“Gobernanza desde Twitter, inestabilidad ministerial, mitomanía constante, delirios de persecución permanentes, obcecación ideológica, son factores que delinean el desespero y obstinación de su presidente. Sensei de la izquierda denota que la democracia le quedó estrecha, y ahora busca el caos perfecto, para imponer su ley.”
El corto plazo ha sido más que necesario para comprobar que lo que tanto se advirtió no era una mentira infundada, aires dictatoriales de su mandatario salen a flote al ver que la coalición de gobierno hizo agua en el primer momento coyuntural de las reformas en el legislativo. Ira santa, que sacó chispas en la Casa de Nariño, trajo un fuerte remezón en el equipo ministerial y atizó un nuevo llamado de ciudadanos a la calle para revivir el balcón populista en la Plaza de Armas. Cambio en el que creyeron 11.281.013 ciudadanos poco a poco se va desdibujando, y deja en la ignominia a esos cerebros que dieron su voto, y apostaron por un giro de 180º, sin dimensionar el peligro que estaba por venir. Discurso con hilo conductor de violencia, que se quiere exaltar, encrespa los ánimos de las capas jóvenes, de las masas populares, que envalentonadas van a la vía pública en defensa del estado totalitario que propone la izquierda progresista colombiana.
Grupos de choque, “colectivos petristas”, que se tomaron las calles en los últimos días, avivan la intimidación poblacional como parte de un juego estratégico en el que se imponen las transformaciones políticas, económicas y sociales, al tiempo que se habla de negociación, y paz total, con los criminales. Negro panorama que se tiende de cara al futuro empodera a su presidente, comandante supremo al que no se le puede contrariar, decir la verdad, pues se considera políticamente incorrecto, en el marco de una sociedad en la que mantener los principios, y los valores, es estimado profundamente revolucionario. Autodeterminación y soberanía de los pueblos que se excita, en la mente de su mandatario, en pro de resarcir las deudas ancestrales, de las clases favorecidas con los “nadies”, emana fuego y cunde de incertidumbres, riesgos e inseguridad, a un colectivo que cada día se divide más y afronta a un galimatías oscurantista, constitución del país progresista que sueña el Pacto Histórico.
Gobierno elegido democráticamente en Colombia está fuera de sí mismo, enfrenta a la nación al ego de su presidente, sujeto autoritarito e incongruente que da un peligroso espacio para que sean los criminales quienes dicten las normas en los territorios. Violencia enquistada, por la diferencia de ideas, encumbra la anarquía y el vandalismo que patrocina la izquierda para venerar a un disociado que lentamente, paso a paso, enloquece y destruirá al colectivo ciudadano. Quienes aplauden a su mandatario elevan a la categoría de brillante aquello que no entienden, política progresista de un ser lleno de odio cuya única meta es emular a tenebrosos dictadores socialistas como Iósif Stalin o Fidel Castro. Idealización de criminales natos, psicópatas que se cubrieron de retórica de buenas intenciones y fueron emulados por dictaduras, con anuencia popular, como la de Hugo Chávez Frías en Venezuela.
Estallido progresista plagado de reformas, anhelos de expropiación y restricción a las libertades, como el que ahora se propone en Colombia, no es más que un barco que ha perdido la brújula y lleva a la nación a la tormenta más grande que ha sufrido en la historia. Amangualamiento que se tejía con los políticos tradicionales solo buscaba que se otorgaran “facultades extraordinarias” a su presidente para manosear y saquear los recursos de los colombianos como ha ocurrido en Venezuela, Nicaragua y Argentina por solo mencionar algunos. Campaña del desconcierto, inconformismo social, busca llevar al país a la inviabilidad: empoderar narcoterroristas, ahuyentar la confianza inversionista, acrecentar el secuestro y la extorsión, disparar la inflación y el costo de vida, e incrementar la burocracia y la politiquería; mostrar a las clases populares como víctimas de un sistema para favorecer una propuesta que es personal y populista en busca de intereses económicos particulares.
Rumbo perdido, con un capitán que no tiene idea de dónde es el norte o dónde es el sur, tiene a Colombia retrocediendo hacia épocas de ingrato recordatorio donde quienes hoy gobiernan querían tener el poder por las armas. Equivocados estaban quienes creyeron que el estallido social, de 2019 a 2022, era un grito de dignidad que venció el miedo. Los jóvenes de la nación, agrupados en las primeras líneas, forjaron una subjetividad política, colectiva y emergente, importada de naciones del vecindario. Milicias urbanas que sin lectura y estudio, pero con acceso a la información, impusieron como presidentes a cuestionables personajes como Pedro Castillo en Perú, Nicolás Maduro en Venezuela, Evo Morales en Bolivia, Daniel Ortega en Nicaragua, Gabriel Boric en Chile, o Gustavo Francisco Petro Urrego en Colombia; sujetos sectaristas con odio irracional que solo generan violencia y son incapaces de comprender el significado de un mandato popular.
Paz estable y duradera que se propone desde la izquierda es el sofisma de distracción, eclipse circunstancial, que se despliega para lavarse las manos y desviar la atención de una campaña que se realizó a punta de criterios errados, llenos de populismo y promesas irrealizables. Cinismo con que se propuso una vida sabrosa naturaliza las cuentas erradas y la mitomanía de un súper héroe que sin fundamento quiere cambiar y salvar al país y al mundo entero. Desestabilización democrática que se propone y comienza a perfilarse requiere que el colectivo se pare firme, y sin tener miedo fije una línea roja intraspasable frente a los aires dictatoriales de su mandatario y las aspiraciones, políticas y económicas, de los bandidos agrupados en las FARC, el ELN, el Clan del Golfo y demás bandas que falsamente hablan de paz total. No se puede permitir que el mensaje para las futuras generaciones sea que ser criminal paga.
Es evidente que a Gustavo Francisco Petro Urrego le quedó grande la presidencia, su incapacidad gestora llama a tener los ojos bien abiertos, y los oídos atentos, para no caer en las patrañas enmarañadoras de un mitómano consumado. Su presidente no es confiable, su desgobierno perturba el orden democrático y quiere conducir a una Asamblea Nacional Constituyente que no se puede permitir. La izquierda quiere perpetuarse en el poder, anda desesperada buscando plata que le permita hacerse a las ambiciones que tienen en los territorios, darle peso político a las guerrillas y grupos ilegales para alimentar su radicalismo. El adoctrinamiento de los jóvenes surtió efecto, deformó el proyecto de vida y ahora se les facilita el hacer extremistas las políticas gubernamentales: estatalizar la economía del país dejando de lado el libre mercado, reemplazar el petróleo por una industria de la droga y el “turismo”, apoyar a productores de estupefacientes, desde grandes carteles como el ELN, las FARC, y hasta indígenas que se hacen pasar por humildes campesinos.
Talón de Aquiles de su mandatario es su prepotencia, apariencia de sabio pensador con acciones supremamente limitadas e incoherentes. Promesas de campaña, que sabía no podía cumplir, lo tienen ahora exaltando pasiones que incendian los ánimos en la calle, cortina de humo que se extiende mientras busca dinero a través de sus reformas. Convocatoria a la gran masa, este 1 de mayo, dejó ver serios problemas de conexión de su presidente con el pueblo elector, en la vía pública se percibió que de los más de 11 millones de votantes son pocos los que ahora lo respaldan. Día que se esperaba fuera memorable para el Pacto Histórico resultó ser un trago amargo en el que se comprobó que no existe el apoyo multitudinario a la transformación. Enemigo interno, del gobierno de izquierda, son los resultados del mesías en ya casi 10 meses en la presidencia. Amistad con criminales, narcoterroristas y dictadores, aires de expropiación, crisis económica, atomización de la seguridad jurídica y las políticas disruptivas pasan factura de contado a una propuesta de cambio que resultó ser más de lo mismo en peores condiciones.
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