A propósito de unas reflexiones y debates que tuve recientemente sobre nuestra sociedad y el estado actual de los derechos en Colombia, escribo esta columna. La raza humana, especie compleja y diferente a las otras, ha demostrado su capacidad de razonar, crear, innovar y ser competitiva, pero a su vez nos ha enseñado que puede ser perversa, individualista e inhumana, es un contraste irónico pero cierto. Es por esto que se hizo necesario crear algún tipo de estatuto que la proteja incluso de sí misma, y es ahí el momento en el que nace la Declaración Universal de los Derechos Humanos, y aunque es poco estudiada, aun así nos cobija diario.
Esta declaración caracterizada por su virtud universal, igualitaria e irrevocable, es nuestro más grande bien, y aun así es ignorada. A pesar de su obligatoriedad es obviada como si de un simple papel sin relevancia alguna se tratara, como si fuera posible determinar quién es poseedor de ésta y quién no; pero su condición de estatuto superior a cualquier regla humana la convierte en un bien intrínseco de cada ciudadano.
Los derechos humanos como un factor humanizante adquieren un valor incalculable, pues aunque suena redundante el humano necesita humanizarse, necesita entender que vivimos bajo un mundo donde cada quien es responsable de sus propios actos, pero que también está en la obligación de actuar bajo la regla de que sus derechos tienen un límite y son los derechos del otro.
Es ahora cuando, con la sencilla premisa de proteger la libertad y el respeto mutuo, nace el primero de todos los derechos, “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros.”
La declaración debe ser convertida en una guía casi utópica que visualiza un mundo donde el humano pueda expresarse y entenderse como un ser íntegro y libre, que en sus bases más profundas encuentra a estos derechos como sus fundamentos más propios.
Se ha vivido décadas con una venda sobre los ojos y es tiempo de quitarla, obligar al gobierno a proteger los derechos, prohibir y prevenir que diferentes estancias de la sociedad los violen y trabajar en equipo por el desarrollo humano, justo y equitativo, de una nación que merece la paz, que siente que es mutilada cada día y que está dispuesta a darlo todo por la prosperidad de su pueblo.
Su conocimiento es una necesidad de cada ciudadano, pues como dijo Simón Bolívar, “un pueblo ignorante es un instrumento ciego de su propia destrucción”, mientras sean un simple estatuto lejano de la ciudadanía se continuará en un camino de autodestrucción de
la raza, y empezaremos a considerarnos, más que humanos, la raza inhumana.
@pjuancamilo
[author] [author_image timthumb=’on’]https://fbcdn-sphotos-c-a.akamaihd.net/hphotos-ak-xfa1/t1.0-9/10341573_1442529452671582_5096545888908038429_n.jpg[/author_image] [author_info]Juan Camilo Parra Estudiante de Ciencia Política de la Universidad de Antioquia. Apasionado de la política, la educación humanista y el civismo. Crítico, analítico y propositivo. Siempre abierto al debate. Leer sus columnas. [/author_info] [/author]
Juanca, seguiré siendo dedicado lector de tus columnas y así me iré edificando en la medida en que veo crecer la edificación que hacés de vos mismo y de tu pensamiento. Me parece un excelente comienzo el del debate sobre los aporreados derechos humanos en Colombia. Los toman, los señorones del poder, como si fueran consejos piadosos de un cura de misa y caspa.
A propósito, después de dos años de trabajarle y pensarle, en un grupo de 40 amigas y amigos hemos constituido LA ASOCIACIÓN MUTUAL ABRIL SAN DAMIAN para y con personas de la población LGBTI. De ello me gustaría hablar con vos y, por medio tuyo, con la muy admirada y valorada Claudia López. Con mi abrazo, ANCÍZAR