“En energía no podemos depender exclusivamente de las hidroeléctricas, se debe mantener y mejorar la capacidad instalada que el país ha construido como las termoeléctricas que sirven de respaldo para momentos como este”.
La última vez que Colombia tuvo una crisis energética fue entre marzo de 1992 y febrero de 1993 bajo el mandato del entonces presidente César Gaviria. Crisis originada, como la que se nos avecina, por el Fenómeno del Niño y que implicó que en el país se suspendiera el servicio de energía que provenía en buena medida -como ahora- de las centrales hidroeléctricas. Con los embalses en niveles mínimos no se podía generar toda la energía que demandaba el país.
Esa crisis mostró que como país debíamos fortalecer la infraestructura eléctrica y por eso se empezaron a construir más embalses y represas que garantizaran la sostenibilidad y diversidad de la matriz eléctrica. Cuando no es suficiente con la generada por las hidroeléctricas, hay respaldo con las termoeléctricas que funcionan con carbón y GLP.
El gobierno del presidente Petro que ha querido ser un abanderado en Latinoamérica de la transición energética con el objetivo de que el país deje de usar carbón y petróleo para generar energías limpias, en la práctica, ese objetivo no se ha cumplido. Las licencias ambientales para avanzar en este tipo de proyectos son más demoradas de lo normal haciendo que empresas interesadas en desarrollar proyectos de energía eólica o solar pierdan interés.
Es lo que sucedió con la empresa de energía Celsia que pretendía construir dos parques eólicos en La Guajira que en teoría conversan con las políticas del gobierno Petro, pero en la práctica ese ideal de la transición energética no se materializa. Ante las dificultades que encontró Celsia con las comunidades y con la obtención de licencias ambientales; la empresa suspendió el desarrollo de estos parques e incluso consideró vender los proyectos por no ver viabilidad en el corto y mediano plazo.
La crisis energética y de racionamiento de agua que ya sufrimos, nos muestra una vez más que no se pueden poner todos los huevos en una misma canasta. Que se debe diversificar y potencializar diversos sectores económicos y en este caso, el sector energético. Con el Covid-19 vivimos algo similar. Municipios donde algunas personas creían que se podía vivir de un solo sector económico como el turismo, se dieron cuenta de que con este no era suficiente para apalancar la economía y que, sin otros sectores económicos, es difícil generar nuevos empleos formales y condiciones para que las poblaciones puedan solventar sus necesidades básicas.
En energía no podemos depender exclusivamente de las hidroeléctricas, se debe mantener y mejorar la capacidad instalada que el país ha construido como las termoeléctricas que sirven de respaldo para momentos como este. Por eso tampoco es sano satanizar industrias como el carbón, que mientras no tengamos toda una capacidad instalada para suministrar toda la energía que requiere el país con energías renovables -con las señales que ha mostrado este gobierno, en este período presidencial no va a haber avances significativos en la materia-, seguirá siendo un jugador importante en el sector energético.
Volviendo a la analogía de los huevitos, en este momento Colombia no puede darse el lujo -como pretende el presidente Petro-, de apostar sólo por las energías limpias y renovables, la transición energética se basa justamente en que hay que seguir desarrollando los proyectos de petróleo y carbón para que con los excedentes que estos generan, se pueda invertir en la transición. De lo contrario, nos quedaremos sin lo uno y sin lo otro.
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