“Los pensamientos extremistas no nos hacen bien y que tampoco son naturales a nuestra condición humana”.
El comunismo plantea que todos los hombres y mujeres son iguales independientes del oficio que ejerzan, que no tienen derecho a la propiedad privada ni a ganar mayores salarios así se esfuercen o sean más destacados que sus pares; el súper hombre o la súper raza, idea que germinó en Hitler para cometer uno de los más grandes genocidios de la humanidad, plantea que hay hombres superiores que incluso tienen derecho a asesinar a quienes creen inferiores con el propósito de limpiar la tierra para que surja una mejor raza.
Ambas ideas extremistas, opuestas y que coartan las libertades y que no le han hecho bien a la humanidad. Si bien ante la ley, todos debemos gozar de los mismos derechos, tampoco podemos desconocer que cada persona nace con unas habilidades diferentes que puede potencializar y destacarse en la vida, que es lo que no promueve el comunismo, un ejemplo son los deportistas que con su talento destacan y son mejores que otros.
Pero el creernos superiores al otro, al punto de querer tomar su vida, con la excusa de que hay una causa superior, como lo plantea Fiodor Dostoievski en su obra Crimen y castigo, en la que el protagonista Rodion Raskolnikov, siendo un estudiante destacado de derecho pero que era pobre, que no le alcanzaba para mantenerse con lo que le enviaba su mamá y que le tocaba endeudarse, llegó a un punto de desespero y de no retorno: abandonó sus estudios y decidió asesinar a la viuda prestamista -que además consideraba un ser inferior, un “piojo”-, porque vivía con lo que le había dejado su marido y cobraba altos intereses a quienes iban a su casa a pedirle prestado.
Para Rodion era injusto que un ser “superior” como él, viviera en unas situaciones precarias, mientras que otros que no tenían muchos méritos como la vieja prestamista, vivieran mejor. Raskolnikov sentía, que tenía derecho a “limpiar” el mundo de esos “piojos” y por eso la asesinó. A pesar de que nunca hubo pruebas de que hubiese cometido ese asesinato, la conciencia lo carcomía y terminó confesando el crimen con el propósito de obtener redención. Él mismo auto reflexionó, con cierta decepción, de que no era ningún “súper hombre”, porque en su teoría, si lo hubiese sido, nunca hubiese sentido el remordimiento que empezó a sentir, después de haber cometido ese crimen.
Como humanidad, afortunadamente hemos ido aprendiendo que los pensamientos extremistas no nos hacen bien y que tampoco son naturales a nuestra condición humana. Si bien todos tenemos en común algunas características, todos somos diversos en pensamiento, gustos, habilidades y es lo que hace que nos enriquezcamos como sociedad, construyamos pensamiento y avancemos.
Tampoco hay verdades absolutas, en toda discusión o planteamiento siempre hay que tener en cuenta los matices; y en nuestras acciones, el deber ser siempre sería que lo hagamos realmente tenga impactos positivos en la sociedad o en lo que nos rodea. Construir nuestra felicidad o satisfacer nuestros gustos o intereses, con la desdicha del otro, no tiene mucho mérito, pero también, como Raskolnikov, si nos equivocamos, podemos corregir el rumbo. Al fin de cuentas, somos humanos.
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