Uno de los hechos más polémicos de los últimos días en Antioquia y el país entero ha sido el del hombre, vestido con poncho, carriel y sombrero (prendas típicas de la región antioqueña) pero además, con camiseta rosada (lo que resulta llamativo dadas las circunstancias) que rompió la bandera LGTBI izada en Medellín en ocasión del día de la diversidad sexual, y la echó a la basura.
La bandera había sido puesta en el Pueblito Paisa, uno de los lugares emblemáticos de la capital de Antioquia, por parte de la Alcaldía de Medellín, como una manera de apoyar y celebrar la libertad sexual y la diferencia, en la semana en que se celebraría el día del orgullo gay y en que habría marchas en todo el mundo.
Mientras el hombre cortaba la bandera, gritaba, a modo de justificación: “Que nos traigan la de Antioquia”, “Sinvergüenzas. Aquí hay que hacernos respetar, si quiere respeto esa comunidad, que nos respeten a nosotros primero”.
El hombre fue grabado, y en pocas horas el vídeo se hizo viral. Las reacciones fueron instantáneas y diversas. Unos pocos aplaudieron su actuar, argumentando que su comportamiento fue en defensa de los símbolos patrios, y por lo tanto, del patriotismo (tengamos en cuenta que en el asta que se alzó la bandera LGTBI suele estar la bandera de Antioquia). Sin embargo, la gran mayoría rechazó con vehemencia el hecho.
Creo que es demasiado evidente que el actuar del hombre, sobre todo por las palabras que gritó mientras cometía el acto y por los medios que se valió, fue reprochable, ofensivo, y debe criticarse con todo el rigor. Me parece que en el caso la discusión real no es si el sujeto actuó bien o mal (lo que es claro) sino si se debió poner la bandera LGTBI en el asta donde normalmente está la bandera de Antioquia. Es ahí donde las opiniones son más divididas.
Unos opinan que está bien que la alcaldía de Medellín haya decidido izar la bandera LGTBI, pero que se debió buscar otro lugar para ponerla en vez de bajar la bandera de Antioquia. Otros creen que el hecho se justifica en ser algo provisional, que se debe a una situación particularísima, cargada de simbolismo, como es la celebración del día de la diversidad sexual.
Soy de los que se circunscribe a esta segunda postura, aunque soy consciente que puede resultar un poco menos sencilla de defender que la primera. Probablemente la alcaldía de Medellín se hubiera evitado ciertos inconvenientes si hubiera puesto la bandera de arcoíris en un lugar diferente de donde suele estar la bandera de Antioquia. Pero su intención fue comprensible: ponerla en un lugar visible y simbólico para la ciudad, como lo es el Pueblito Paisa, para resaltar su importancia.
Me parece que es exagerado lo que algunos sostienen (incluyendo a un candidato a la gobernación, ávido de poder y populismo, según un vídeo que se puede ver en redes) de que el cambio de la bandera de Antioquia por la de la diversidad sexual, por unos días, resultó atentatorio de la identidad regional y el patriotismo. Pues fue algo provisional, y que atendió exclusivamente a las manifestaciones de apoyo en todo el mundo a la comunidad LGTBI en el mes y la semana donde se conmemoran sus derechos.
Es una exageración que incluso resulta hasta oportunista. Porque cuando se ha tratado de defender nuestros ríos y montañas, por ejemplo, de la minería ilegal (que incluso pueden ser elementos más definitorios e importantes en la construcción del sentido patriótico) no ha aparecido ese sentimiento patriótico que hoy reluce estando involucradas minorías sexuales.
En los atentados de París de noviembre del año 2015, muchos países y ciudades decidieron solidarizarse ante lo sucedido alumbrando con los colores de Francia sus símbolos icónicos, como el caso de Río de Janeiro iluminando su Cristo Redentor, o el de Londres con el London Eye. Y nadie se atrevió a cuestionar por qué se iluminaba con los colores de otro país precisamente los símbolos más representativos y no otros.