El mes de agosto trajo días de agite político. No sólo por las decisiones legales que se tomaron en el caso de Arias y Pretelt, sino todo lo correspondiente con el proceso de paz y la guerra del no y del sí. Mientras todo este agite mueve las redes y los medios, comprendí que esto tiene su antecedente en la historia de nuestro país, siempre ha existido un dualismo por aquellos que quiere la guerra y los que sueñan con un país mejor. Desde liberales y conservadores hasta los seguidores y simpatizantes de Santos y Uribe. Es toda una radiografía que nos conduce siempre al mismo sendero: el del dolor, el sufrimiento y termina con la gran mancha de sangre que aún cargamos acuestas.
“Era una llama al viento y el viento la apago” dijo Porfirio Barba Jacob, y no me queda más camino que pensar en todo lo que hemos hecho a través de la historia para apagar esas llamas de esperanzas que alguna vez se iluminaron pero pudo más el odio, que no hubo más alternativa que dejarlas morir. Tal cual como le sucedió a Luis Carlos Galán que por el mes de agosto cumplió un aniversario más de su muerte, una muerte que cambió por completo la visión de una Colombia en paz, con mejores propósitos, con grandes sueños.
Ese 18 de agosto en la noche, el país entero vio como ganaba la maldad y la ambición por parte de los más débiles de espíritu, pero fuertes en armas. “De nada le servirá usted al país cubierto por una bandera y enterrado con todos los honores; ni siquiera de ejemplo, porque a los colombianos acostumbrados ya a la cuota diaria de muerte, de dolor, de sacrificio, no les merece este ningún respeto…”. Pienso junto a Enrique Patiño autor de ese fragmento y del libro Ni un paso atrás, una crónica sobre el último día de vida de Luis Carlos Galán, que aún en nuestro país no sabemos cuanta sangre es necesaria para apostar diferente, cuantos más deben morir por el honor y el afán de un ideal. No hemos entendido que ya podemos decir basta, para que este país no siga siendo un círculo vicioso de guerra.
La historia de mi país está tan manchada de sangre inocente, de sangre guerrera y sobre todo, de sangre que buscaba el cambio, nuevas ideas y además, el interés y bienestar común. Pues Galán abre una brecha en el camino de la concepción de paz, con él estaba todo ese ideal de querer cambiar este país llevado por el narcotráfico y la mafia en todos sus puntos más altos, pero después de él, el país cae en un resentimiento total, en una decepción que encerró el miedo para siempre. Ahora, con lo que está sucediendo, es cuando se siente que por fin, después de tanto tiempo, vale la pena mirar atrás y comprender que este mundo no tiene otra forma de entenderse que mediante el diálogo y la confianza. Confiar es el paso más complejo, pero tan necesario que servirá para crear lazos de cambio, para creer en los otros y esto a la final, es una apuesta y toda apuesta trae sus riesgos.
Una radiografía de la guerra sirve para ver las fracturas, grandes o pequeñas que de una u otra forma con el tiempo se han hecho fuertes, que ha dolido y se han clavado en lo más profundo del ser colombiano. Hablo de Galán como un iniciador de sueños, como un guerrero de esperanzas, como un intento fallido de cambio. Hablo que para entender el próximo paso que vamos a dar en las urnas es necesario devolver el casete, rebobinar la cita y sentir algo que para ciertas generaciones fue doloroso y temen volver a vivir. Que valga la pena toda la sangre derramada, que valga la pena todos los líderes asesinados, toda la bala gastada, todos los sueños truncados, que si fallamos, sería bueno decir: fallamos apostando a algo diferente y no a lo mismo.