicación, que no es tan reciente, ya lo dice Platón en su diálogo Gorgias – Siglo IV a.c.:

A mi entender ellos obran así de acuerdo con una ley al menos, la ley de la naturaleza, aunque sin duda no con arreglo a aquella ley que nosotros establecemos en nuestro deseo de modelar a quienes son más fuertes que nosotros, a los cuales cogemos cuando son aún pequeños, cual si de leones se tratase, y no hacemos sino encantarlos y hechizarlos cuando, para esclavizarlos, decimos que todos debemos tener lo mismo. Pero bien sé que cuando surge un hombre de natural poderoso, de una sacudida derriba todo eso, lo hace pedazos, lo esquiva, y tras pisotear nuestras trampas, nuestros conjuros, y todas las leyes contrarias a su naturaleza, se levanta y aparece como señor nuestro el que era esclavo.

El fragmento habla de esa categoría de seres que no nacieron para ser ovejas que siguen al rebaño, para estar al solaz de otro. Esos seres al igual que ese cachorro de león que menciona Platón, quieren ser los líderes de la manada, donde quiera que se encuentren, como el que le pegaba a todo el mundo en el salón, el que manipulaba la pandilla o el que quiere gobernar, en fin todos aquellos que nos guían y son líderes en cualquier contexto que nos encontremos, porque de eso da la tierra por montones. A esa clase de hombres no es posible domarlos, domesticarlos, ni hacer que sigan la norma, porque ellos quieren hacer la norma y así sentir que solo se siguen a sí mismos, buscando obtener la tan pretendida autonomía, de la que tanto habló Kant.

Esa actitud es la que hace de la política una dinámica constante, porque esas personas siempre ansían obtener poder, aunque no es el caso, porque él siempre odió que todo ser vivo se encontrara inmerso en estructuras piramidales de poder – esa era su creencia, que siempre hay alguien más arriba y los demás obedeciendo- aun así llevaba en sí esa simiente que lo hacía pertenecer a esa categoría de hombres.

Recuerdo una frase que le dice un personaje a otro en la película El último samurái: los hombres como tú que han sobrevivido a tantas batallas no le temen ya a la muerte, inclusive hay ocasiones en que la ansían. Ciertamente tito[ii] sobrevivió a muchas batallas y no le temía a la muerte. Pensaba ésta llegaba como tenía que llegar, aunque nos cueste aceptar dicha realidad. Es por ello que cuando en cierta ocasión Hugo[iii] le aconsejaba no tomar agua sin hervir de ese tanque – ubicado en la finca, utilizado como reserva cuando quitaban el agua en la zona y en el que en cierta ocasión encontraron una culebra- él le respondió “cuidarse uno tanto para ver que uno ni siquiera sabe de qué se va a morir”.

Por último, una vez hablamos del significado de los términos “común” y “corriente”, aplicados a las personas, a ciertas personas que parece ser son la mayoría, lo digo porque la última vez que nos vimos me dijo algo que a una persona común y corriente hubiese hecho sentir muy mal, pero I am belive that nothing is matter. Ésto no es un adiós es un ¡hasta pronto tito! But no yet, no yet.

Heyman Ortiz. Feb. 19/09

[i] Título original: Oda a Henry. Henry es el exaltado.

[ii] Apodo, epíteto con el que la familia se refería a él.

[iii] Hermano de Henry.

Heyman Ortiz

Soy filósofo de la Universidad del Valle. Miembro del grupo de investigación GIIVS (Medellín) y ponente en EPISTEME FILOSOFÍA Y CIENCIA (Cali).